IMPACTO DIGITAL

La “nueva normalidad” fuera de las grandes ciudades

El acceso a Internet y el uso de las nuevas tecnologías son clave en el escenario disruptivo de la pandemia
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05-10-2020
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Ilustración Juan Pablo Dellacha

Desde que la pandemia mundial por Covid-19 impactó en Argentina, las vidas de millones de personas se transformaron al calor de una digitalización acelerada y desigual, que incluyó la implementación masiva del teletrabajo, la migración de la educación formal a las aulas virtuales y la hiper conectividad. La pregunta por las libertades, la democratización del acceso a internet y la pregunta sobre el uso de TIC´s, en el centro de la escena.

Nelly comienza el día con un mate cocido y galletitas. Sale a hacer las compras temprano porque a las 10 tiene su primer taller en el Centro de Jubilados. Allí se encuentra con Edith y Carmen, sus vecinas de toda la vida y comparten la mañana junto a otras mujeres de su edad, en su mayoría viudas, pisando los 80 años.

Desde el 20 de marzo, Nelly está en casa. Como vive sola, hace algunos años su hija, que reside en una ciudad a 200 kilómetros del pueblo, le compró un celular “para estar más comunicadas”. Nelly prefiere usar el teléfono fijo para charlar largo, aunque se da maña para enviar mensajitos de WhatsApp a sus nietos. Audios y videos no, sólo mensajitos escritos, que firma como si estuviera escribiendo una carta: “Espero que sigan bien. Cariños, Nelly”.

La pandemia impactó especialmente en la población de adultos mayores, que es considerada 'de riesgo' en el marco de la emergencia sanitaria. De acuerdo a las cifras publicadas a diario por el Ministerio de Salud de la Nación la edad promedio de personas fallecidas por SARS-CoV-2 oscila entre los 72 y los 74 años. En lo que va de esta pandemia, hasta los primeros días de septiembre fallecieron 7065 adultos mayores de 64 años en nuestro país.

Obligados a aislarse para evitar contagios, más de 5 millones de adultos mayores están en sus casas, sin posibilidad de asistir a sus espacios, y lejos de sus familiares en un momento de la vida en el cual la conexión con otros es clave para garantizar calidad de vida. El acceso a los servicios de salud también es un desafío: se trata de poblaciones que deben realizarse chequeos habituales para controlar afecciones crónicas propias de la edad. Ante la imposibilidad de trasladarse para asistir a los centros de salud, el acceso a videoconsultas médicas se convirtió en un aspecto clave para la vida en pandemia de las y los abuelos. Para acompañar este proceso, desde los gobiernos provinciales se habilitaron líneas de asistencia gratuita para adultos mayores. En Córdoba, por ejemplo, es el 0800-555-8555 que atiende todos los días de 8 a 23hs.    

Según los datos relevados por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) correspondientes a la Encuesta Permanente de Hogares (2018), el 58,5 por ciento de los adultos mayores que viven en grandes centros urbanos no cuenta con internet fijo y un 82,2 por ciento, ni siquiera tiene computadora. Aunque un 64,6 por ciento tiene celular, el porcentaje de radiobases de telefonía móvil (4G) todavía cubre poco en ciertas regiones como el NOA, concentrándose en la región pampeana (Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires).

Por otro lado, el acceso a internet fijo es más difícil de alcanzar en zonas alejadas de los grandes centros urbanos. Esto responde a varias razones: por un lado, el tendido de fibra óptica que no llega a cubrir la totalidad del territorio nacional; por otro lado, en algunas provincias donde existe tendido de fibra óptica, éste aún no está iluminado. En el actual contexto de aislamiento prolongado y utilización intensiva de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones puede interpretarse, entonces, el decreto presidencial 690/2020 declarándolas “servicios públicos esenciales y estratégicos”.

La casa, la escuela y el trabajo en una misma habitación

Marcos se levanta antes de que salga el sol. Vive en una casa en medio del campo, donde su familia cría algunos chanchos y gallinas. Todos los días recorre 13 kilómetros para llegar a la Escuela. Ahí desayuna y tiene clases junto con otros chicos y chicas de distintas edades. Está en sexto grado, el último año de la primaria.

Para poder terminar el colegio en pandemia, Marcos tiene que recorrer la misma distancia para llegar al pueblo más cercano, donde consigue WiFi de a ratos y puede hacer el intento de completar sus tareas o participar de alguna clase por Zoom.

Tomando las cifras elaboradas por del Instituto de Estadística de la UNESCO y por la Unión Internacional de Telecomunicaciones, cuatro de cada 10 niños, niñas y jóvenes que hoy no están asistiendo a los establecimientos educativos no tienen internet en sus casas.

Según el Equipo de Trabajo para Docentes de la UNESCO, “a pesar de que mediante los teléfonos móviles los estudiantes pueden acceder a la información y conectarse con sus profesores y sus compañeros, unos 56 millones de alumnos viven en lugares donde no llega la cobertura de las redes móviles” considerando a los países del Sur Global. 

Claudia y Fernando viven con sus mellizos de cuatro años en un departamento de un dormitorio. Tienen un patiecito con piso de cemento, así que todos los días se turnan para llevar a los chicos a la plaza que queda a cuatro cuadras, para que puedan tomar aire y correr un rato. Ambos trabajan de manera remota, con una notebook y dos celulares. Entre los datos y el wifi se las arreglan bastante bien, el problema es que nunca cortan. Trabajan 24 horas los siete días de la semana. Desde que empezó el aislamiento no hay fines de semana, ni feriados. El trabajo de oficina se combina con el trabajo doméstico y las tareas de cuidado, sin descanso, todo se mezcla, la dimensión del tiempo por momentos se diluye en rutinas interminables.

Ahora bien, ¿es posible para una familia trabajar y estudiar las 24 horas del día utilizando sólo el celular con una conexión 4G? ¿Es suficiente contar con una computadora cuando la conexión de internet fija no llega a todo el territorio nacional? Estas preguntas no son nuevas, forman parte de un escenario conocido, en el cual se desarrolla la vida en pandemia, a la que popularmente se conoce como “nueva normalidad”, que no es ni tan novedosa, ni tan normal.

“Estamos atravesando un momento tecnológico epocal que amplifica y acelera todo. Estamos cotidianizando la tecnología en todas sus formas: el teléfono celular, el pedido de la comida, la movilidad. Esto del internet de las cosas. La pandemia lo que hizo fue acelerar y amplificar los procesos”, explica el antropólogo Daniel Daza Prado, y afirma que “hay algo que la tecnología de la información cambió, que es la idea del tiempo. Cambió la forma en la que percibimos el tiempo”. En esa línea, Daza Prado asegura que “esta aceleración genera dos cosas: frustración (frente a las dificultades de uso de las tecnologías) y satisfacción de encontrarse con seres queridos”.

Una normalidad, no tan nueva

Se dice entonces que hoy estamos atravesando una especie de portal distópico que nos llevará a una “nueva normalidad”, un territorio donde las corporalidades serán reemplazadas por algoritmos, un espacio donde las subjetividades se ven atravesadas por el aislamiento físico y la hiper conectividad. La idea de que el sistema económico se volcó hacia los datos para recobrar vitalidad no es nueva, ya se encontraba presente en el concepto de “capitalismo de plataformas” del canadiense Nick Srnicek.

Todo esto forma parte de un cóctel complejo, en el que se exacerban los procesos históricos y los usos de las tecnologías para habilitar diversos modos de vida en pandemia. Con la mirada puesta en las TIC,s desde que nos quedamos en casa para cuidarnos, creció el uso de las aplicaciones para realizar compras, se multiplicaron los vivos de Instagram para darle lugar en prime time al entretenimiento en aislamiento, se incrementó en un 50% la cantidad de mensajes enviados por WhatsApp a nivel mundial y las personas con posibilidad de conectarse a redes 4G incrementaron en un 70% el tiempo que pasan en Facebook, Instagram, Messenger y Whatsapp.

La demanda exponencial de espacios de teletrabajo y clases virtuales provocó un aluvión de nuevos usuarios en plataformas como Zoom, que multiplicaron por miles el número de conexiones diarias y que al mismo tiempo desataron una ola de inseguridad informática sin precedentes.

En el actual contexto de aislamiento prolongado y utilización intensiva de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones debe interpretarse el decreto presidencial 690/2020 declarándolas “servicios públicos esenciales y estratégicos”.

“La pandemia no agregó nuevas cosas en relación a cómo nos vamos transformando en humanos digitales”, aclara Daza Prado desde la antropología. En esta línea, asegura que “ya estábamos en una nueva normalidad, en el vínculo con lo digital”. Lo que se agrega en este escenario es que “nuestros vínculos también empiezan a ser exploratorios”, analiza el antropólogo.

Si la codificación de la información es algo “que se ha puesto de moda”, la pregunta sería entonces cómo esta revolución de la información se lleva a otros planos. Sobre este punto, Daza Prado lanza una pregunta: “¿Qué vamos a hacer nosotros, que vamos a aportar a esta nueva normalidad?”. 

En algunos casos, el esquema hiper digitalizado de la vida en pandemia se llevó a los extremos. Basta recordar el caso de Paola de Simone, la docente de la UADE de 47 años que se contagió de Covid-19 y falleció frente a sus estudiantes, mientras daba una clase por Zoom. O aquella mañana de abril en la que, una grave falla del sistema generó que miles de adultos mayores se encontraran en la fila de un banco en plena ASPO, y terminaran poniendo en riesgo sus vidas para cobrar la jubilación.

En este escenario, en el que la calidad de vida en un contexto de emergencia sanitaria mundial se ve forzada por las exigencias del sistema económico y productivo, las brechas en el acceso a la conectividad condicionan y limitan el acceso a otros derechos como el trabajo, la educación y la salud, lo cual se traduce en serias desigualdades socio económicas. Estas desigualdades afectan particularmente a las poblaciones más vulnerables, que además se encuentran alejadas de los grandes centros urbanos y tecnológicos.

La conectividad, que es uno de los aspectos centrales para garantizar calidad de vida, también se encuentra atravesada por las desigualdades socioeconómicas. Considerando los resultados de la “Encuesta sobre bienestar y calidad de vida en ciudades argentinas”, elaborada por Fundación COLSECOR en base a datos recolectados en distintas localidades -con poblaciones que oscilan entre los 10 mil y más de 100 mil habitantes- el grado de satisfacción en relación con los servicios de internet es menor en poblaciones de ingresos más bajos.  

Humanidades pandémicas: redes digitales 

Mientras tanto, en pequeñas localidades donde la provisión de internet no es rentable como negocio, desde hace años existen grupos que generan la infraestructura para conectarse. Este tipo de experiencias que encontramos en Provincia de Buenos Aires, y en el interior de la Provincia de Córdoba, también se presenta en África, e incluso en Europa y en países que ocupan posiciones centrales en el mapa de las comunicaciones, como EEUU.

“Existen un montón de redes libres de internet comunitaria en el mundo, donde son los y las usuarias tomando en sus propias manos la infraestructura y la estrategia para conectarse. Altermundi en Quintana (Córdoba), Atalaya Sur en el Bajo Flores (Provincia de Buenos Aires), o la red más grande de internet en Europa que es Güifinet, un proveedor comercial con lógica cooperativa”, comenta el antropólogo Daniel Daza Prado.

El acceso a internet es un derecho universal, y esencial en tiempos de emergencia sanitaria. Internet entonces “no es sólo aquella que le pagamos al proveedor”, sino que “existe la posibilidad de armar redes entre los usuarios”. “Unir nuestras computadoras para compartir, como antes lo hacíamos con un disco”, explica Daza Prado. La posibilidad de generar una conexión a internet que se comparte es una de las estrategias humanas posibles para atravesar la vida en pandemia.