OPINIÓN

A las elecciones de la democracia la sostienen las mujeres

La mayoría de los fiscales partidarios son mujeres, pero son minoría en los cuerpos colegiados partidarios, en los cargos electos en los poderes ejecutivos, en los gabinetes. Hubo avances, pero todavía hay una deuda con ellas. Por María Esperanza Casullo

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26-08-2021

En columnas anteriores argumenté sobre lo bien que funcionan las elecciones en la Argentina. Hablé del DNI único nacional, del registro automático en padrones, del rol de los partidos políticos como co-organizadores y fiscalizadores. Hoy quería señalar otra faceta, mucho más oculta: si las elecciones argentinas funcionan bien, es en gran medida por el trabajo de las mujeres.  Tanto es así, que me atrevería a decir que a la democracia argentina la sostienen mujeres. 

 

¿A qué me refiero con esto? Hay varios datos.  Por primera vez, las autoridades electorales nacionales son todas mujeres. Facundo Cruz publicó una entrevista en profundidad a Diana Quiodo, la actual directora de la Dirección Nacional Electoral, la oficina coloquialmente conocida como “la DINE” que planifica, organiza e implementa toda la logística relacionada con las elecciones.

 

Pero hoy quiero concentrarme en otro dato: la mayoría de los fiscales y de los presidentes de mesa en las elecciones son mujeres. De hecho, tan grande es la disparidad que directamente deberíamos decir “las fiscales y las presidentas de mesa”. Intuitivamente lo sabemos: cualquier persona que ha ido a votar a una escuela ha podido ver que en la mayoría de las mesas de votación hay mujeres sentadas. Esta fue siempre mi experiencia al ir a votar, y no sólo en Argentina; en el año 2019 tuve la suerte de poder observar una jornada electoral en Panamá y era notable la disparidad de género en las autoridades de mesa. Pero, por suerte, hay expertes que han estudiado el tema y tenemos datos. El Instituto de la Democracia y las Elecciones (IDEMOE), una organización de la sociedad civil especializada en sistemas electorales, señala en su informe sobre las elecciones legislativas del 2017: “En la mirada de género, se comprobó una mayor participación femenina entre las autoridades de mesa, incluso más alta que en primarias 2015. El 45% de las mesas estuvieron integradas sólo por mujeres, un 28% sólo por varones, el resto fue mixto.” Los informes del 2015 y el del 2019 (éste último no está publicado todavía) señalan lo mismo. Silvana Yazbek, directora de IDEMOE, afirmó en una entrevista que le realicé que si se miran los delegados electorales la mayor participación femenina es aún mayor que en autoridades de mesa. 

 

El dato es casi shockeante: casi la mitad de las mesas de votación están manejadas enteramente por mujeres, y casi dos tercios de las mesas tiene al menos una mujer presente. La labor de base de las mujeres sostiene gran parte de lo que mejor funciona de nuestra democracia. 

 

Esto no debería sorprendernos. Sabemos, porque hay una larga historia de investigación que lo dice, que la mayoría del trabajo de mantener la vida comunitaria lo hacen mujeres: las cooperadoras escolares, los comedores comunitarios, las organizaciones de base se sostienen con horas de trabajo femenino, en su mayoría no pagas. Las ciencias sociales a veces hablan de todo este trabajo como una “tercera jornada laboral” de las mujeres, que se suma al trabajo pago propiamente dicho y a las labores de cuidado en el hogar. También son mujeres las que realizan gran parte del trabajo político de base de los partidos lo realizan mujeres: las recorridas, el juntar avales, el hablar con vecinos y vecinas, organizar los transportes para quienes quieren ir a votar en el día de la elección.  

 

Por supuesto, esto en sí no sería un problema. El problema es, como siempre, el techo de cristal en la participación política. Nadie puede argumentar que a las mujeres no les interesa la política: nadie asume la tarea de fiscalizar durante todo un domingo si no tiene algún interés. (Me pueden contestar que las tareas de fiscalización suelen ser remuneradas informalmente por los partidos de alguna manera; eso no significa que se realicen sin interés, o que no haya un proyecto personal de “ascender” en la jerarquía.)  Sin embargo, sabemos que esta presencia en la base no se traduce en una mayor presencia en los lugares donde se toman las decisiones. Tal vez la mejor definición en este tema la dio Elisa Carrió, cuando dijo que en su ex partido a las mujeres las enviaban a las convenciones “para servir empanadas”. Esta frase no es sólo aplicable de un único espacio político, sino una constante, en este país y en toda la región. La mayoría de los fiscales partidarios son mujeres, pero son minoría en los cuerpos colegiados partidarios, en los cargos electos en los poderes ejecutivos, en los gabinetes.

 

Se han producido avances. Uno de los hitos de los últimos años fue la aprobación de la Ley de Paridad en la conformación de las listas para las elecciones legislativas, en el año 2018. Esta ley establece también la obligatoriedad de la paridad de género en los órganos decisorios de los partidos. El PJ fue el primero en elegir un Consejo conductivo del PJ con paridad de género. La CGT, principal central sindical, anunció que su próxima conducción tendrá paridad de género. Sin embargo, aún falta mucho para que las mujeres participen tengan una presencia igual en el tope de la pirámide a la que tienen en la base, sobre todo las mujeres pobres, y esto implica meterse en la vida interna de los partidos y las organizaciones. 

 

Para finalizar, en el informe publicado que acabo de citar las cifras están acompañadas de fotos de mesas electorales conformadas enteramente por mujeres. Todas las retratadas allí son jóvenes. Una de ellas, fiscal de mesa, aparece sentada con su copia del padrón y el resaltador en la mesita frente a así, lista para controlar la votación, mientras sostiene aúpa a su bebé, que duerme dentro de su mochilita canguro. 

 

La democracia argentina se sostiene en el trabajo silencioso, cotidiano y no pago de las mujeres. Es decir, tiene una deuda con ellas.

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Redacción Mayo

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