COLUMNA EDITORIAL

¿Volveremos a tener un o una presidente de provincia?

María Esperanza Casullo. Profesora e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Doctora en gobierno de la Universidad de Georgetown. Autora del libro “¿Por qué funciona el populismo? El discurso que sabe construir explicaciones convincentes de un mundo en crisis”.

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13-05-2021

En estos días los y las habitantes de Argentina nos vemos asediados por titulares noticiosos que nos hablan de “el conflicto entre la Ciudad y nación”, discuten las diferencias de criterios epidemiológicos y sanitarios entre “la ciudad y la Provincia” y explican la realidad política a partir de la puja entre “el Presidente y el Jefe de Gobierno”. En este mismo momento, los diarios más importantes del país prometen informarnos sobre “las medidas que anunció la Ciudad”. Es como si, súbitamente, la Argentina se hubiera transformado en un país que tuviera una presidencia, una sola ciudad y una única provincia, y que es gobernado por sólo tres personas.

No sólo la Argentina se ha transformado en un país con sólo tres actores políticos (un Presidente, un jefe de gobierno y un gobernador), sino que la situación tiene otro aditamento que la vuelve casi cómica: los tres referentes, Alberto Fernández, Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta, son nacidos y criados en la ciudad de Buenos Aires, los tres iniciaron en ella su carrera política, y los tres viven en ella o lo hacían hasta hasta muy recientemente (Axel Kicillof se mudó con su familia a La Plata luego de ser electo gobernador de la PBA).

No sólo eso. Si se listan los presidentes argentinos desde 1983 hasta hoy, puede verse esta serie: Raúl Alfonsín (bonaerense casi porteño); Carlos Menem (riojano); Fernando De La Rua (porteño) Eduardo Duhalde, bonaerense (se lo incluye aunque fue un presidente no electo), Néstor Kirchner (santacruceño), Cristina Fernández de Kirchner (santacruceña por opción), Mauricio Macri (porteño), Alberto Fernández (porteño). O sea, tres presidentes porteños, dos bonaerenses, y tres “provincianos”. Pero esa estadística es engañosa.  Néstor y Cristina Kirchner llegaron a la presidencia desde Santa Cruz, pero se “bonaerencizaron” rápidamente: ambos compitieron por cargos legislativos en la provincia de Buenos Aires luego de 2007; su hijo Máximo fue electo en la boleta bonaerense a diputados en 2019. En el 2015 se enfrentaron ne la elección presidencial una fórmula compuesta por dos porteños de pura cepa (Macri y Gabriela Michetti) contra un porteño “bajado” a la gobernación bonaerense, Daniel Scioli. En el 2019 otra vez se enfrentaron dos porteños (Macri y Alberto Fernández, quien fue en fórmula con la senadora de la PBA). En 2023, todo indica que la competencia se dará entre Alberto Fernández y el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta. En síntesis: la política presidencial aparece cada vez más monopolizada por figuras surgidas de la zona portuaria nacional.  

¿Estamos frente a la posibilidad de que no haya nunca más, o al menos durante las próximas décadas, un presidente o presidenta surgido de las provincias? ¿Se transformó la presidencia en un puesto sólo disputado por gente nacida en la zona metropolitana, o mudada hacia ella?

 

El federalismo argentino

Como todo estudiante argentino que cursó Educación Cívica en la escuela sabe, la Argentina es un país federal. Esto es así porque la República Argentina se generó como una entidad “ensamblada” a partir de unidades preexistentes, las provincias. (Que no eran las veinticuatro actuales sino las despectivamente llamadas “trece ranchos” por la élite porteña de la época; con el tiempo se agregaron otras nuevas al núcleo preexistente.) Fueron las provincias argentinas las que decidieron institucionalizar la unión nacional y al hacerlo, delegaron ciertas potestades en el nuevo gobierno federal (defensa exterior y relaciones diplomáticas, aduanas, política monetaria), y mantuvieron otras de su exclusiva propiedad. Las provincias argentinas son autónomas: redactan sus propias constituciones, mantienen el control sobre la política de seguridad ciudadana y las policías, y deciden los regímenes electorales para la elección de cargos provinciales, entre otras facultades no delegadas. Sin embargo, ese ensamblaje fue litigioso y nunca completo.

El estado nacional, sin embargo, es soberano. Que además tiene su sede gobierno en la región central de un país signado por un profundo desequilibrio poblacional, económico, cultural y mediático entre la zona metropolitana y las provincias. No es sorprendente, entonces, que en el federalismo argentino convivan tendencias centrífugas con impulsos centrípetos. En lo político, desde 1994 hasta el momento se han incrementado los rasgos centralizantes del sistema político argentino.

 

Las peculiaridades del federalismo político argentino

Tulio Halperin Donghi narra de manera sintética la historia del federalismo argentino en una conferencia presentada en el año 2003, “El Federalismo Argentino desde una Perspectiva Comparada”, organizada por el PNUD. Señala aquel como primer punto relevante para comprender el federalismo argentino el que la naciente República se constituyó en un territorio marginal, y hasta indiferenciado, del Imperio Español. A diferencia del Perú o México, las provincias que luego formarían la Argentina no eran reconocidas como una entidad con una identidad territorial y cultural propia. (No casualmente, el primer nombre de la Argentina fue “Provincias Unidas del Sur”, que es como decir “provincias surtidas”.)  El segundo punto (que nace del anterior) es que la nueva nación debió combinar dos regiones muy diferenciadas y con intereses en pugna. La región del Norte y Noroeste del país, que se había desarrollado en la época colonial en base a su complementariedad económica con la zona minera del Alto Perú, estaba teniendo grandes dificultades en sobrevivir en el nuevo orden geopolítico abierto por la disolución del Imperio español, sin embargo, no estaba dispuesta a aceptar que le dieran órdenes así como así. (En “Recuerdos de provincia”, Domingo Faustino Sarmiento pinta el retrato de la decadencia económica de su familia materna, encarnada en la historia de los sacos de monedas de plata venidos de Potosí que supieron almacenar en el pasado.)  La otra región, la del núcleo litoral y pampeano, había pasado de ser marginal a volverse el motor de un rapidísimo ascenso económico, y por lo tanto, tenía también aspiraciones de convertirse en el polo hegemónico de la nueva nación. A mediados del siglo diecinueve la Provincia de Buenos Aires se encontró con una situación económica dominante (fruto de ser el puerto de conexión con el circuito global del Atlántico), y un peso demográfico que inclinaba la balanza. De este desequilibrio nacen décadas de conflictos.

Entonces, el federalismo argentino realmente existente expresado en las instituciones formales de la nueva República (la Constitución de 1853 y sus leyes) y en sus instituciones informales (liderazgos, acuerdos políticos, clubes de notables) es la respuesta históricamente acotada a una pregunta: ¿cómo pudieron las provincias argentinas contrapesar el peso demográfico, económico, y político de la ciudad y la provincia de Buenos Aires? La respuesta es: aliándose. Halperin Donghi tiene una metáfora muy linda para describir este fenómeno: habla de la “cooperativa de gobernadores” para describir las maneras mediantes las cuales los mandatarios provinciales fueron construyendo mecanismos de autodefensa para contrapesar al poder federal, que era visto también como una extensión del poder de la zona litoraleña. Este proceso culmina, para Halperin, en la derrota de la última asonada militar de la Provincia de Buenos Aires y federalización de la ciudad de Buenos Aires en 1880. Julio Argentino Roca comandó las fuerzas federales que derrotaron al insurrecto bonaerense Carlos Tejedor; el mismo Roca, ya convertido en presidente, sería el primero en gobernar desde la nueva Capital Federal, estatuto que la ciudad de Buenos Aires conservaría hasta 1996. 

Del equilibrio surgido en 1880 nació la historia política del siglo veinte, que puede interpretarse como una especie de minué o tira y afloja en la cual se suceden momentos de fortalecimiento del poder central, con momentos en los cuales las provincias periféricas pueden aumentar su influencia. No casualmente, Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón, dos políticos bonaerenses, encabezaron momentos de impulso al fortalecimiento del Estado nacional. Este precario equilibrio, sin embargo, parece haberse roto con la Constitución reformada de 1994.

 

La ruptura del equilibrio

La reforma constitucional de ese año alteró dos cuestiones que eran puntales centrales del entramado de esa “cooperativa de provincias” de la que hablaba Halperin Donghi. La primera es la eliminación del colegio electoral para la votación presidencial. Dado el imbalance poblacional de la zona metropolitana, esto garantiza que las elecciones tiendan a disputarse con más fragor en las áreas más pobladas del país. Áreas con pocos habitantes (como la Patagonia) traen pocos votos, entonces pueden ser relativamente ignoradas durante las campañas presidenciales. 

La segunda es la autonomización de la llamada Ciudad Autónoma de Buenos Aires. No tanto por el hecho de permitir la elección de jefe de gobierno porteño por elección directa (después de todos, muchas capitales federalizadas eligen sus gobernantes, como lo hacen Washington DC, por ejemplo), sino por haber creado un híbrido que no es ni ciudad ni provincia, cuyo mandatario tiene el ampuloso título de “Jefe de gobierno”. La CABA (o “la ciudad”, como se dice ahora) es autónoma, pero sus servicios están subsidiados por el gobierno nacional, y es favorecida de otras maneras. La ciudad de Buenos Aires y su zona metropolitana siempre tuvieron un peso desmedido en la conciencia política nacional; sin embargo, la concentración de los medios de comunicación “nacionales” y del gasto de la pauta noticiosa estatal en la ciudad de Buenos Aires y sus suburbios garantiza que todos los provincianos sepamos día a día el estado del tránsito en Panamericana y Márquez, mientras que nuestros temas urgentes no llegan a la esfera pública nacional. 

La gravitación de la CABA en la política presidencial es notoria: la mitad de sus jefes de gobierno llegaron a presidente. Desde su autonomización en 1996, La ciudad de Buenos Aires eligió cuatro jefes de gobierno: Fernando De La Rua, Aníbal Ibarra, Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta. Dos de ellos fueron elegidos presidente, y el actual es visto por todos como el candidato “natural” de su espacio en 2023, por encima de otros políticos cambiemistas con experiencia de gobierno, como Alfredo Cornejo de Mendoza o Gerardo Morales de Jujuy. Es decir: el intendente de CABA automáticamente se posiciona como un contendiente principal a la presidencia; una ventaja con la que no cuenta ningún gobernador. Esto es un cambio importante, y que puede ser sistémico.

Durante años, se decía que ser gobernador era el mejor camino para alcanzar la presidencia de la Nación. Algo así mencionó Alfonso Prat Gay (porteño) cuando dijo que “Cada diez años nos dejamos cooptar por un caudillo que viene del norte, del sur, no importa de dónde viene, pero de provincias de muy pocos habitantes, con un currículum prácticamente desconocido”. Tal vez esto haya sido así en el pasado, pero hoy en verdad parece lo contrario. De hecho, los y las gobernadores provinciales parecen tener mas y más dificultades no sólo para competir por la presidencia, sino para traspasar las fronteras de su provincia y participar en discusiones nacionales (situación que se agudizó con la pandemia). Aún gobernadores con éxitos electorales en provincias populosas e importantes económicamente, como Córdoba, Mendoza o Entre Ríos tienen dificultades para instalarse en el plano nacional. Parecerían estar más preocupados por “alambrar” sus provincias que en planificar estrategias que los lleven al sillón de Rivadavia. No hay aquí diferencias partidarias:  ni los mandatarios de provincias radicales, ni los de provincias peronistas, parecen tener un camino fácil o abierto a la presidencia. 

Tal vez sea hora de refrescar la “cooperativa de provincias” de la que hablaba Halperin Donghi, y de empezar a pensar nuevas maneras de generar mayor visibilidad a las problemáticas, los deseos, y las experiencias positivas que se generan a mas kilómetros de la zona portuaria. Hay un enorme país esperando. 

 

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Redacción Mayo

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