INFLACIÓN

La larga historia de una (malsana) pasión argentina

El país ha tenido que lidiar con la cuestión inflacionaria. En la actualidad, en el primer trimestre de este año el termómetro del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) marcó la fiebre en 16,1%, mientras que en los últimos doce meses (interanual), marcó 55,1%. Por Jonathan Raed

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14-04-2022

Ilustración Chelo Candia

 

Estos números son impulsados principalmente por la suba en alimentos, que en los primeros tres meses de este año subieron un 21%, mientras que en los últimos doce meses se dispararon un 60%.

“En el único lugar donde no hay inflación, es el cementerio”, dice un viejo axioma de economistas heterodoxos. Significa que la inflación, en ciertos niveles tolerables y no destructivos, puede ser hasta un indicio de provechosa actividad, de que “la cosa se está moviendo”, siempre y cuando los salarios se ubiquen por encima. Para los más ortodoxos, representa el peor de los males. Destructiva o no, pocas veces Argentina estuvo exenta de este dolor de cabeza que por estos días es una migraña insoportable.

En 2007, cuando el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) fue intervenido y perdió credibilidad, nació el sitio web Inflación Verdadera, cuyo trabajo derivó en la creación del Billion Prices Project, en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), y luego en PriceStats, la primera empresa privada que usa precios online para estimar inflación en forma diaria. A los efectos de este artículo y para que los números no pierdan correlatividad, se tomarán los datos de ese trabajo, que a partir de datos oficiales y mediciones propias releva la inflación argentina desde 1943 hasta 2018 inclusive. Para los últimos años, se tomaron números del reestructurado INDEC.

 

Una cuestión histórica

Entre 1943 y 1945, la inflación interanual (acumulado de doce meses) se mantuvo en un dígito. Con la llegada de Juan Domingo Perón al poder, la inflación interanual se mantuvo entre el 10 y el 20 por ciento, de la mano de fuertes subas en los ingresos de los trabajadores, que recalentaron la economía. A partir de 1950, llegaron años de subas entre el 20 y el 30%, con picos que superaron incluso el 50%. A partir de 1953, hubo un fuerte retroceso inflacionario que se mantuvo en niveles estables hasta fines de esa década, cuando se desató una furia de precios: en 1959, cuatro años después de la caída del peronismo, la media interanual fue del 120%.

La calma llegó rápidamente y para inicios de 1961 se volvió a una interanual de un dígito. También duró poco. A mediados de los 60, aun con bonanza económica, comenzó una nueva escalada y la evolución de los precios superó el 30%. La montaña rusa bajó para fines de esa década y volvió a un solo dígito.

Mara Pedrazzoli, economista miembro de la agrupación feminista Paridad en la Macro, apuntó en diálogo con Redacción MAYO: “El problema de la inflación lo tenemos desde que ingresamos al sistema capitalista con el modelo agroexportador, acentuado en la posguerra. No es para nada nuevo”.

 

La primera hiperinflación

En los 70, llegó primer gran desastre. A inicios de la década, hubo fuertes subas y la inflación se fue al 50, 60, 70 y hasta el 80% interanual. A mediados de 1975, el número volvió a ser de tres dígitos, con el tristemente célebre Rodrigazo. Para fines de ese año, ya superaba el 300%. Con la llegada de la Junta Militar al poder y de José Alfredo Martínez de Hoz al ministerio de Hacienda, 1976 no fue mejor: las recetas liberales como la famosa “tablita” derivó en una hiperinflación galopante que promedió casi un 500%, con picos superiores al 700%. Luego, comenzó a bajar, aunque los tres dígitos persistieron hasta entrado 1980.

La década del 80 fue inflacionaria en su totalidad. Estuvo por encima del 100% desde el inicio y en casi todo momento. En 1983, Raúl Alfonsín asumió con un galopante 400% y no pudo bajarlo. Todo lo contrario; al año y medio de gobierno, la inflación pasó a ser de 4 dígitos, con un pico de 1.100% interanual. En ese sentido, el mejor año fue 1986, cuando la inflación se desaceleró y finalizó con un 80% (número que hoy sería desesperante, pero que en ese entonces era un alivio). Alfonsín dejó el gobierno con un 1.400%.

Carlos Menem asumió en julio del 89, cuando la interanual fue superó el 3.600%. En diciembre de ese año, llegó al 4.900%. En 1990, se inauguró un nuevo hito: inflación de 5 dígitos, por encima del 10.000% y con picos de 20.000%. Ya nada tenía sentido.

Para Pedrazzoli, el tipo de cambio es el factor predominante de la inflación. “A partir de una devaluación brusca, la evolución de precios se espiraliza a toda la economía. Tenemos un perfil exportador muy primarizado e industrias muy dependientes de insumos importados. Todo eso hace que lo que se llama “passthrough cambiario” (la transmisión de las variaciones en el valor del dólar a los precios) sea más sensible que en otros países”, apuntó.

Los precios internacionales rigen también de manera local para los productos de exportación, ya que los exportadores no venderán sus productos en el país, si en el exterior se los pagan mucho más caros. “Argentina exporta alimentos, que tienen una incidencia predominante en la canasta de cualquier familia. No es lo mismo tener dolarizado el precio de los alimentos que el del cobre, por ejemplo. La devaluación pega más a los que exportan commodities alimenticias. En otros países, una devaluación es expansiva, como en China porque hace que sus exportaciones sean más competitivas. Como nosotros no competimos en el segmento industrial, tenemos el efecto más recesivo que es la inflación”, explicó.

 

Del “1 a 1” a la dinámica inflacionaria

Con la llegada de la convertibilidad y del “1 a 1”, la inflación se pinchó rápidamente y dejó de ser un problema por diez años, hasta 2002.

Con la salida de la convertibilidad y el shock devaluatorio del gobierno de Eduardo Duhalde, la inflación resurgió de las cenizas y en apenas unos meses se colocó en un 40%. En 2003 y 2004, volvió la calma y el número a un solo dígito. El dólar comenzó a jugar otra vez como termómetro principal. En uno o dos dígitos, la evolución interanual de precios se mantuvo por debajo del 20% hasta 2007, el año de la intervención del INDEC.

Sin embargo, se mantuvo entre un 15 y un 25% hasta 2014, cuando un nuevo shock devaluatorio la llevó al 40%. El kirchnerismo terminó su tercer mandato con un 27%.

En el primer año del gobierno de Mauricio Macri, con el INDEC en vías de reconstrucción, la citada estimación privada colocó a la inflación en 35% para 2016; en 25%, para 2017; y en 47%, para 2018, producto de una nueva devaluación.

En 2019, ya con datos del renovado INDEC, Macri dejó el gobierno con un 54% de inflación. El primero de Alberto Fernández contó con la “ayuda” de la pandemia y del aislamiento, que plancharon precios y dejaron a la interanual en 36%. En 2021, volvió a pegar un salto, aunque sin devaluación brusca de por medio, para llegar al 51%.

Para Pedrazzoli, la segunda cara importante de la inflación se llama Régimen de Alta Inflación (RAI). “Tiene que ver con una dinámica propia de la inercia inflacionaria. No hay necesariamente un efecto de shock y la inflación es lo suficientemente alta como para explicarse a sí misma. Ocurre cuando tenés una dinámica de 'aumentar por las dudas' porque reina la incertidumbre. Ahora, estamos un poco en eso. Hay un comportamiento especulativo o cuanto menos precautorio que está muy arraigado. Ante la duda, nadie se va a quedar atrás. Eso está pasando estos días”, advirtió.

 

Sin fórmulas ganadoras

Resumidas cuentas, en los últimos 50 años (1971-2021), hubo 20 años en los que la inflación anual superó el 50% (2 años de cada 5). De esos, hubo 14 años en los cuales el número fue superior al 100%. De la misma forma, en los últimos 50 años, solamente en 11 años la inflación fue menor al 10%; de esos, 3 años fueron con deflación (99, 2000, 2001), en contexto de crisis recesiva tan profunda que los precios retrocedieron. Los últimos años con inflación menor al 10%, sin recesión, fueron 2003 y 2004.

En los últimos diez años, han pasado distintos gobiernos, con distintas miradas, más o menos ortodoxas, pero ninguno logró reducir los niveles de inflación. “Cada episodio tiene sus particularidades. Quizás, se puede decir que en todos estos casos la política aplicada para reducir la inflación no fue lo suficientemente multicausal. Por ejemplo, apreciar el tipo de cambio es recomendable, pero si además se aceleró la pauta salarial el resultado va a dar inflación. En el macrismo, se redujo la base monetaria, pero hubo una suba de tarifas muy grande y, si no hacés algo para contrarrestarlo, vas a tener inflación”, analizó Pedrazzoli y alertó: “La convertibilidad de los 90 frenó la inflación apreciando el tipo de cambio, pero la realidad mostró que había que mirar también otras cuestiones porque la economía no funcionó para gran parte de la sociedad”.

“Hay un momento en que se debe resolver quién va a asumir las pérdidas. Alguien tendrá que asumir el costo de frenar la inercia y ahí es la política la que definirá ganadores y perdedores”, concluyó la economista.

 

Inflación VERSUS Salarios, la pelea de fondo

Los gobiernos con política económica ortodoxa suelen atacar a los salarios para anclar la inflación. Los más heterodoxos aseguran que la inflación no es un problema, en cuanto los salarios no pierdan (es decir, en cuanto no se convierta en un problema distributivo).

Entonces, ¿qué pasó con los salarios en las últimas décadas? Como punto de partida para la comparación, tomaremos fines de 2001, cuando renació la inflación, tras la caída del gobierno de Fernando de la Rúa.

Según datos del Ministerio de Trabajo basados en la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que realiza el INDEC, entre fines de 2001 y fines de 2021 la remuneración promedio tanto del trabajo registrado como no registrado pasó de $ 573 a $ 49.218; es decir, un crecimiento del 8.489%. En paralelo, la inflación acumulada del mismo período (siempre según PriceStats) fue del 10.679%. Así las cosas, en los últimos 20 años hubo una pérdida del poder adquisitivo del 26%.

Al desglosar los datos de los últimos 20 años, se pueden apreciar tres momentos bien diferenciados. Entre fines de 2001 y fines de 2003, la inflación fue en alza (46% acumulada) y las remuneraciones, por el piso (13%). La caída del poder adquisitivo fue de 33 puntos porcentuales (pp), equivalentes en este caso al 254% de pérdida de poder adquisitivo. Una masacre.

Entre fines de 2003 y fines de 2013, la remuneración media registrada y no registrada creció un 673%, mientras que la inflación del período fue del 461%. Una suba real del 46%.

Entre fines de 2013 y fines de 2021, la ecuación fue muy distinta. La inflación acumulada del período fue de 1.216%, mientras que la evolución salarial fue del 885%. Una caída real del 37%.

 

Con más dureza en la pobreza

La inflación golpea con mayor dureza en los estratos más pobres de la sociedad. Sobre todo, cuando la misma es impulsada por los precios de los alimentos, componente principal de las canastas que utiliza el INDEC para medir los niveles de pobreza e indigencia.

En los primeros dos meses de este año, la inflación de la Canasta Básica Alimentaria (CBA - se usa para medir la indigencia) tuvo una alarmante alza del 13,6% (4,2% en enero y 9% en febrero). En tanto, la Canasta Básica Total (CBT - se usa para medir la pobreza) creció en el mismo período un 10,1% (3,3% en enero y 6,6% en febrero).

En tanto, la inflación general de estos dos meses fue del 8,8% (3,9% en enero y 4,7% en febrero). O sea, si bien en todos los casos es alta, la inflación de los más pobres es aún más alta. La misma tendencia se puede apreciar en los últimos 5 años, con excepción de 2021.

Entre 2017 (cuando el INDEC retomó las mediciones) y 2020 inclusive, la inflación de los más pobres fue siempre por encima de la general. En el acumulado de esos años, la general fue del 285%, mientras que la canasta de pobreza creció un 312% y la de indigencia, un 315%.

En 2021, la general le ganó tanto a la CBA como a la CBT: fue del 50,9%, contra un 45,3% y un 40,5%, respectivamente. Aun así, en el acumulado 2017-2021, la general fue del 482%, con lo cual quedó apenas por encima del 478% de la canasta de pobreza y todavía por debajo del 503% de la canasta de indigencia.

En esos años, la evolución del Salario Mínimo Vital y Móvil -de gran incidencia en los sectores más vulnerables- fue del 331%; es decir, muy por debajo de la inflación de la indigencia, de la pobreza y de la general.

Isaac Rudnik es director del Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (ISEPCi), que se dedica a medir el impacto de la inflación en los sectores más vulnerables de la sociedad. “El mayor incremento está en el Conurbano bonaerense y eso repercute en los niveles de pobreza. Esto choca de frente con las permanentes explicaciones y anuncios con respecto a que el crecimiento de la economía está generando una mayor oferta de empleo y eso da como resultado una mejora en la situación de los sectores de menores recursos”, planteó y agregó: “Incluso, choca con todo este discurso de que no hace falta incrementar las asignaciones sociales y asistencia de planes sociales como el Potenciar porque ya hay una demanda de trabajo que permite ocupar un lugar cada vez más significativo en el crecimiento de la economía”.

En el Conurbano en particular, la incidencia de la pobreza y la indigencia es efectivamente mayor: según el último informe del INDEC (a diciembre de 2021) el 42,3% de las personas que viven en el Conurbano es pobre (contra el 37,3% nacional) y el 10,5% es indigente (contra el 8,2% nacional). “Estos números nos plantean una situación bastante complicada; cuando aumentan los alimentos de primera necesidad, golpea sobre todo a los más pobres”, aseguró Rudnik.

El 9% de inflación en la canasta de pobreza representa “una suba tan abrupta de los alimentos esenciales de la que no se tiene memoria, de un mes al otro; al menos, en los últimos 20 años”. Para Rudnik, “las permanentes reuniones del gobierno con los formadores de precios y los anuncios nuevos de productos con precios máximos muchas veces no se cumplen y no hay atisbo de que el aumento de precios se detenga”.

Entre 2017 y 2021 inclusive, según datos de INDEC, la inflación general acumulada fue de 481,8%. En tanto, el ítem “Alimentos y bebidas no alcohólicas” aumentó en el mismo tramo un 509,6%. Casi 28 pp más.

“El problema principal no está en los instrumentos, que pueden ser mejores o peores, más o menos creativos. El problema es que el Gobierno se muestra débil a la hora de hacer que los grandes formadores de precios cumplan con los acuerdos para contener las subas”, planteó.

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