OPINIÓN

El cuarteto, una creación popular de los cordobeses

Fue la mano izquierda de Leonor Marzano, la pianista del Cuarteto Leo, la que en 1943 le dio un pulso más contagioso a los ritmos inmigrantes y terminó por convertirse en un símbolo de identidad de Córdoba. Por Alejandro Mareco

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25-11-2021

“Mi padre y mi esposo siempre se admiraron de mi manera de tocar. Cuando nos presentábamos en la radio, muchos pianistas se subían al palco para ver de cerca cómo usaba los dedos. Ese ritmo nadie lo hacía y creo que fue una innovación. Por la forma en que me miraban, era como si se hubiera descubierto algo”.

Cuando entre la polvareda y el alboroto, los gringos del campo cordobés más los criollos arraigados por generaciones escucharon el modo de la música popular italiana y española con que interpretaba el Cuarteto Leo, notaron que había un sonido algo distinto.

Es que, sí, había nacido algo distinto: la música de cuarteto, o simplemente el cuarteto.

Esa música de ritmo inquietante que durante casi ocho décadas, cada fin de semana agitaría las madrugadas bailables de multitudes, esa pasión cuartetera que atravesaría el corazón de las pueblos de la Córdoba profunda y luego el de las barriadas de la capital. Esa música que se convertiría, nada menos, que en un símbolo de identidad de los cordobeses.

Tanto, que a 78 años de su irrupción (la presentación del Cuarteto Leo el 4 de junio de 1943 en la entonces Radio LV3, se considera la fecha fundacional y el día del género), el cuarteto ya tiene un gran museo abierto en pleno corazón de la capital, así como que la Nación, a través del Ministerio de Cultura, lo declaró patrimonio inmaterial del país. Ahora, la Municipalidad de Córdoba apunta a que sea La Unesco la que lo ponga en su lista de Patrimonio de la Humanidad.

El museo, en tanto, que fue inaugurado en octubre pasado, es obra de la Provincia, concretado a través de la Agencia Córdoba Cultura, presidida por Nora Bedano. Funciona el histórico ex-edificio de la Caja de Jubilaciones, en la esquina de avenida Colón y Rivera Indarte. Se trata de una iniciativa moderna con contenido tanto virtual como físico. Así, mientras numerosas pantallas muestran un recorrido visual y sonoro por distintos momentos y artistas que marcaron la historia del género, también se pueden admirar objetos como piezas de vestuarios de figuras y otros que tienen que ver con la memoria del cuarteto, de los bailes y hasta de la misma historia de Córdoba que le dio contexto al paso del cuarteto hacia bien adentro del sentimiento popular. El diseño le pertenece a Guillermo Alonso, actual coordinador de Museos de la Agencia.

 

La chispa original

Pero volvamos a la chispa original. Podría decirse que el cuarteto tiene ADN mitocondrial, no sólo porque brotó del pulso de la mano izquierda de Leonor, sino porque, a su vez, ella lo tomó de su profesora de piano. “Cuando vinimos a Córdoba tuve una profesora, Genoveva Medina, que fue quien me enseñó a tocar de esa manera, golpeando con la mano izquierda para marcar el ritmo y acompañar con la mano derecha”, nos contaría alguna vez.

Lo que hizo Leonor fue invertir el orden de los ritmos inmigrantes: con su mano izquierda golpeó primero fuerte y después, débil, es decir, subrayó el “tun” y suavizó el “ga”. Así, le dio a La Leo un pulso americano (incluida la huella africana). Ese contagioso toque hizo que el baile se volviera incontenible, irresistible. 

Los comienzos fueron en “la colonia” (es decir, el campo), un ambiente ideal: su gente tenía ganas de bailar, de conocerse, de encontrar una oportunidad de hacer familia.

Sus primeras residencias fue bajo los cielos de chapa de los salones de los clubes, e incluso al aire libre. Mientras, desde la capital provincial, se iría multiplicando a través de las presentaciones en los auditorios de las radios

El punto de partida de esta historia podía empezar a situarse cuando Augusto Marzano, flautista y contrabajista, llegó trasladado desde Santa Fe para seguir en Córdoba con su empleo de ferroviario. Vino junto a su esposa Josefina y la hija de ambos: Leonor.

Augusto tocaba en una orquesta característica de esas que tenían un repertorio amplio que incluía desde foxtrot hasta, en algunos casos, tangos. Pero su corazón le pedía más tarantela, más pasodobles.

Y se decidió a formar un cuarteto. Para el acordeón, sonido clave para convocar al baile, pudo convencer a Miguel Gelfo, con quien venía de compartir la orquesta Los Bohemios, y quien, además, sería su futuro yerno. En violín, Luis Cabero, y el propio Augusto en contrabajo.

¿Y quién tocaría al piano? La respuesta estaba en su casa. Su hija Leonor, una joven veinetañera. Augusto ya no quería dejarla sola en las noches de bailes, pues su madre había fallecido. Y como amuleto, decidió ponerle a la nueva formación su nombre (apocopado).

“Los bailes de campo eran muy lindos. Hubo una época en que tocábamos de lunes a domingo. Si habremos hecho casar parejas... Después nos venían a saludar con los hijos crecidos. Eran momentos muy hermosos. A nosotros no nos seguía la clase alta. Tocábamos para las familias, gente de trabajo”, nos diría años después la misma Leonor.

 

Barrios, censura y después

Luego, poco a poco, andando ya los años '50 la música de cuarteto se iría a asomando desde el campo hacia las pistas bailables de las orillas de la capital.

Y a finales de los años '60, ya era un gran fenómeno que conmovía a las barriadas populares de la ciudad de Córdoba.

Esas barriadas que habían comenzado a multiplicarse hacia la mitad del siglo 20 con el estallido industrial que vivió Córdoba y que la convirtió en un destino de legiones de trabajadores venidos de la provincianía argentina, en particular desde el norte.

Aquella argamasa de tonadas, genes y culturas afirmaría su sentido de pertenencia cordobesa con el “tunga-tunga” en el corazón y el “chi qui chá” en los pies.

Pero el camino no estaba despejado. La música de cuarteto fue señalada por ciertos sectores de la sociedad como una expresión vulgar, propia de los sectores más postergados de la ciudad.

Y hasta se la censuró en el nombre del “buen gusto”, que en realidad era una condena social. Así, en los días del Mundial 1978, se prohibió su difusión en las radios.

Al desamparo de aquella adversidad se forjó entonces una resistencia que consistió en seguir asistiendo a los bailes, aunque algunos terminaran con los bailarines en las comisarías.

En esos días fue que comenzó a soldarse la intensa relación entre Carlos “La Mona” Jiménez y su gente. “La Mona” también se subía a los colectivos en los que la Policía se llevaban a sus seguidores.

Por eso, la llegada del cuarteto al Festival de Cosquín fue vivida como una reivindicación, en 1987, cuando fue invitado el Cuarteto Leo, y como un gigante desborde al año siguiente, cuando quien subió al escenario fue La Mona.

Miles y miles de cordobeses fueron desde la capital a ser parte del reconocimiento en un escenario de la cultura oficial argentina y cordobesa, pero todo terminó de un modo caótico. La Mona Jiménez dejó la Plaza oculto en la penumbra, pensando que no sólo su carrera estaba en problemas, sino todo el género cuartetero.

Sin embargo, las imágenes de esa noche que la televisión difundió, despertaron la atracción de todo el país. En especial de Buenos Aires, que puso sus ojos en este fervor popular cordobés.

Así, la música de cuarteto no sólo se abrió camino en los escenarios bonaerenses y porteños (fenómeno que luego se afirmaría con la figura de Rodrigo), sino también hacia todos los rincones del país.

El viejo poder del “tunga tunga” para poner a los cuerpos bajo el influjo de su ritmo, comenzaría así a derribar barreras regionales y sociales.

El cuarteto, entonces, por la inspiración original de Leonor, por la pasión incansable de sus bailarines, que con su convicción nunca dejaron de demandar a su modo el crecimiento del género y por las figuras que jalonaron su historia, se convirtió en un emblema de identidad.

Es uno de esos fenómenos culturales y sociales que cuentan la historia de un pueblo: el cuarteto reunió en su paso por el tiempo al campo y a la ciudad, a los que habitaron esta tierra por generaciones y a los inmigrantes que fueron llegando, tanto desde el exterior como de la provincianía argentina, y finalmente fue atrapando a distintos sectores sociales, incluso a los que alguna vez lo miraron feo y que hoy no conciben una fiesta sin que suene cuarteto.

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Redacción Mayo

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