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“Estuve 20 años sin hablar ni una palabra de Malvinas, cada uno hizo lo que pudo”

Carlos Felizzola, soldado clase 62 y veterano de guerra, estuvo 70 días en las Islas Malvinas en 1982 y recuerda como si fuera ayer la experiencia que marcó su vida para siempre. Asegura que, al llegar, lo más duro fue la indiferencia. “Por eso tenemos más suicidios que víctimas”. Por Florencia Sosa

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Florencia Sosa Florencia Sosa 11-04-2022

Once años tardó el Estado argentino en reconocer a los soldados que, con 18 y 19 años, pelearon en el intento de recuperación de las Islas Malvinas. Carlos Felizzola fue uno de ellos, y relata en este diálogo aquellos días dramáticamente intensos. Dice que como resultado de aquella experiencia, hoy puede decir que es mejor persona, pero que nunca se olvida que muchos no pudieron, no llegaron. No sólo porque murieron en el campo de batalla, sino, especialmente, por la actitud de desmalvinización que existió después en la sociedad.. “Muchos no lo pudieron soportar”, señala. 

Hoy integra la Asociación Malvinas, Educación y Valores, y celebra que exista una mirada más abierta sobre el tema, aunque para ello hayan tenido que pasar 40 años. Brinda charlas en las escuelas y siempre les dice a los chicos: "Ustedes no van a vivir una guerra literal, pero sí van a tener sus guerras personales, como todas las personas”.

 

-¿Cómo empezó todo? 

-Deberíamos ponernos en la piel de aquel joven que era yo con 19 años. A los 18 me sortearon para el Servicio Militar Obligatorio. El sorteo se hacía un día muy específico que era anunciado por el diario; yo estaba escuchando y me tocó el número 320 que, a juzgar por como venían los años anteriores, era un número bajo. Entonces empecé a soñar con que me podía salvar del servicio militar, pensé que no lo iba a hacer. El día que me presento, llego al Distrito Militar San Martín, que era donde se hacía la convocatoria para todos los futuros soldados, entonces viene un oficial y me dice: ¿Usted, qué número tiene? Cuando le contesto 320, me responde: "320...Póngase en esta fila, usted no va a hacer el servicio porque tiene número bajo. Ahora en un rato le firmamos el documento y se va a su casa". Yo estaba felíz, soñando con todo lo que iba a hacer en el año, pensando en que finalmente no lo iba a perder. Pero la alegría me duró poco, porque a los 40 minutos vuelve el oficial y me dice: "¿Usted, qué número tenía? ¿320? La hace. Se salva hasta el 319". Yo me quedé duro. Así arrancó todo. Fui el corte. Por un número, no solamente hice el Servicio Militar, sino que además al año siguiente me tocó ir a la guerra.

 

-¿Dónde hiciste el servicio militar?

-Yo vivía en Castelar y ésto era en Tablada, así que no era tan lejos del domicilio de mis padres. Hice todo el año ahí. Los soldados se van yendo de acuerdo a las bajas que le van tocando hasta llegar a la última baja, que significa que ya terminaste con el servicio y te vas nuevamente a tu casa. En la anteúltima baja me toca irme. Me voy un mes antes de que se fueran todos. Yo estaba contento haciendo mis cosas y en ese periodo me llega un telegrama, que es como el Whatsapp de aquella época, donde dice "Debe presentarse urgente en el cuartel". Yo lo recibo y les digo a mis padres: "Mamá, voy a ver que quieren y vuelvo, porque yo no sé qué pasará". Fui al cuartel y no volví más. De ahí fui directo a Malvinas. Mis padres, al ver que yo no regresaba a casa, fueron al cuartel pero nunca les dieron la información. 

 

-¿Cuándo y cómo fuiste con tu contingente a Malvinas? 

-Llegamos a Malvinas el 16 de abril de 1982. Salimos un par de días antes, fuimos desde La Tablada a El Palomar a tomar un vuelo de Aerolíneas Argentinas. Yo me dije: "Guau... voy a viajar en avión". Estaba contento. Y cuando subo al avión veo que no tiene asientos. Estaba totalmente vacío porque nos sentábamos en el piso, uno atrás del otro poniendo nuestras piernas flexionadas para que hiciera de respaldo al soldado que estaba adelante. Entonces, en un mismo vuelo entraba el triple de capacidad. Así viajamos al sur, y desde Comodoro Rivadavia fuimos a Malvinas. Llegamos en una madrugada. El cambio de clima fue notorio, fue bravo. Me acuerdo que nos equiparon con mucho más equipamiento que la primera vez que me presenté para hacer el servicio militar y ahí comenzó todo. 

 

-¿Qué recuerdo tenés de ese momento?

-La primera noche de madrugada dormimos al costado del aeropuerto improvisando una cama en el piso, cubriéndonos con un paño que era de la carpa que teníamos cada uno. Comenzaron los preparativos, armamos las posiciones, hicimos el pozo de zorro o la trinchera, lo cavás con una pala muy chiquitita, y te aseguro que es sumamente difícil hacer un agujero con esas palas en un piso que es turba. La turba es como si fuera una masa de raíces, es duro y después llegas a una parte como de arcilla, que cuesta mucho, y más si tenés una pala pequeña. Y después hay agua, se inunda mucho. Ahí empezamos a hacer nuestras posiciones. Ahí empezamos a enterarnos que efectivamente los ingleses estaban viniendo. La flota inglesa venía y nos enterábamos todas estas noticias por la radio Carve de Uruguay, porque era con la que teníamos más conexión. 

 

-¿Qué  pasó cuando volviste de la guerra?

-Cuando volví de allá, la sensación que tenía era que quería disfrutar la vida, quería salir, no quería dormir. Pensaba que dormir era perder el tiempo. Volvimos en el Canberra como prisioneros, que era un barco inglés, y nos dejó en Puerto Madryn. Recuerdo que el avión que nos trajo de regreso pasó por arriba del estadio de River y estaban prendidas todas las luces del estadio y me llamó muchísimo la atención ver luz, porque allá estábamos en plena oscuridad. Allá los días eran muy breves, llovía todo el tiempo; el clima es muy hostil. A las 5 de la tarde ya era de noche. Hoy valoro cosas tan simples como ver la luz, te lo cuento para que veas la magnitud del contraste. También, ir a comprar algo con dinero a cualquier comercio y que te den algo a cambio, la facultad de poder utilizar dinero para comprarte facturas, o cualquier cosa, todo eso para mí era una experiencia muy loca. Y no dormía.

 

 

-¿Por qué no dormías?

-Yo no quería dormir, quería salir. Aprovechaba para ir a los boliches, siempre volvía a la madrugada y eso me pasó los primeros tres, cuatro, meses. Estaba intenso. Volvía del baile a las 5 de la mañana y enfrente de casa había una panadería, "Don Pelayo" se llamaba, y don Pelayo estaba haciendo a esa hora el pan y las facturas. Entonces yo le golpeaba la puerta y me atendía antes de que abriera el negocio por la puerta del costado, le compraba las facturas a esa hora y me las llevaba a mi casa. Cada día yo hacía una ceremonia con mi docena de facturas y una taza de café con leche enorme, y eso para mí era extraordinario. Era tocar el cielo con las manos, me producía un placer indescriptible. 

 

-¿Pasaste hambre en Malvinas?

-Cuando estaba en Malvinas en la guerra pasamos hambre. Cuando empezó la guerra empezó a escasear la comida y yo bajé 18 kilos en 70 días... la “mejor” dieta que existe, imagínate. Tal era el hambre, que yo veía a un soldado que tenía tres chocolates Águila en barra, y le dije: "Te compro uno". Y me respondió que no. Nadie quería deshacerse de lo que tenía para comer. Comíamos una vez al día, cuando comíamos. Entonces yo le dije a ese muchacho: "Te doy 100 dólares por ese chocolate", y el muchacho se quedó sorprendido. Yo para qué quería dinero, si no sabía si al otro día iba a estar vivo. Entonces, él se sorprendió y me lo vendió, y ese fue el chocolate más caro que compré en mi vida, pero el más rico.

 

-¿Cuándo empezaste a hablar de tu experiencia en la guerra? 

-Yo estuve 20 años sin hablar ni una sola palabra de Malvinas. Cuando yo vine de allá era una cosa que no quería recordar. Y encima tenía un conflicto emocional, porque cumplo años justo el 2 de abril, entonces, al principio, ni quería festejar. Estaba mal con eso. Llegaba el día de mi cumpleaños y mi familia quería hacer alguna celebración y yo no quería saber nada. Pero el tiempo pasa y va acomodando las cosas. Porque el dolor te hace entender y diferenciar qué es lo importante de la vida. Yo le digo a los chicos en las escuelas: "Ustedes no van a vivir una guerra literal, pero sí van a tener sus guerras personales, como todas las personas”. Y atravesar esos momentos que no nos gusta vivir pero que indefectiblemente llegan. Yo digo que uno puede capitalizar eso con la ayuda de Dios para convertirse en mejor persona; porque yo soy mejor persona después de la guerra, porque le empecé a dar valor a las cosas que merecen valor. 

 

-¿Cómo vivieron la vuelta tus compañeros veteranos?

-Tengo compañeros que todavía están en 1982, que no han vuelto nunca. Te estoy hablando hoy, 40 años después. Los respeto, los valoro, son mis compañeros y cada uno ha sobrellevado esto como pudo. Yo creo que ha tenido mucho que ver la familia, el entorno y, obviamente si estabas carente de trabajo, la indiferencia. Porque lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia. Entonces luchaban porque no conseguían trabajo, porque muchas personas tenían miedo y decían: "Este es un loquito de la guerra. Me va a romper el negocio y no me conviene”. Fue muy duro, sobre todo porque en aquel momento había mucha desinformación. A la gente le decían "Vamos ganando", Ésto es pan comido", y al final hubo una decepción. En aquel momento se había juntado mucho dinero, mucha mercadería para nosotros y hubo cosas que no llegaron, que desaparecieron en el camino. 

 

-¿Cómo lo ves hoy?

-Yo creo que hubo una especie de estafa a la sociedad, o al pueblo de aquel momento, y la gente después de eso dijo: "No, no me hablen de Malvinas". Y esa indiferencia nos arrastró a nosotros (los ex combatientes), eso fue lo más duro. Quizás la gente metió todo en una misma bolsa, los militares y los soldados. De hecho, el Estado nos dio la espalda durante 11 años, no habíamos percibido ni siquiera una pensión, algo, pese a que hay una ley internacional que dice: "Todo veterano de guerra debe percibir una pensión de guerra" y el Estado argentino tardó 11 años para darnos, primero, una pensión graciable y dos años después, nos dieron una pensión de guerra que era mínima. Tenemos alrededor de 800 suicidios posguerra. Son más suicidios que las bajas que tuvimos en Malvinas, por la indiferencia. Hay muchachos que no han podido soportar. Creo que cada uno lo vivió como pudo. 

 

-¿Crees que se pueden recuperar las Malvinas?

-Hay que rescatar lo genuino del derecho y del reclamo, y es que, en realidad, lo que fuimos a defender en la guerra fue nuestra soberanía. Yo creo que la sociedad en general, el pueblo argentino, rescata y valora todo lo que nosotros hemos hecho como soldados para defender nuestro suelo. Pero también hay un sector de la sociedad que es indiferente, que no sabe. Creo que las islas se pueden recuperar por la vía diplomática, porque creo que las guerras son la expresión de la mediocridad humana, de no poder entenderse hablando y por eso llegan a la violencia. Es la expresión de lo miserable, en su máximo nivel. Mediante el diálogo creo que, en algún momento, y mis compañeros comparten, las islas tienen que ser devueltas a sus legítimos dueños que somos nosotros los argentinos. Los ingleses no tienen ni idea de qué son las Malvinas. Ellos le llaman Falklands. No sabían ni adónde iban. Estuvimos prisioneros, me acuerdo que hablamos con un inglés que hablaba español, y él no tenía ni idea a dónde iba ni sabía que existía la isla. No tienen esa conciencia que nosotros tenemos en Argentina.

 

-¿Cuando te toca hablar con los chicos de las escuelas qué les decís?

-Hace dos meses estoy en la Asociación Malvinas, Educación y Valores, que preside el veterano de guerra Esteban Tries. Con Esteban hemos compartido algunas charlas en escuelas, casualmente, y cuando yo me jubilé él me convocó para que trabajemos juntos. Ahora tengo invitaciones a varias escuelas donde voy a ir a contar ésto mismo, a decir que se puede construir a partir de la destrucción, que vale la pena salir de la trinchera para celebrar la vida. Eso es lo que tratamos de hacer con la Asociación: dar otro mensaje, otra perspectiva con nuestras vivencias y con lo que ha sido Malvinas. La causa Malvinas no tiene grieta. Vos le preguntás a una persona que le gusta el verde y a otra que le gusta el colorado, y las dos van a estar de acuerdo. Que Malvinas no quede en el olvido depende de los que tienen contacto con las nuevas generaciones. Por eso es muy importante el trabajo que hacemos con los docentes. Nosotros damos charlas a docentes sobre cómo encarar el tema Malvinas de la mejor manera y concientizar. Yo creo que hay un redescubrimiento del tema Malvinas.

 

-¿Cuál es tu opinión respecto a los soldados movilizados?

-Hay una confusión que tiene que ver con los soldados que estuvieron en el continente. Hay soldados que dicen: "No fuimos reconocidos" y en realidad ellos no estuvieron en la guerra, no estuvieron en las Islas Malvinas y pretenden cobrar una pensión y llamarse veteranos de guerra y yo creo que hay una diferencia. Si bien ellos tienen derecho a reclamar y a pedir lo que ellos consideran, no puede equipararse a los que estuvimos ahí, porque hay una diferencia entre: casi voy y casi no vuelvo. Ellos dormían en camas adentro, debajo de un techo, y no en un pozo como nosotros; comían todos los días, desayunaban todos los días. Hay una gran diferencia. Ellos no estuvieron en riesgo; nosotros estábamos en riesgo las 24 horas, con balas y bombas pasando por nuestras cabezas. Cada día que pasaba era un día más que sobrevivía. Pero a veces había días que te enterabas de que "Fulano ya no está", o "El otro no está". Es muy duro, no podés equiparar las situaciones; y estar vivos para nosotros es un milagro literal. Yo perdí seis compañeros que me gustaría nombrar: Soldado Mario GARCIA CAÑETE,  Soldado Fabian Mario GABRIELLI, Soldado Enrique Omar TORRES, Cabo Alberto Fernando CHAVES, Sargento Jorge Alberto RON, Sargento. Adolfo Luis CABRERA. Muchas veces la gente nos dice héroes a nosotros (ex combatientes), pero la verdad, es que los héroes son los que quedaron allá. Todos dimos algo, pero ellos lo dieron todo. Destacar que hay alguien que se la jugó en lugar de cada uno, de los que estaban acá (en el continente). Fue mucho lo que se hizo, la entrega fue mucha. Hay que valorar esa entrega sin segundas intenciones, genuina. 

 

- ¿Cómo vivís este aniversario de la guerra?

Hoy la mirada es distinta, la gente se acerca, quiere saber, quieren que nosotros hablemos de valores, de educación, del amor por lo nuestro, de los símbolos patrios. Volver a traer el amor por la celeste y blanca no solamente cuando hay un partido de la selección. Creo que vale la pena la conmemoración, en un momento en que la palabra honra y reconocimiento está bastante manoseada. Una cosa es saber de qué se trata y otra cosa es haberlo experimentado, la información difiere de la experiencia. Quienes combatimos en la guerra pensamos que uno no es ex combatiente, uno no ha dejado de ser, el término correcto sería: veterano de guerra. Tengo mis compañeros del escuadrón y nos juntamos cada tanto un buen grupo de los que quedamos, y este 16 de abril vamos a hacer una gran cena para celebrar los 40 años de haber pisado Malvinas. Nos juntamos un grupo lindo, somos más de 100, pero el escuadrón era alrededor de 150. 

 

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Redacción Mayo

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