Entrevista a Nicolás Wolovick

“El poder entre las plataformas digitales y los usuarios está muy desbalanceado”

Informático, doctor en ciencias de la computación, Nicolás Wolovick dirige la “Supercomputadora” de la Universidad Nacional de Córdoba, y reflexiona en este diálogo sobre la vigilancia, privacidad de la información y el uso de datos. Por Darío Sandrone

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27-01-2022

Nicolás Wolovick, comenzó a interesarse en la informática en la década de 1980 a partir de lo que se conoce como “la revolución de las microcomputadoras”. A los 8 años, junto a su hermano que tenía 10, tomo un curso de Basic, como se conocía al conjunto de lenguajes de programación Beginners' All-purpose Symbolic Instruction Code (en castellano: 'Código simbólico de instrucciones de propósito general para principiantes), y luego siguieron aprendiendo de forma autodidacta a través de unos “libritos” o, como prefiere decirlo, “ayudados por personas que escribían cosas y fueron mis maestros”. 

Una adolescencia retraída creó las condiciones para que pasara miles de horas frente a la computadora. En 1993, fue parte de la primera cohorte que ingresó en la linciatura en Ciencias de la Computación de la Famaf (Facultad de Matemática, Astronomía y Física, de la UNC). Luego se doctoró en Ciencias de la Computación. Desde hace 25 años es docente en esa facultad, y actualmente su tarea principal la desempeña como director del Ccad UNC (Centro de Computación de alto desempeño de la Universidad nacional de Córdoba), más conocida como “la Súpercomputadora de la UNC”. Allí dirige a un grupo de investigadores e investigadoras que, aunque no reciben un sueldo específicamente por esa tarea, trabajan para que la universidad cordobesa tenga el mayor poder de cálculo posible. 

 

- ¿En qué consiste tu tarea y para qué se utiliza o utilizará esta “Supercomputadora”?

-Gestiono los recursos para dar más poder de cómputo a la UNC y a todo el sistema científico y tecnológico nacional. Básicamente, buscamos incrementar el presupuesto y, sobre todo, generar demanda. Eso es muy importante porque en Argentina el HPC (por sus siglas en inglés: High Performance Computing) aún no ha “buteado” (españolización de “boot”, arrancar, iniciar): hay que buscar a la gente que lo necesita e incentivarlos a utilizar estos recursos. 

 

- ¿De qué recursos estamos hablando; qué es lo que ofrecen concretamente? 

- Tenemos cuatro clústeres, o grupos, que se llaman Mendieta, Eulogia, Mulatona y Serafín, y son utilizados para diferentes actividades de todo el sistema científico nacional, con una capacidad agregada que supera 200 TFLOPS, es decir 200 billones (millón de millón) de operaciones matemáticas por segundo. En agosto inauguramos Serafín, la máquina más ponente que tenemos con 130 TFLOPS de potencia de cálculo en procesadores EPYC de AMD. Fue un negocio muy bueno para el Estado, conseguimos un precio increíble. Ya funciona a pleno.En estas computadoras se corre software científico de las más diversas disciplinas. En este momento la computadora es un laboratorio virtual, las simulaciones son modelos mucho más finos que los modelos matemáticos y que aproximan mejor a la realidad.

 

- ¿Qué ventajas, qué servicios le puede traer a alumnos, docentes, investigadores y la comunidad en general? 

- No es posible planear ciencia bien hecha sin contar con supercomputadoras. En la actualidad cualquier departamento/facultad del mundo en áreas tan diversas como Biología, Astrofísica, Computación, entre otras, tiene que ofrecer a sus investigadoras e investigadores un lugar tranquilo para trabajar (pre-pandemia claro), estudiantes, papel, lápiz, bibliografía, buena internet y acceso a una supercomputadora.

 

- ¿Existen otras universidades de Argentina que hagan esto, o cómo se inspiraron?

- Córdoba es un poco pionera en esto. En el 2010 se encendió Cristina, la primera supercomputadora académica de porte en la Argentina. Anteriormente, sólo puedo nombrar dos notables, Clementina (1962, UBA), Clementina 2 (2001, Ministerio Tecnología, la Ciencia y la Innovación Productiva). Por supuesto UBA (CABA), UNR (Rosario) UNL (Santa Fé), tienen sus supercomputadoras, pero como dije antes, no tener uno de estos equipos es estar detrás.

 

- ¿Cómo colectan/procesan la información?

-En los equipos de supercómputo que realizan simulaciones físicas, poblacionales, astronómicas, químicas, la gran mayoría de la información es el resultado de la simulación. Usualmente, una película de lo que pasó. Es tanto el poder de cálculo, que se generan muchos datos. No es raro generar varios terabytes de información en una simulación grande; es por eso que tenemos un servidor de archivos que no es extraordinario, pero está bien, unos 250 TiB que durante este año duplicaremos en capacidad. De todas formas, casi no tenemos información “Big Data”, o lo que comúnmente se entiende de eso, que es el resultado de interacciones humano-computadora. En algún sentido, toda la información que tenemos se puede re-generar corriendo nuevamente las simulaciones.

 

-Ampliando un poco la perspectiva, me gustaría preguntarte acerca de la vigilancia y el control que implican las computadoras, en las que registramos las actividades las personas y el uso de toda esa información. ¿Cuál es tu mirada?

 -Pensemos que la computación nace para manejar datos de personas. El gran boom que tiene la computación en las décadas de 1950 y 1960, cuando las computadoras eran absolutamente poco confiables, se rompían en todo momento, y la gente decía que debido a ellas se iba a reducir la cantidad de personal, cuando en realidad lo duplicaban. Aun así, las computadoras servían para manejar los datos. 

 

-¿Y qué ha cambiado desde entonces hasta ahora?

-Simplemente, que la cantidad de computadoras, el poder de esas computadoras, la capacidad de transmisión y comunicación de esas computadoras, y la capacidad de almacenamiento de esas computadoras, ha aumentado exponencialmente. Lo que pasa es que a los humanos nos cuesta muchísimo comprender lo exponencial. Y con el tiempo, la digitalización será cada vez mayor. En los '80, los bancos tenían digitalizado sólo el Backend (base de datos, el servidor), pero el Frontend (interacción con los usuarios) era un cajero humano que anotaba planillas que, al final del día, eran tipeadas por graboverificadoras en una computadora. Algunos bancos, incluso, no tenían computadoras y las alquilaban. Hoy, todo, pero todo, es digital. De hecho, mi voz que entra al micrófono (la entrevista fue vía audios WhatsApp), y en cuatro pasos de chips, ya es digital. Algo analógico, muy rápidamente se convierte en digital por la multiplicidad de sensores. Esto también es un punto importante: la sensibilidad de todos los dispositivos aumentó de manera impresionante. Hablo de cámaras, micrófonos, antenas.

 

-¿Cuánto de verdad y cuánto de mito hay en esto de que hoy todos podemos ser identificados, controlados, vigilados? 

-Bajo esta idea de exponencial, la cantidad de datos que se generan es monstruosa. No aprovechar esos datos, sería un error. Y desde una visión capitalista, sería desperdiciarlos. Entonces, ¿estamos siendo vigilados, monitoreados, a través de esos datos? Sí, por supuesto. Porque, además, ese es el valor que genera. ¿Quién paga Whatsapp? (se ríe)... hay sueldos del personal, mantenimiento de los servidores, el mantenimiento de los links, hay que pensar nuevos productos, hay que diseñar User Interface (interfase con el usuario) y User Experience (experiencia del usuario). Bueno, todo eso se paga con estos datos. Confiamos que están encriptados y no están escuchando esta comunicación, pero sí están registrando que te mando un audio a las 7PM, desde mí hacia a vos, y a través de otras triangulaciones se puede obtener mucha información. Entonces, sí, de manera indirecta nos están vigilando. 

 

-Y así, con todas las redes...

-También hay que entender que hay plataformas cuyo valor primario son los datos de los usuarios y toda la interacción entre los usuarios, más allá de que no te vendan ni compres nada. Facebook necesita interaccionar para luego venderte publicidad. Google también es otra plataforma de publicidad. ¿Cuál es el valor que ellos sacan de los datos? Muchísimo. Primero, saber cuáles son tus gustos y preferencias, y después, tratar de monetizar toda esa información que vos metiste, para generar capital. 

 

-¿Hasta qué punto podemos tener cierta intervención en todo ese proceso que desconocemos?

-Bueno, yo creo que ese es el punto importante: hay que aprender a tomar control. Está muy desbalanceado el poder, demasiado. Es muy asimétrico el poder entre las plataformas y los usuarios. Ese es parte del problema: plataformas gigantes que contienen información a nivel global. Hace poco, una abogada logró ganarle un juicio a Facebook, porque WhatsApp (que también es propiedad de la firma) había cambiado los términos y condiciones, entre 2020 y 2021, y resultaban abusivos. Entonces, hay de todo. En este momento, este browser (navegador) está almacenando cookies (tomadores de datos), que básicamente dejan una marca en mi computadora y luego otra pestaña los puede tomar y utilizar esa información. Ya es un estándar tecnológico que posibilita la vigilancia, que tiene consenso entre los técnicos, que están todos muy de acuerdo y nadie discute. 

 

-¿Nadie puede hacer algo al respecto? ¿Qué rol cumplen los Estados en estas cuestiones?

-Uno puede configurar esos estándares y modificarlos en su navegador para, básicamente, navegar en modo incógnito. Eso ayuda mucho. O usar “anonimizadores” de tráfico de internet. Pero eso sería una medida muy tecnológica e individual. Supongo que lo que hay que pensar es cómo el Estado regula este movimiento de datos, de información; cuánta capacidad de extraer datos de los ciudadanos deben tener las empresas privadas y las grandes plataformas; qué hacen con esos datos; cómo es la privacidad, la seguridad informática, porque en última instancia esos datos son nuestros. Hay un montón de aspectos que no están ni siquiera explorados. 

 

-El tema es que dejar datos guardados en las aplicaciones es, también, cómodo para el usuario, que se ahorra tiempo en registros y ayuda a que los algoritmos encuentren lo que fue a buscar. ¿Cuánto de los datos que ponemos son necesarios para la función y cuánto, para fines comerciales, o más “espúrios”? 

-Parecería que hay un tradeoff (compensación) entre usabilidad y privacidad, aunque también puede ser un modo de potenciar las herramientas de trazabilidad. Por ejemplo, Google te ofrece guardar todos los passwords (claves) en la nube, y hay que recordar que “la nube” es la computadora de otros; la nube como tal, no existe. También, para resguardar la privacidad, las podrías guardar local, encriptado, en un disco duro externo, en una cajita en un lugar que sabés que no se va a prender fuego. Que a los ciudadanos no les interesen los derechos sobre sus datos, que no quieran saber computación o piensen que es difícil, es parte de la idea: que haya pocos y pocas gurúes, y el resto no sepamos cómo funciona. Hay otro problema ahí también: una connivencia muy grande entre la electrónica y su voracidad por ocupar el mundo, y los fabricantes de software (programas), para que cuando te compres una computadora nueva, apretando un botón tengas lo mismo que lo que tenías, gracias a todo ese volumen de información que pusiste. En cierta forma, es una vuelta de rosca más a la obsolescencia programada, al “tirar y comprar”, al tener lo último que sale. 

 

-Parece bastante redondo el círculo. ¿Qué problemas en cuanto a ciudadanía y derechos conlleva esto?

-Desde mi mirada de docente, es un problema de educación que la sociedad civil no se organice y no reclame sus derechos básicos sobre privacidad de datos y sobre el conocimiento de cómo funcionan estos dispositivos que almacenan, transmiten y computan. Y va a tardar mucho en cambiar. Pero tiene que cambiar, porque no se puede seguir viviendo dependiendo de tres o cuatro plataformas a nivel global que computan todos nuestros datos. Es complejo a nivel de ciudadanía. Pensá que se cae Google tres días y... ¿qué hacemos? De vez en cuando hay que hacer ese ejercicio y saber cuáles son nuestros planes alternativos. 

 

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Redacción Mayo

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