CARNAVALES

La Fiesta del Pueblo

Desde hace 13 años, Argentina volvió a celebrar el Carnaval con un doble feriado oficial. Una fecha que no sólo es una marca fuerte del calendario, sino que se trata de una ceremonia popular como pocas en todo el país. Por Laura Giubergia

carnavales
carnavales carnavales
18-02-2023

Ilustración de Daniel "Pito" Campos.

En 1899, las calles de Río de Janeiro enloquecieron bailando la música que inauguró la historia del carnaval carioca. 

Esa gozadera se llamaba O abre alas: un maxixe, invención musical brasileña que se reía de las rígidas danzas de salón. 

La autora era Chiquinha Gonzaga, compositora desde la infancia. 

A los dieciséis años, los padres la casaron, y el marqués de Caxias fue padrino de la boda. 

A los veinte, el marido la obligó a elegir entre el hogar y la música: 

No entiendo la vida sin música —dijo ella, y se fue de la casa. 

Entonces su padre proclamó que la honra familiar había sido mancillada, y denunció que Chiquinha había heredado de alguna abuela negra esa tendencia a la perdición. 

Y la declaró muerta, y prohibió que en su hogar se mencionara el nombre de la descarriada. 

Febrero 3. El Carnaval abre alas, Eduardo Galeano, Los hijos de los días 

“El carnaval abre alas”, enseñaba Eduardo Galeano, el eterno enamorado que nunca dejó de escribirle a América latina. 

El carnaval, cuenta la leyenda, siempre fue una respuesta desconsiderada hacia aquellos que pretendían encorsetar a la sociedad. Cuando la alegría se democratiza. La fiesta de todos. El carnaval marca el calendario como pocas fechas, pese a que el año recién se está desperezando. 

Su nacimiento estuvo marcado por la Iglesia Cristiana. El Carnaval fue la respuesta popular al Miércoles de Cenizas, fecha que marca los 40 días antes de Pascuas. Cuarenta días en los que en aquel tiempo todo era restricción. Por ello, se gozaba como si fuera la última vez el lunes y el martes antes del Miércoles de Cenizas. 

Ya en la formación del Estado Nación, el Carnaval marcó las históricas diferencias entre Juan Manuel de Rosas y Domingo Sarmiento, la primera gran grieta argentina.  

“Durante la primera y segunda gobernación de Juan Manuel de Rosas -entre 1829 y 1852- por decreto, se censuró, se castigó y se prohibió dicho festejo hasta 1854, año en que el gobierno de Buenos Aires autorizó la realización de bailes de máscaras y juegos de agua”, cuenta el Ministerio de Cultura de la Nación

“En 1845, Domingo Faustino Sarmiento emprendió un viaje de dos años que lo llevó a recorrer varios países del mundo (…) En Italia participó de los carnavales, conoció las clásicas máscaras venecianas y quedó atraído por la idea del anonimato de los disfraces como forma de borrar, por un instante, la desigualdad de clases sociales (…) Enamorado de esas celebraciones, durante su presidencia, en 1869 promovió el primer corso oficial de la ciudad de Buenos Aires. Sarmiento participaba activamente de estos festejos junto a las murgas y comparsas, compuestas principalmente por afrodescendientes, que eran una de las mayores atracciones. También lo eran la elaboración de disfraces y máscaras que intentaban igualar, sin distinción, a todos los participantes”, continuó el repaso histórico. 

Se trató en aquel tiempo de una fiesta popular en la que sobresalía la alegría de los afrodescendientes, que encontraban en el baile, los disfraces y la música un modo de reivindicar una identidad tantas veces negada. 

Terminó por ser, acaso, una de las últimas muestras públicas de toda una generación que luego la Historia intentó eliminar del discurso oficial, en una política de “blanquización” que hasta hoy continúa derramando discriminación y estereotipos fronteras adentro. 

Fueron los porteños, primero, y luego los descendientes de los barcos europeos, los que continuaron la tradición de festejar el Carnaval. 

Las murgas porteñas comenzaron a dejar de lado el candombe para introducir un ritmo propio, producto de la nueva composición social. Pero la esencia continuaba siendo la misma: la fiesta de las máscaras que igualaba.  

Como los guardapolvos en los colegios públicos, los disfraces de Carnaval tenían, en su génesis, el propósito de borrar cualquier huella económica que pudiera generar alguna barrera comunitaria. Claro que las clases altas siempre se las ingeniaron para tener sus propios bailes, lejos de la muchedumbre populosa.

Al igual que lo hizo la dictadura franquista en 1937, el gobierno militar que tomó por asalto el Estado argentino en 1976 también ordenó prohibir esta celebración del pueblo. 

“A partir de 1983, a pesar de que sólo habían sobrevivido una decena de murgas, el fenómeno carnavalesco continuó con mucha fuerza en los barrios y volvió a ganar el espacio público hasta que, en 2010, se restituyeron oficialmente los feriados nacionales del lunes y martes de Carnaval”, se completa en el racconto histórico oficial. 

En ese momento, se oyeron críticas de todo tipo. Hoy, la sociedad ya sabe que el Carnaval es una bisagra en el calendario y una gran oportunidad para que reine la alegría o, tal vez, sólo para tomar un descanso. Pero, sobre todo, se trata del momento del año en el que la comunidad puede intentar levantar vuelo con sus propias alas de felicidad. 

Suscribite al newsletter

Redacción Mayo

* no spam