Diálogos de Mayo / Alicia Stolkiner

“La pandemia nos dejó una sensación de desesperanza y aún estamos elaborando las defensas”

La especialista en salud pública y salud mental Alicia Stolkiner sostiene que nadie se salva solo de un episodio traumático colectivo que además aceleró la desigualdad, y que éste es el momento de generar redes. Por Cris Aizpeolea

alicia stolkiner
alicia stolkiner RM
03-10-2022

Alicia Stolkiner completó la carrera de Psicología en la Universidad Nacional de Córdoba en poco más de tres años, en 1972, con el promedio más alto de su promoción. Había ingresado en 1969, el año del Cordobazo, lo que convierte ese dato histórico-académico en un hito clave de su inabarcable biografía. Algo “en consonancia con la velocidad que el tiempo y los acontecimientos adquirieron en esa época”, como lo resumió en un reportaje, donde narra cómo cultivó una postura irreverente y no dogmática hacia cualquier disciplina, su paso por el Equipo Internacional de Salud Mental México-Nicaragua o su experiencia en el Doctorado Internacional en Salud Mental Comunitaria. 

Investigadora, directora de tesis doctorales y posdoctorales en Argentina y en el exterior, doctora honoris causa de la Universidad Nacional de Entre Ríos y titular de la cátedra de Salud Pública y Salud Mental de la Facultad de Psicología de la UBA, Stolkiner acaba de publicar Prácticas en Salud Mental (Editorial Noveduc), donde condensa más de 30 años de recorrido profesional en el ámbito de la salud pública y la salud mental.

En su apretada agenda, Stolkiner se hizo lugar para este generoso diálogo donde plantea su visión del mundo y afirma que las críticas a la Ley de salud mental forman parte de un embate político (ver aquí). También se explaya sobre los efectos socioeconómicos de la crisis sanitaria, traza un panorama de las poblaciones que resultaron más afectadas (leer aparte) y sostiene en más de una oportunidad que la salud mental es política. 

Apenas iniciada la pandemia, por su experiencia con poblaciones en situación de tensión colectiva, fue convocada por el Ministerio de Salud de la Nación para aportar su mirada de experta. Justamente de allí comenzamos a tirar el hilo.   

-Recuerdo un video de esos primeros meses donde planteaba que todos estábamos atravesando una situación de duelo y recomendaba estrategias de cuidado colectivo para preservar la salud mental. Lo recuerdo especialmente porque en ese momento, las redes compartían tips para “salvarse” y pasar la pandemia lo mejor posible.

-Los estudios previos que tomé para responder en esa época con hipótesis frágiles, con supuestos, con primeras enunciaciones ante una situación absolutamente inédita, tenían que ver con la experiencia con poblaciones sometidas a situaciones traumáticas, como guerras, terror de Estado o catástrofes, y también, con un periodo de investigaciones  de la cátedra de Salud Pública y Salud Mental de la Facultad de Psicología de la UBA sobre problemáticas de salud mental en situaciones de crisis económicas y de hiperinflación.Y yo  decía que teníamos que tener en cuenta el enorme esfuerzo adaptativo que estábamos haciendo todos por la alteración radical de nuestra vida cotidiana, tanto individual como colectivamente. El personal de salud no tenía las herramientas conocidas para curar y atender esta enfermedad, pero nadie estaba preparado para que, de golpe, todo lo que era nuestra rutina, nuestra vida cotidiana, las formas de organización del tiempo, del esparcimiento, de la vinculación con los otros, de los cuidados a interior del hogar, se viera radicalmente transformado. 

-Digamos que fue un duelo de carácter monumental.

-Yo planteaba lo del duelo, no sólo por la pérdida individual, sino porque en realidad el 31 de diciembre cada uno de nosotros había brindado y había pensado un proyecto, grande o chico, bien o mal, y acabábamos de descubrir colectivamente la imprevisibilidad y la pérdida de confianza en la realización de los proyectos. Lo planteé como un duelo frente a una forma de vida conocida, cierta conclusión de que la vida ya no iba a ser igual. Un duelo frente a las ilusiones de previsibilidad y manejo del futuro.

-Si algo dejó la pandemia fue una noción palpable de incertidumbre. ¿Cómo se procesa?

-Con la pandemia se ha caído un sueño de la modernidad: que el hombre dominaba la naturaleza. Chau con eso: la naturaleza se está empezando a vengar severamente de los daños que le hemos producido. También refutó que el hombre dominaba las enfermedades  transmisibles: probó que estamos muy expuestos como sociedad. En síntesis, a cada uno de nosotros, la pandemia nos demostró que eso que nosotros pensábamos de que la vida depende de nuestra voluntad individual, no es así. Aunque nos lo traten de vender todo el tiempo eso, no es así. Siempre hay que armar red, y esa red es una construcción en la que tiene que participar de alguna manera el Estado en una función de garante de derechos. Todo eso hace a la salud mental. La salud mental es política.

-A dos años de todo esto, ¿se puede intuir qué impacto ha tenido la pandemia en nuestra salud mental?

-Bueno, el poscovid es un tema; puede suceder que la pandemia no haya terminado. Pero ya cuando empezó a flexibilizarse la situación y hemos vuelto a vivir como si la pandemia hubiera pasado, incluso desde un poco antes también, notamos que se disparó la consulta en salud mental. Están rebasados los servicios. Aumentaron las consultas por niños pequeños y aparecieron una serie de problemáticas y de sufrimientos que van desde crisis de parejas, que incluso dicen en la consulta que durante la pandemia no la pasaron mal, a adolescentes y jóvenes que expresan angustia, temores, depresión. A mí no me gusta procesar el tema desde lo psicopatológico. Me da la impresión de que los grupos que estuvieron más vulnerados por la situación, son también los que mostraron más sufrimiento y para los cuales hay que pensar respuestas que no sean exclusivamente un tratamiento individual, aunque éste pueda ser necesario, o un tratamiento medicamentoso, sino también ver cómo generamos la respuesta social y colectiva a este tipo de problemática. 

-¿Qué pasó con los procesos personales?

-Los procesos personales se conmovieron profundamente. Nos ha cambiado la percepción de la temporalidad. Lo curioso es que ahora da la impresión de que las personas empiezan a reubicarse, y en ese reubicarse aparecen huellas de lo pasado, de lo que hemos atravesado. Justamente hoy estaba leyendo un artículo del New York Times sobre si la salud mental es política, y allí se preguntan si no estaremos tratando de dar una respuesta sanitaria a una problema que debe ser pensado de respuesta colectiva. Curiosamente ellos, vinieron a descubrir ahora que no se trata de dar tratamiento individual a todo el mundo, sino de ver cómo una sociedad procesa un episodio que ha sido terriblemente doloroso, un episodio traumático colectivo que además, en el caso de la Argentina, suma otro fenómeno de los que estudiamos como causante en sí mismo de una problemática severa de lazo social, como lo es un fenómeno inflacionario.

-No es la primera crisis económica que vivimos. De hecho mencionaba al comienzo de este diálogo los estudios de la UBA, ¿pero cómo incide la inflación en la salud mental de la gente?

-A diferencia de la crisis de 1989, no estamos en un momento de inflación e incremento de desempleo, pero sí de precarización del empleo. Todos estos factores influyen en las vidas y hay una tendencia muy fuerte a que el malestar producido por estas situaciones de fractura de un equivalente general como es la moneda o el salario (lo dice muy claramente Adam Ferguson en su libro Cuando muere el dinero), tienda a manifestarse de alguna manera. Y en eso hay cierta capitalización política en cuanto a poder identificar contra quién se descarga el malestar, porque es muy difícil enojarse con fuerzas que uno no puede identificar.

-¿Qué rol juegan los medios en la gestión de ese malestar? ¿Qué consecuencias tiene en el ánimo, en la calidad de vida de la gente, la sobreexposición a noticias casi siempre funestas? 

-La impresión que tengo de esa forma de comunicación estridente, gritona, que siempre genera un enemigo al cual hay que darle duramente, y de la sobreexposición a situaciones e imágenes de violencia, no sólo en noticieros sino en programas que supuestamente son de recreación, es que producen un impacto muy fuerte de generación de soledad, porque perjudican el lazo social en relación con los otros. Creo que hay algo muy tóxico en esa información, no sólo en los medios sino también en las redes. No uso mucho el término “calidad de vida”. Me gusta más un concepto del pensamiento médico social, de la salud colectiva latinoamericana, que es el “buen vivir” porque no tiene que ver con consumos o con la cantidad de bienes que uno acumula, sino con la calidad simbólica de armonía puesta en juego entre las personas, con los otros y con la naturaleza.

-Bueno, en el caso de la encuesta de la Fundación COLSECOR sobre la calidad de vida en pueblos y ciudades de Argentina, indaga precisamente en la relación de la gente con su entorno, y revela cuánto varía esa percepción entre comunidades chicas y grandes. El estudio lleva ya tres años y en esta última edición (ver aquí) muestra crecientes niveles de insatisfacción y de cansancio general. ¿Coincide?

-Creo que una de las características que marcó la pandemia y que nos sigue pasando a muchos es, justamente, una sensación de cansancio que viene acompañada también por una sensación, no sé si tanto de insatisfacción como de desilusión y, casi te diría, en muchos casos también, de desesperanza. Creo que todavía estamos elaborando las defensas, porque no es que pasó la pandemia y volvimos a una situación fácil o sencilla. Todo lo contrario. Todo se conjuga para que sea todavía una época oscura. Creo que estamos en presencia de una tormenta perfecta, lo digo en el mal sentido. La pandemia fue el episodio catalizador que aceleró la transformación de un sistema que estaba en un altísimo nivel de desequilibrio.

-¿Y cómo nos protegemos, cómo hacemos?

-Hace 15 días en el congreso de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM) presenté una conferencia que se llamaba “Amar la diversidad”. Estaba trabajando con varios autores  la idea del prójimo y empecé con un epígrafe de Freud, un texto que él escribió en 1915, en un contexto de guerra y de la epidemia de la gripe española que mató a millones de personas, entre ellas, a una hija de Freud. Y él dice: “Arrastrados por el torbellino de esta época de Guerra, solo unilateralmente informados, a distancia insuficiente de las grandes transformaciones que se han cumplido ya, o empiezan a cumplirse, y sin atisbo alguno del futuro que se está estructurando, andamos descaminados en la significación que atribuimos a las impresiones que nos agobian y en la valorización de los juicios que nos formamos” (de Consideraciones sobre la Guerra y la Muerte, 1915).

-Es muy impresionante ese texto, porque pasaron 100 años, pasó la globalización, la conectividad, una pandemia y parece escrito ayer.

-Realmente es muy impresionante. Estaba trabajando con distintos autores la idea del prójimo y la salud mental: renunciar a una idea de diferencia, que implica una cosa o la otra, para adoptar la de diversidad. Y aceptar que esa diversidad no me destruye a mí en mi identidad sino que va por un lazo amoroso. Lo contrario del amor es la envidia, que es la destrucción de la capacidad creativa del hombre, dice Melanie Klein. La envidia es siempre una pasión baja que arrastra tras sí las peores pasiones.

-¿El prójimo, la envidia y la salud mental, cómo llegamos hasta ahí?

-Muy fácil. Porque si uno renuncia a la idea de individuo, yo me constituyo en relación al otro, y mis derechos son los derechos del otro en cuanto yo soy el otro del otro. Sólo es posible una sociedad de derechos si vas ampliando estos derechos para el conjunto, porque si es sólo para un sector no son derechos, son privilegios. Lo mismo pasa con la salud mental. Cuando vos a una persona la reconoces como persona, eso en sí mismo es un factor de salud mental, porque te obliga a escucharlo y a posicionarte de otra manera. De lo que se trata es de construir una sociedad donde quepa lo diverso, y donde, como dice Judith Butler, no haya vidas que no merezcan ser lloradas.

-Será nomás, que la salud mental es política.

-Siempre, porque en algún lugar tiene que configurarse una red y una trama social que soporte a los que tienen más fragilidades.

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Redacción Mayo

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