Diálogo con Sebastián Benítez Larghi

Volver al aula: “A simple vista, todo volvió a ser como antes, pero cambiaron las lógicas de aprendizaje y los vínculos”

Los estudios del sociólogo y profesor en la Universidad Nacional de La Plata destacan los efectos disruptivos en la post pandemia. Aquí, desliza las nuevas dinámicas que desafían a la educación y los lazos entre estudiantes y docentes. ¿Cuánto y cómo colabora la tecnología en acortar brechas digitales y fomentar el desarrollo inclusivo? Por Lorena Retegui

Sebastiàn Benitez Larghi
Sebastiàn Benitez Larghi Sebastiàn Benitez Larghi
12-09-2022

Sebastián Benítez Larghi es sociólogo, investigador del CONICET, docente y director del Departamento de Sociología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Desde hace veinte años sus intereses académicos -y actualmente de gestión- se vinculan con los usos y apropiaciones de tecnologías digitales y las trayectorias socioeducativas de jóvenes estudiantes. Desde el campus cercano al bosque platense, en el corazón del barrio El Dique, de Ensenada, nos cuenta sobre las líneas de trabajo que encendió la irrupción de la pandemia, con base en las desigualdades digitales que ya existían en nuestro país. “Nadie vuelve igual después de esa experiencia”, asegura en su charla con Redacción Mayo.

-¿Qué han encontrado respecto al impacto de la pandemia y en la pos pandemia en la vida cotidiana y específicamente en la educación?

-Todavía estamos sistematizando datos, porque hicimos encuesta con más de 2000 casos, a personas mayores de 18 años, de diversas clases sociales y diferentes regiones del país. Desde nuestro equipo (Estudios sociales de tecnologías digitales y desde el equipo de investigación que dirige Leticia Muñiz Terra, sobre Estudios laborales) estamos viendo de qué manera reconstruimos el problema en la post pandemia, sin entrar en el debate de si seguimos en pandemia o ya la atravesamos, pero lo que nos interesa entender se vincula con los efectos sobre la vida cotidiana en la educación después de dos años de estar en casa, porque es mucho tiempo. ¿Qué queda de la virtualización obligatoria o el distanciamiento obligatorio?, ¿qué quedó de la apropiación de tecnologías digitales?, ¿qué de eso se toma y cómo se lo reincorpora en el aula? Te doy un ejemplo, ¿qué sucede con el proceso de la atención a los principales estímulos fundantes de la educación, como son la lectura, la comprensión de textos, estar frente a la exposición de los docentes?, ¿cambió el nivel de atención hacia los y las docentes? Después de estar dos años en nuestras casas, con múltiples estímulos constantemente, creo que cambiaron las lógicas del aprendizaje y del vínculo con los elementos curriculares. Es una opinión personal, pero considero que nadie vuelve del mismo modo de esa experiencia, desde la revalorización del encuentro presencial, del vínculo con los textos, con la oralidad, con el intercambio entre grupos, las dinámicas espaciales. Para mí no se vuelve igual. También se hace necesario observar qué pasó con los y las chicas que terminaron la secundaria en pandemia e iniciaron la universidad en ese contexto, qué pasó con los lazos, con las identidades, con la construcción de una comunidad. A simple vista pareciera que está todo como antes, excepto por el paisaje de algunos estudiantes o docentes con barbijos en el aula, pero subjetivamente e intersubjetivamente hay algo que cambió. Sobre eso estamos sistematizando datos y esperamos adelantar este año los resultados.

-Hubo cambios, como vos decís, y otros escenarios que se pronunciaron. Uno de los aspectos que destacan en el trabajo ya publicado, es que en un 40% de los hogares más desfavorecidos los contenidos principales para estudiar fueron de naturaleza analógica, por múltiples factores, pero me interesa en particular, por tu recorrido, preguntarte ¿cuánto influyó en ese panorama situaciones previas como el cierre del Programa Conectar Igualdad?

-A Conectar Igualdad lo neutralizan en 2016 y luego en 2018, [la gestión de] Cambiemos, directamente lo cierra y lo reemplaza por Aprender Conectados, que no se llegó a implementar prácticamente, y además tenía otra lógica, sin netbooks porque decían que había otros dispositivos del futuro, tampoco llegaban a las casas porque supuestamente ya estaba saldada la brecha de accesos a la computadora. Cuando analizás los datos de encuestas previas a la pandemia, nuestras investigaciones sobre Conectar Igualdad y este trabajo que mencionas en pandemia, observamos que un 30% de los hogares no tenía acceso a computadoras (te hago números muy redondos). Cuando vos hacías encuestas en 2012 y 2013, en tres hogares cada 10 la netbook era la primera computadora en la casa, para dos o tres estudiantes era la primera computadora personal, para dos o tres docentes era la única exclusiva que tenían para trabajar. Si eso lo cortaste, te da justo la cantidad de computadoras que faltaron durante la pandemia. Esa idea de que la brecha digital se salda porque una vez cubriste con una tecnología universal, no es así, la brecha digital es algo dinámico, relativo, entonces esto se fue recrudeciendo. ¿Qué datos encontramos en pandemia?  Había casas con apenas uno o dos celulares, eso era una desventaja sideral frente a las casas donde podía haber computadoras, y ni hablar con el acceso a internet. Y ya vemos hoy con todos los problemas que hay para declararla servicio básico y universal, ni siquiera en contexto de pandemia se logró hacer cumplir ese derecho, y eso también es un canal de desigualdad importante. Además de la conectividad o disponibilidad de hardware, en el estudio que hicimos en pandemia encontramos otros obstáculos, vinculados con las habilidades digitales o las interacciones entre estudiantes y profesores.

-¿Y respecto a las inequidades de género?

-Sobre género tenemos mucho para indagar, todavía. Las encuestas que hicimos arrojan datos similares a otros estudios: el acompañamiento escolar educativo y las tareas de cuidado en su mayoría estuvieron a cargo de las mujeres. Se evidenció más porque los dos estaban trabajando en el mismo lugar y sin embargo recayó más en las madres. Y en relación con lo tecnológico, que es lo que nos interesa especialmente a nosotros, queríamos ver qué había pasado ahí, porque en los estudios que hicimos pre-pandemia, ya aparecía la madre acompañando más en las tareas educativas, pero lo llamativo es que cuando había un problema con algo tecnológico se recurría al padre. ¿Qué pasó durante la virtualización de la pandemia con eso? En las entrevistas te contaban un montón de cosas que hacían con la tecnología, pero después te decían “de tecnología no sé nada”; la percepción era “de esto no entiendo”. Y observamos que las mujeres fueron más críticas sobre sí mismas y - probablemente - la autoconfianza en sus habilidades, menor. Obviamente estamos hablando de una imagen estereotipada. 

-Desde otra arista, pero sin corrernos del concepto de habilidades digitales, recientemente, Google certificó en el distrito de Vicente López la primera escuela pública en Argentina, o sea, la primera escuela que utiliza de forma “innovadora” las herramientas educativas que ofrece esta empresa, y cuyo objetivo, dicen, es fomentar las habilidades digitales futuras de los alumnos.  ¿Qué opinas de este tipo de convenios al interior de la educación pública?

-Una Nación tiene varios resortes donde se construye la soberanía y uno que, a priori, sería el último a ser conquistado es la educación. Estas corporaciones colonizan todo lo que pueden, siempre tuvieron interés en la pata educativa, siempre están interviniendo, desde el hardware o el software, incluso desde los contenidos. Hay un montón de empresas nacionales e internacionales que se dedican a crear contenidos y también a intervenir en los modelos evaluativos de las políticas, modelos estandarizados acerca de cómo debe ser la educación, desde su perspectiva e ideología, que es afín a las lógicas de las corporaciones y de lo que se espera que Educación haga en pos de producir sujetos consumidores y productores en el mundo de lo digital. En mi opinión [estos convenios con empresas como Google] nos obliga a estar alertas, por un lado, porque entiendo que algo se resigna de soberanía, y, por otro lado, por la preocupación de lo que puede pasar con los datos que extraen esas empresas, por ejemplo, el referenciamiento, seguir a un estudiante que abandona. Bueno, con la pandemia en cierta medida pasó, y no estuvo en debate, pero deberíamos preguntarnos qué sucederá con todos esos recursos que hicieron los docentes y que volcaron en una classroom, ¿de quién es eso?, ¿quién lo usa?, ¿qué pasa después? Porque, además, es financiado con recursos públicos-estatales y apropiado por empresas privadas. 

-Sí, pero hay un discurso que reina que se posiciona exclusivamente en lo tecnológico como la solución a todos los males de la educación

-Claro. Te venden estas iniciativas desde el lugar de la tecnología y las habilidades digitales para el desarrollo futuro. Los discursos son siempre los mismos: la modernización, la formación laboral para el mañana, lo colaborativo, lo participativo, el acceso al conocimiento. Cuando en realidad son proyectos afines a la tercerización laboral, a las pasantías, a la precarización.  Tengo escrito un capítulo que se llama “M'hijo el informático”, ya no es “M'Hijo el Doctor”. Esa idea de la clase media, de la movilidad social. Esas sociedades ya no están más. Sin embargo, se apela a eso, a una idea de movilidad social, donde es central la tecnología, en sí misma, y te hablan de la épica de los jóvenes -la mayoría varones- que logran crecer con proyectos tecnológicos. Lo ves en las noticias: “antes trabajaba en una fábrica, creó una app y ahora la vendió por mil millones de dólares”. Esos discursos tocan ciertos resortes del imaginario colectivo, mientras que, si te opones a eso, te etiquetan de opositor al desarrollo. Hay que estar alerta con este tipo de convenios. 


 

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Redacción Mayo

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