OPINIÓN

2001: aquella crisis en este presente

El sistema político se volvió estable. La pobreza se volvió permanente. Los límites del esquema que se gestó a partir de 2001 para evitar nuevos estallidos sociales son los que configuran esta crisis de 2021. Por Virginia Guevara

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18-12-2021

La crisis del 2001 comenzó a desencadenarse cuando los argentinos terminaron de comprender que un peso no era un dólar y fueron a los bancos a retirar billetes verdes inexistentes. Hoy hasta el más desprevenido sabe que ya casi no quedan dólares de libre disponibilidad en el Banco Central, pero el sistema financiero en 2019 resistió el retiro masivo sin una nueva crisis y permanece estable. Una lección aprendida de aquel derrumbe.

El sistema institucional argentino también es estable desde aquellos temblores que le siguieron a la implosión del gobierno de la Alianza. La historia nacional anota cinco presidentes entre el 20 de diciembre de 2001 -cuando renunció Fernando de la Rúa- hasta que asumió Eduardo Duhalde el 1 de enero de 2002, pero desde entonces la institucionalidad estuvo a salvo y en 2019 Mauricio Macri fue el primer presidente no peronista que completó su mandato desde 1945.

En esos días de 2001 Argentina se asomó reiteradamente al abismo, pero salió de esa crisis política sideral por la vía institucional. Fue caótico, bochornoso en muchos momentos y ocurrió mientras explotaba todo criterio de representatividad de la dirigencia política al ritmo de protestas que reclamaban “que se vayan todos”. Pero esa crisis fue contenida dentro del Congreso de la Nación y respetando las líneas sucesorias.

Fue una prueba extrema para una recuperación democrática que hace dos décadas apenas llegaba a la mayoría de edad. Desde entonces la estabilidad institucional fue una constante. El Estado tampoco volvió a reprimir salvajemente como lo hizo entre el 19 y el 20 de diciembre: hubo 39 muertos en esas horas dramáticas. Esa fue, también, la última vez que rigió el estado de sitio en el país. Tal vez se trate de los únicos avances sustanciales e indiscutibles de estos 20 años.

La crisis de 2001 fue el estrepitoso fracaso de la Alianza. Pero desde entonces el sistema político argentino se reconfiguró en otras alianzas. Pasó del bipartidismo a otra división más compleja pero también más flexible: dos coaliciones que trascendieron al peronismo y al radicalismo históricos, regrupadas en torno del kirchnerismo y del macrismo. Otra novedad en vías de consolidación surgida de aquella derrota colectiva.

 

Del estallido a la pobreza asistida

Muy diferente es el resultado económico y social de estas dos décadas. No hay novedad en ese frente, ni hay consuelo. Hubo períodos fructíferos en el medio y el kirchnerismo sigue hablando de “la década ganada”. Pero el saldo de los 20 años es demoledor. 

Aquella crisis sobrevive en este presente: hace 20 años el Congreso aplaudió el default de una deuda pública que llegaba a los 144 mil millones de dólares. Hoy Argentina intenta un dificultoso acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para no declarar otro default de 44 mil millones, pero acumula una deuda total de casi 350 mil millones de dólares.  

En el 2000 el censo contó 36,2 millones de personas y al momento del estallido de 2001, casi 17 millones de argentinos estaban en la pobreza. El censo del año que viene deberá constatarlo, pero se estima que la población actual se acerca a los 46 millones de argentinos y a junio de este año 20 millones no llegaban a cubrir la canasta básica. El país sumó 3,5 millones de pobres desde el estallido de 2001.

El resultado es mucho más dramático cuando se considera que la única política sostenida que el Estado realizó en estas dos décadas fue el incremento de la partida que se destina a subsidiar y asistir esa pobreza.

El 19 de diciembre de 2001, al momento del estallido, De la Rúa echó a Domingo Cavallo del Ministerio de Economía y anunció la distribución de 700 mil bolsones de comida. En ese momento, la única política social era la ayuda alimentaria, y se limitaba a unos 400 mil beneficios en todo el país.

Desde 2001 el sistema político se dedicó principalmente a evitar nuevos estallidos. Hoy el Estado nacional entrega algún tipo de asistencia económica directa a casi 12 millones de personas y subsidia los servicios públicos de toda la población. En 2001 ese esquema no existía. Hoy se activa con sólo emitir y apretar una tecla desde la Anses. Además, casi todas las provincias y muchos municipios destinan fondos propios al mismo objetivo: que no haya estallido aunque crezca la pobreza y las perspectivas de ascenso social hayan desaparecido del ideario nacional.

Los gremios y los gremialistas -la inmensa mayoría de ellos son los mismos del 2001- representan cada vez a menos trabajadores y ya no son el actor social determinante de la estabilidad. Los movimientos sociales que representan a esa mayoría sin patronal y con ingresos estatales son el gran emergente de estas dos décadas. El paro y el conflicto gremial perdieron eficacia política: en Argentina los piquetes y cortes de calle son la verdadera herramienta de presión.

Ese esquema creado para responder a las demandas de 2001 encuentra dos décadas después su límite: no solo se declara ineficaz para revertir la pobreza sino que se volvió impagable y como se financia con deuda y con emisión, es devorado de manera instantánea por la inflación. Aquel estallido determinó esta realidad.

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Redacción Mayo

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