En 2006, el cierre de exportaciones provocó la caída del stock ganadero durante 10 años, pasando de 60 a 48 millones de cabezas. ¡Se perdieron nada menos que 12 millones de animales! En el mismo período, el precio de la carne subió 250%. El costo del kilo vivo se duplicó, pasando de 1 a 2 dólares. El consumo por habitante se redujo de 62 a 55 kilogramos.
La producción de carne se redujo un 20%, pasando de 3 millones a 2.6 millones de toneladas. Las exportaciones se recortaron un 70%, alcanzando la cifra más baja en 100 años. En el ránking mundial de exportadores, Argentina cayó del puesto 4 al 13, para quedar por debajo de Bielorusia, un país sin tradición exportadora.
El argumento, entonces, era: “Asegurar la carne en la mesa de los argentinos”. Pero la realidad indica que los cortes de exportación no son las piezas que consumen los argentinos.
En los últimos años, China venía adquiriendo unas 600 mil toneladas de vaca “conserva”. Son cortes de la parte baja del animal o más bien extraídos de las patas de la vaca como el “garrón” o el “brazuelo”, de consumo no habitual en el mercado interno.
En el despiece, la industria separa los cortes “premium” (lomo, vacío, asado de tira) para comercializarlos dentro del país, salvo algunas excepciones como Cuota Hilton o el envío a la Unión Europea. Chile adquiere carne refrigerada de buena calidad y Estados Unidos compra cortes congelados para la elaboración de hamburguesas.
El mercado de la carne “conserva” -también conocida como “industria”- es considerado de descarte en el mercado local, pero tiene demanda internacional. Hoy, por el cierre de las exportaciones desde hace cuatro meses, está diezmado.
Como en 2006, el argumento a la orden del día propone cerrar exportaciones de productos que no se consumen aquí, con el propósito de controlar los precios de la carne al mostrador. Según el portal especializado “Valor Carne”, el valor real del novillo de consumo perdió 17% desde el anuncio del cierre de los Derechos de Exportación.
Para Eduardo Fernández, diputado nacional por el Frente de Todos, ”en el mercado interno, los precios de los cortes más populares habían llegado a subir muy por arriba del resto de los alimentos. Esto obedece a la ausencia de un plan de desarrollo ganadero, como el que ahora propone el Gobierno Nacional a productores y a frigoríficos que integran la cadena cárnica, para tratar de frenar los precios en las carnicerías”.
Juan Manuel Garzón, economista del Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL), opina que, “en estos dos primeros meses post cierre, los precios de la carne siguieron creciendo al ritmo de la inflación y resulta difícil pronosticar cómo pueden seguir los precios que paga el consumidor”.
En este escenario, se conoció el proyecto oficial para estimular la producción de carne. Matías Kulfas, ministro de Producción, circuló un borrador de 53 páginas. En ninguna de ellas se plantea la idea de levantar el cierre a las exportaciones, lo que hace pensar que las restricciones continuarán. Por decreto, el Gobierno creó un cupo de 3500 toneladas por mes para comercializar carne kosher a Israel.
Daniel Urcia, presidente de la Federación de Industrias Frigoríficas Regionales Argentinas (FIFRA), sostiene que “es necesario suspender las restricciones al mercado externo y se deben corregir las históricas inequidades fiscales que afectan al sector ganadero”.
La idea es atacar el precio del kilo vivo para pisar el precio de la carne al consumidor. Pero éste es tan solo un ítem del paquete formador de precios. Las bocas de comercialización -como carnicerías y supermercados- tienen otros costos (impuestos, alquileres, sueldos, aguinaldos, insumos, mantenimiento) que se agregan al precio final que paga el cliente.
Todos esos costos están impactados por la espiral inflacionaria, un factor macroeconómico que no siempre se considera cuando se debate sobre cómo bajar el precio a productos de primera necesidad.
La Argentina es cíclica, suele reiterarse en los mismos errores en medio de sus procesos de recuperación. Debería ser lección aprendida que sin mercados no hay inversión. Esa falta de incentivos termina por hacer caer la producción, lo que a su vez recorta la oferta con una consecuencia inmediata: la suba de precios.
En medio del proceso electoral, el conflicto de la carne se presenta con final abierto. Lo concreto es que, si no aparece un acuerdo -fruto de un estudio profundo y un análisis claro- se anticipa para el futuro más inmediato una fuerte colisión entre recorte de oferta y subas de precio.