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Dejar la gran ciudad como proyecto de vida

Por Luciana Trimano, Lucía de Abrantes y Ricardo Greene

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11-08-2020

Por Luciana Trimano, Lucía de Abrantes y Ricardo Greene (*)

Las principales migraciones internas de la Argentina contemporánea se desarrollan de manera inversa a la tendencia histórica; es decir, moviéndose desde los centros a las periferias, desde las ciudades grandes a localidades medianas, e incluso, desde las metrópolis a entornos rurales aislados. Este flujo poblacional es protagonizado por personas de entre 30 y 60 años de edad, de clase media y alta, en su mayoría profesionales que, habiendo visitado estos escenarios, deciden retornar y afincarse.

Las motivaciones para alejarse de la metrópoli son diversas y se vinculan con el acercamiento a la naturaleza, la ética del confort, la vida en familia y la espiritualidad; en definitiva, con la búsqueda de un ambiente más sano, autosuficiente y autónomo que el que -estiman- les ofrece la gran ciudad.

En el escenario actual marcado por el coronavirus y el alza del teletrabajo, los deseos de huir se han intensificado, sea buscando lo natural, evitando el virus, o rompiendo con el confinamiento y sus consecuencias negativas. Algunos agentes inmobiliarios hablan incluso de un “coronaéxodo”, donde la playa, el bosque, la montaña o la sierra se fortalecen como destinos apacibles y deseables. Por sus valores paisajísticos, climáticos y culturales, pueblos serranos de la Provincia de Córdoba, ciudades balnearias de la Provincia de Buenos Aires y un conjunto de localidades patagónicas se han convertido en los sitios más consultados en portales de bienes raíces. Pero ¿qué ocurre cuando los migrantes finalmente arriban a estas localidades? ¿Qué transformaciones, fricciones y adaptaciones ocurren en el espacio, los objetos y las personas? Nuestros estudios revelan algunas problemáticas que, en el contexto actual, pueden iluminar los desafíos que enfrentamos.

Fantasías y realidades

Una de las primeras áreas de conflicto que detectamos es que las fantasías que impulsan la salida de las metrópolis chocan con una realidad no contemplada. Al no encontrar lo que esperaban, muchos migrantes caen pronto en la frustración o el arrepentimiento, haciendo más complejo el vinculo con sus nuevos lugares de residencia. Además, quienes abandonan las metrópolis lo hacen cargando “lo urbano” en sus prácticas cotidianas, y en muchas ocasiones, reproduciendo aquellos “males” que los motivaron a alejarse. Por lo general, son personas que no siempre están dispuestas a renunciar a las prestaciones a las que estaban acostumbrados, y que arrastran un mercado de servicios tales como gimnasios, peluquerías caninas y malls. Sus prácticas urbanas van abriendo conflictos ambientales y dejando marcas materiales y simbólicas en la región, ya que se altera la “esencia paisajística y social del lugar” a la vez que se despiertan disputas identitarias.

Una segunda problemática se da en la sociodinámica del encuentro con la sociedad receptora. Los metropolitanos suelen imaginar el paisaje local como un territorio puro y natural, pero suelen omitir del relato a los nativos, tanto en su dimensión histórica como presente, y tejen sus lazos cotidianos sólo con quienes comparten trayectorias, reconociéndolos como únicos pares y generando una especie de “rivalidad por la autoridad simbólica” del lugar frente a los residentes más antiguos.

Quienes reciben a los migrantes, por su parte, observan algunas virtudes en este flujo, como el desarrollo económico y la llegada de ciertos servicios, pero muchos otros temen las transformaciones irreversibles de su entorno. Estas tensiones se cristalizan, por ejemplo, en las maneras de etiquetarse entre nuevos y viejos habitantes: “recién llegado”, “porteño”, “paisas”, “lugareños”, “nacidos y criados”, “migrante”, que emergen como nuevas formas del encuentro, estableciendo así un criterio ad hoc para distinguir la autoctonía de la forestería, la que se vuelve una distinción también valórica.

En el marco del Covid-19, las fantasías de huida, pero también los miedos anudados al aluvión metropolitano, se han acentuado. Las discusiones no sólo se centran en la potencialidad destructiva del coronavirus, sino también en la posibilidad de ese otro virus moral que parecerían portar aquellos que habitan la gran ciudad: el virus del consumo, del capitalismo, la descortesía, el anonimato y la anomia. El arribo de los urbanitas a las pequeñas y medianas localidades es percibido por los locales como un “verdadero peligro”, “una invasión” y “una amenaza”, no sólo para los patrimonios culturales inmateriales, sino también para los arquitectónicos, paisajísticos, e incluso para su “patrimonio biológico”, que demandan clausura y purificación en pos de su protección y defensa.

El discurso antimigratorio que aflora ante el afuerino promueve el despliegue de tecnologías de control para prevenir el ingreso del virus, tales como la solicitud de testeos sanitarios, permisos de circulación e hisopados de control. Fuera del sistema público, los ciudadanos también aplican estrategias informales e incluso ilegales de protección como los piquetes, para impedir la llegada de cuerpos contaminados o al menos sospechosos.

Convivencia

A la hora de pensar en un futuro posible, las opiniones están divididas. Por un lado, en los relatos nativos, existe la sensación fantasmagórica de un “aluvión urbano” que pronto llegará a invadir sus paraísos inmunológicos. No obstante, aquellos que tienen gran parte de su economía atada al turismo se expresan perplejos ante la coyuntura y vaticinan pronósticos ambivalentes: “se viene una muy buena temporada de verano porque mucha gente de la ciudad va a querer venir” y “nos estamos preguntando cómo prepararnos para todo lo que se viene. Este pueblo sin turismo se muere”.

Más aún, desde la cuarentena han surgido nuevas estrategias colaborativas que buscan aprovechar la coyuntura para reactivar algunas prácticas ancestrales vinculadas con la economía familiar y regional, y “enmendar el rumbo” que ha tomado el territorio por el capitalismo, la industrialización y la migración metropolitana. Entre estas prácticas destacan la puesta en valor de la actividad agrícola tradicional, la reactivación de huertas barriales, la agroecología, el fortalecimiento de mercados de cercanía o las redes colectivistas de productores.

Por último, un tercer nodo de conflictos tiene que ver con la capacidad estructural de los territorios de acogida para recibir a la población migrante. En países como los nuestros, los recursos se suelen concentrar en las metrópolis y la llegada de nueva población al interior rara vez se acompaña de mejoras en infraestructura. Los procesos de urbanización se aceleran con la llegada de condominios residenciales y arquitecturas para el turismo, que compiten por suelo y agua produciendo cambios profundos los usos de la tierra y desplazando, en muchos casos, a los “nativos” por el alza en los precios de suelo. Se instalan semáforos, se construyen autopistas y los nuevos residentes recargan los sistemas educacionales y de salud locales. Esta situación se complejiza aún más en las condiciones sanitarias actuales, dado el aumento de la demanda para recursos como el agua, bienes de cuidado, capacidad hospitalaria y personal de salud capacitado.

Los desafíos, como puede verse, son complejos y variados, y tanto los ciudadanos como las autoridades deben colaborar para responder a las expectativas de cada quien, respetando los diversos modos de vida, tejiendo redes de convivencia, cuidando los patrimonios instalados y garantizando las condiciones necesarias para llevar una buena vida.

(*) Los investigadores

Luciana Trimano. Investigadora del Conicet, en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS - CONICET y UNC). Licenciada y doctora en Comunicación Social (Universidad Nacional de Córdoba). Focaliza su trabajo en un grupo de pueblos rurales y ciudades pequeñas del valle de Traslasierra, provincia de Córdoba.

Lucía de Abrantes. Socióloga, Magíster en Antropología Social, becaria y doctoranda en Antropología por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Docente universitaria, participa del programa “Migraciones y transformaciones sociales en aglomeraciones medianas y pequeñas”. Aborda las peculiaridades de las ciudades balnearias y turísticas (caso de estudio: Villa Gesell, provincia de Buenos Aires).

Ricardo Greene. Sociólogo, magister en Urbanismo y PhD en Antropología por Goldsmiths, University of London. Director de la revista y editorial Bifurcaciones y miembro del colectivo Cosas Maravillosas. Investiga sobre ciudades no metropolitanas chilenas

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Redacción Mayo

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