300 días que trastocaron al mundo

2020: el año en que nos atravesó la pandemia

En febrero ya había más de 60 millones de personas confinadas en China
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09-12-2020
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Ilustración: Juan Pablo Dellacha

Doce meses atrás, las portadas de los diarios de esta parte del mundo se hacían eco del traspaso de poder en Argentina, luego del triunfo claro y en primera vuelta del Frente de Todos sobre Juntos por el Cambio, y de la llegada de Alberto Fernández a la Casa Rosada en lugar de Mauricio Macri.

Más allá de las fronteras, en Sudamérica se superponían las noticias sobre el estallido social en que derivaron las masivas protestas callejeras reprimidas con dureza en Chile, las que a su vez sucedieron a una ola de descontento y manifestaciones de rechazo a los ajustes sugeridos por el Fondo Monetario Internacional en Ecuador. 

También era noticia de tapa la regresión y deriva institucional que supuso el golpe de Estado en Bolivia, tras un nunca probado fraude electoral de Evo Morales, el presidente que se vio forzado a dimitir, dejar su país y buscar asilo primero en México y luego en Buenos Aires.

En medio de tanta agitación y convulsiones cercanas, los reportes de un extraño virus que llegaban desde China pasaban casi inadvertidos o como una curiosidad distante, apenas digna de llenar algún resumen internacional de noticieros televisivos, atentos a las cifras siempre astronómicas que aporta cualquier estadística proveniente del gigante asiático. Pero con el correr de las semanas, Wuhan, esa ciudad de algo más de 11 millones de habitantes y capital de la provincia de Hubei, en la China central, comenzaría a ganar mayor protagonismo en Occidente.

Amén de las irresueltas tensiones sociopolíticas y económicas y los indicios de nuevos aires en Latinoamérica, 2020 amanecía con los focos puestos en Estados Unidos, donde en el inicio de un año electoral, el Partido Demócrata hacía valer su mayoría en la Cámara de Representantes y avanzaba con un impeachment contra el magnate-presidente Donald Trump. Sin embargo, el excéntrico mandatario obtendría luego una previsible absolución en el Senado, controlado por los republicanos, y parecía que su camino a la reelección en el primer martes de noviembre quedaba definitivamente allanado y su permanencia en el Despacho Oval por cuatro años más totalmente expedita.

Subestimación y dolor

Corrían los primeros días de febrero y, para entonces, el ignoto mal que había obligado ya a un estricto confinamiento de más de 60 millones de personas en Hubei, tenía nombre y apellido: Coronavirus o Covid-19, y su altísima tasa de contagios comenzaba a causar estragos en los sistemas de salud de otros países asiáticos, como Irán, y en los de media Europa.

Lo que sobrevino después, es la parte más conocida de esta pesadilla que, desde hace meses tiene en vilo al mundo entero. Se pasó de la relativización o los ninguneos oficiales de un comienzo, cuando se trataba a la enfermedad como “nada más que una simple gripe” o un “resfriado un poquito más fuerte”, a la declaración oficial de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que a 11 días del mes de marzo, decretó que la del Covid-19 debía ser considerada como una pandemia. Hoy hay investigadores que indican que el mal ya estaba en territorio europeo mucho antes que lo informado pero las críticas y denuncias resuenan tardías o estériles.

Las fiebres, neumonías e hipoxias -que en teoría comenzaron en el lejano Oriente asiático y que apuntaban al murciélago o al pangolín como vectores, o a la fuga de un arma bacteriológica que traspuso los muros de un laboratorio secreto, según las tesis conspirativas-, a esa altura del año ya asolaban el norte de Italia, confinaban a toda España y hacían trizas la reputación y eficiencia de un sistema de salud como el británico.

Con la misma velocidad que se propagaba el mal y los contagios superaban fronteras y saltaban de un continente a otro, los discursos y estrategias oficiales experimentaron apresurados virajes. Claro que sólo algunos mandatarios más obstinados siguieron insistiendo con minimizar la gravedad de un virus que multiplicaba casos y muertes y desnudaba las contradicciones, falta de previsión y mezquindades de sistemas que se suponían inmunes frente a todo mal.

Hubo quienes debieron llegar al extremo de verse con las defensas vencidas o de ser internados por Covid para recién terminar de convencerse de la gravedad del problema. Le pasó al primer ministro británico, Boris Johnson, uno de los artífices del Brexit, cuyas vacilaciones en las medidas a tomar convirtieron al Reino Unido en la nación con más víctimas fatales de Europa. Quizá demasiado tarde entendió que el virus no podía soslayarse, como tampoco insistir en la falsa dicotomía entre salud y economía, descuidando la primera en aras de preservar la segunda.

Del otro lado del Atlántico, al norte y al sur de América, hubo otros gobernantes que se negaron a establecer medidas de aislamiento o distanciamiento social recomendados por epidemiólogos y demás expertos para evitar que el virus se siguiera diseminando. A la vez que juraban estar protegiendo a la economía de sus países, estos jefes de Estado insistían en calificar al Coronavirus como un mal pasajero y similar a tantos otros, en el caso de Trump, o como una “gripezinha”, en el caso de su émulo de Brasil, Jair Bolsonaro. Ambos gobernantes desdeñaron las medidas de higiene y protección que el planeta adoptaba, se mostraron una y otra vez sin barbijo, no respetaron distancias y sugirieron a sus incondicionales seguidores “remedios” que lejos estaban de ser una cura, como la hidroxicloroquina promocionada por el brasileño. O la inyección de lavandina o detergente que recomendó el estadounidense en una “broma” irresponsable y macabra, que un puñado de partidarios siguió casi al pie de la letra.

Infodemia

Meses después, Bolsonaro y Trump, en diferentes momentos, comunicaron oficialmente que habían contraído el virus y los dos trataron de sacar rédito de una recuperación que sembró dudas y suspicacias en torno a la veracidad de los partes médicos. Y es que a esa altura de esta crisis humanitaria global, las diferencias políticas y los posicionamientos más radicalizados habían abierto ya profundas grietas pandémicas.

Con miles de fake news y las más desopilantes tesis conspirativas, la irrupción de repentinos “expertos” opinando en paneles de TV sobre el “virus chino” y las contradictorias recomendaciones que desde organismos internacionales se hacían para combatir un mal con demasiadas incógnitas por despejar, a la pandemia se le sumó la infodemia.

Negacionistas y conspiranoicos consideraron al Covid-19 como una suerte de invento del “neocomunismo internacional”, dispuesto a cercenar libertades, imponer restricciones, controlar a los ciudadanos y acabar con el capitalismo y la civilización occidental. Otros situaron en la primera línea de la diabólica trama urdida para dominar el mundo a billonarios como Bill Gates, George Soros y otros personajes a quienes endilgaban la autoría de la supuesta estrategia para reducir la cantidad de habitantes del globo de manera drástica y, de paso, hacer negocios en la industria farmacéutica con la producción de las vacunas.

Desigualdades

Lo concreto es que esta pandemia visibilizó fragilidades humanas y sociales a escala planetaria. Sistemas de salud insuficientes para atender los derechos de todas y todos; desigualdades y miserias que hicieron más vulnerables a quienes ya lo eran y más ricos a quienes, en medio del caos, siguieron haciendo negocios. El virus es democrático en su contagio, pero en las respuestas o tratamientos las diferencias afloran. La privatización de la salud o el lucro que se buscó con ella volvió a ponerse en debate, mientras se pedía a los Estados que garanticen atención urgente y universal.

Sin vacunas a la vista, la OMS recomendó inicialmente medidas simples como la higiene en las manos, restringir la circulación de personas, y evitar las aglomeraciones en espacios públicos, sobre todo cerrados.

Claro que el “quedarse en casa” para quien disfruta de comodidades en su vivienda no representó lo mismo, ni aquí ni en China, que lo que significa para quien sobrevive hacinado en precarias condiciones. El teletrabajo ejecutado desde ambientes confortables y con buena conectividad, para quienes siguieron percibiendo un salario en una relación laboral registrada, no se pareció en nada a la falta o imposibilidad de empleo que trabajadores informales o cuentapropistas afrontaron cuando todo debió detenerse preventivamente.

El Covid-19 dejó además en evidencia que las recetas para recuperar las economías, golpeadas por los efectos colaterales del virus, no podrán tampoco apelar a curas mágicas o soluciones individuales y aisladas. Palabras como empatía y solidaridad, consideradas a esta hora imprescindibles para remendar tejidos sociales perforados, también han aflorado en el encuentro de los líderes del G-20, cuya cita de este año en Arabia Saudita dio paso a una Cumbre virtual, en la cual Argentina abogó por soluciones conjuntas y ayudas a los más necesitados.

Efectos colaterales

A esta altura de la pandemia, las tesis de que no se puede parar la economía aunque se descuide a la salud, ya han tenido refutaciones empíricas contundentes. Con marcado perfil anticuarentena, Bolsonaro llegó a decir que los brasileños eran inmunes a todo mal porque están acostumbrados a bañarse en desagües o alcantarillas. El país más poblado de Latinoamérica reporta oficialmente hoy más de 6,67 millones de contagiados y 178 mil muertos, y sobre la evolución de su economía hay muchos signos de pregunta.

Y ni que hablar de Estados Unidos, con unos 15,1 millones de contagiados y 285 mil muertos, y donde las falencias sanitarias afloraron en la primera ola y amenazan con recrudecer tras el rebrote de la enfermedad. 

Retomando el inicio de estas líneas, es difícil pensar en un Trump derrotado como lo fue el 3 de noviembre, si a su administración -imbuida en un estilo caprichoso y ofensivo-, no la hubiera arrollado también esta pandemia. Ni siquiera las masivas marchas contra la violencia racial, que estallaron en mayo tras el asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd a manos de la policía de Mineápolis, fueron tan determinantes en los comicios como el triste récord de país con más muertos de Covid del mundo y las imágenes de camiones frigoríficos que se atiborraban de cuerpos sin vida a las afueras de clínicas y hospitales saturados de pacientes en Nueva York y otras ciudades.

Urnas sanadoras

En el tramo final del año menos pensado, merecen párrafo aparte grandes movilizaciones de ciudadanos que hicieron historia aún respetando a medias protocolos y distanciamientos. El contundente triunfo de Luis Arce y el MAS en Bolivia, con más del 55 por ciento de sufragios y una participación del 88 por ciento del electorado, marcó un hito que se completó con el regreso de Evo Morales a Bolivia, revirtiendo el golpe de Estado perpetrado en su contra un año antes.

Siete días después de la elección presidencial en Bolivia, fue Chile el que se movilizó y casi ocho de cada 10 votantes en el plebiscito sufragaron a favor de enterrar definitivamente la Constitución de 1980, resabio de la dictadura de Augusto Pinochet Ugarte. También un 78 por ciento se pronunció a favor de que los constituyentes que escribirán una nueva Carta Magna en democracia sean elegidos directamente por el pueblo y sin componendas entre partidos.

Antes de que 2020 expirara, fue Perú el que vivió horas de incertidumbre, con tres presidentes en una semana y una inestabilidad política y crisis de representatividad que tendrá como próximo desafío las elecciones del 11 de abril de 2021, fecha que hoy parece a una eternidad de distancia. En Perú también la pandemia fue implacable a la hora de mostrar que los éxitos de la macroeconomía de los países no siempre se traducen en mejores condiciones de vida para sus habitantes. Sólo la muerte anónima y en soledad que provoca la pandemia igualó a poblaciones enteras en los extremos opuestos de la brecha.

¿Lecciones aprendidas?

Dolorosas lecciones deja este año a la humanidad toda ¿Habrá sido capaz el mundo de tomar nota de cada una de ellas? ¿Seremos inteligentes como para barajar y dar de nuevo, estableciendo prioridades que hoy se perciben tan claras y urgentes como el aire cuando falta?

El Papa Francisco lo ha repetido en numerosos mensajes e incluso en su nueva encíclica, Fratelli Tutti. Habla de reconstruir el mundo con solidaridad y empatía imprescindibles. Pero también ha advertido que, de crisis como esta nunca se sale igual; o seremos mejores o habremos desperdiciado la oportunidad de revisar nuestros yerros como especie.

Por lo pronto, en nuestro entorno más cercano, las decisiones oficiales de protección de la salud fueron cediendo con el tiempo a las presiones de diferentes sectores, con el exponencial aumento de casos y fallecimientos. Lo que fue un acertado control inicial de la pandemia se desbordó al compás de algunos medios o comunicadores que hablaron de “cuareterna” o instalaron sensaciones de asfixia que en buena parte del país interior nunca existieron. Más allá de muchos vaivenes y algunas cuestionables decisiones oficiales, como restricciones de desplazamiento entre provincias o aplicación discrecional en cada distrito de los DNU, que produjeron irreparables consecuencias o injusticias, hubo quienes apostaron al fracaso de la estrategia sanitaria y hasta celebraron el crecimiento de la cifra de víctimas fatales.

Héroes

Pero hubo otros actores sociales que conectaron en silencio con los sectores más urgidos, siempre relegados, y a menudo utilizados. Voluntarios de la ayuda que acercaron desde alimentos, ropas y medicinas, hasta contenidos pedagógicos en tiempos de una educación virtual acelerada por la emergencia, en la que maestros, profesores y estudiantes tuvieron un aprendizaje mutuo. Las y los docentes sumaron esfuerzos y multiplicaron horas de dedicación para llegar a sus estudiantes.

Y en la primera línea de fuego, el personal de la salud. Médicos y médicas, enfermeros y enfermeras y todo el personal sanitario, incluidos encargados de limpieza, seguridad o administrativos que lidiaron cara a cara con un enemigo del que aún poco se sabe. Gente que por ese trajinar sin descanso cambió su vida y la de sus familias y pasó del aplauso emocionante y merecido, al inexplicable estigma discriminador que imponen el egoísmo y la ignorancia.

Pero cuando parecía que las cifras del coronavirus comenzaban a dar una tregua en este sur del mundo, una noticia estremeció el corazón y el alma de un país futbolero y pasional como pocos. Con su muerte, Diego Armando Maradona, el argentino que se convirtió en global mucho antes que las redes, volvió a convocar multitudes, con y sin protocolos.

Todo eso y mucho más pasó en este año signado por una pandemia que, lamentablemente, no ha terminado. Algunos de esos hechos e historias, atravesados por el Covid-19, darán contenido a los informes que en Redacción Mayo cerrarán el último mes de un 2020 que nadie imaginó y todos queremos que termine cuanto antes, a la espera de las vacunas.