OPINIÓN

Es tiempo de poner en valor los relatos en Argentina

Resulta muy virtuoso tener un “Mito de Gobierno”, entre otras razones, porque cohesiona voluntades y tiene la función de generar esperanza. Pero sin políticas públicas que la sustenten, sólo se queda en sarasa. Por Mario Riorda

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Mario Riorda Mario Riorda 16-04-2022

Hay que tomar seriamente las narrativas de historias, dice el profesor R.A.W. Rhodes, afirmando que ellas son una excelente herramienta para describir e interpretar las acciones políticas a partir de los relatos o discursos de los distintos actores, cosa que no es frecuente en los estudios de administración pública.

Vamos a ponerle nombre: el relato gubernamental instalado socialmente se llama Mito de Gobierno. Es virtuoso tenerlo. La cuestión es que, en ocasión de la intervención del INDEC en Argentina, la oposición llamó en ese entonces relato a lo que significó un abuso de poder que nos dejó sin estadísticas legitimadas.

Pero un relato constituido como Mito de Gobierno refiere al proyecto general del gobierno una vez que ha sido apropiado por la ciudadanía. Visión general, proyecto general de gobierno, norte estratégico, rumbo de gobierno, aluden a lo mismo; sin embargo, el concepto de mito los incluye y más aún, trasciende, en tanto representa exactamente lo mismo que los sinónimos descriptos, sólo que incluye la condición de apropiación desde la ciudadanía.

Ese relato permite crear consensos, en tanto que vincula al ciudadano con el gobierno y lo hace sentir parte de él. Es un elemento unificador que simboliza la dirección, la voluntad y la justificación de las políticas. El lenguaje es su esencia, pero el mito no sale exclusivamente de la cabeza de un individuo aislado, pues las proposiciones se van estructurando como una creación social, afirma Murray Edelman. Y además necesita políticas que lo sustenten.

El Mito de Gobierno es la comunicación de tipo simbólico que tiene la función de generar esperanza y que, una vez instalada, puede alimentarse a sí misma siempre y cuando exista coherencia entre la narrativa esbozada y las políticas públicas implementadas que, aunque en términos de demanda no sean perfectas o no generen satisfacción ciudadana plena, sean vistas como contributivas al direccionamiento que el mito esboza. Retomo y potencio: sin políticas públicas que lo sustenten, no sólo no hay mito, sino sarasa.

Un Mito de Gobierno representa el ejercicio coherente de lo propuesto discursivamente como contrato de gestión en la faz electoral y la actualización de lo mejorable o aggiornable de ese contrato, una vez que se es gobierno. No debe ser perfecto, debe ser, sí, coherente. Es la “metapolítica”, el “núcleo”, lo que permanece mucho más rígido, con menor variabilidad, lo que no quiere decir inmutable.

Es breve porque no constituye un compendio de todas las políticas públicas y valores que lo sustentan, como puede serlo una propuesta electoral. Tiene siempre una fuerte carga ideológica y supone una importante combinación de hechos y valores, algunos apelando a la más pura emotividad, pero otros marcados con la inmediatez de lo cotidiano y racional para una buena gestión. Es racional, es emoción, es voluntad, porque el mito moviliza, estimula la acción, fortalece las decisiones y justifica las realizaciones, sostiene Roberto Donoso Torres. Un Mito de Gobierno siempre está abierto y nunca cerrado, por lo que, de gestión a gestión, si perdura, puede sufrir variaciones, y ello obviamente está en su esencia. No puede ser un lanzamiento aislado y lleva años en solidificarse. Incluso, tras lograrse, puede resquebrajarse o romperse, impactar en la aprobación de un gobierno, aunque casi siempre de modo más lento que si este no existiese, porque genera adhesiones ciudadanas muy sólidas.

 

Cristina, Macri y Alberto

Daniel Fernández Pedemonte avisaba que el eje dominante en el 2015 era el postkirchnerismo. Ser post tiene varias lecturas, pero casi siempre el reconocimiento de que algo existió. Y sí, pensando en el relato kirchnerista, particularmente plasmado en el segundo mandato de CFK significó un Mito de Gobierno dado por el trípode de inclusión social, crecimiento económico y múltiples políticas de identidad. Y encima ese relato se lo veía centralizado, instituyente, estructurado, denso, ideológico, orientador y claro, aún para quien lo rechazaba. Y conflictivo como dinámica de conflicto controlado, vale decir, cada conflicto era deliberadamente asumido como una batalla decisiva que había que dar porque además de ser transformador, era portador de identidad. El pueblo era el principio y fin de todo acto comunicativo.

El relato de Mauricio Macri se quedó en la nada. Lejos estuvo de ser un Mito de Gobierno. Con un estilo relacional, publicitario con predominancia digital, delegó tempranamente el relato al sistema de medios privados. Supuestamente no ideológico, lo que en realidad se tradujo en una postura infraideológica, fue un estilo discursivo que no asumía su identidad sino más bien como contra identidad del discurso K. Paradojal: desde el gobierno se asumía que el gobierno era un obstáculo. No instituía su relato, lo absorbía de la ciudadanía. Fue un gobierno esponja de los focus groups. Comunicación inductiva y a la vez extraviada, naufragando en un mar de expectativas de corte espiritual, aspiracional, de psicología positiva. Recontra liberal en muchas cosas, recontra conservadora en otras, dejaba entrever la eterna ausencia de límites entre liberalismo y conservadurismo en Argentina. Para el macrismo la ciudadanía era una vecindad. Y si con esa vecindad se lograba una interacción digital, mejor. Pensemos que los dispositivos de proximidad, como los timbreos, eran una movida digital pero que sólo cobraban sentido si se amplificaban en las redes.

Los consensos y la dirección del mito se constituyen en la fuente que origina las adjetivaciones dominantes de un gobierno: dinámico, moderno, corrupto, honesto, inoperante, clientelar, feudal, lento, duro, hegemónico, etc. Las adjetivaciones o conceptualizaciones pueden poner en jaque, tanto al propio gobierno, como al mito mismo. La auto celebratoria afirmación kirchnerista, “Década Ganada”, en algún momento se amortizó. Crujió y dejó entrever sus fisuras y permitió, como discurso contra identitario, el surgimiento de la “Herencia Recibida”.

No se sabía qué cosa era Cambiemos en ese entonces, pero claramente era un contraste simbólico total con el universo K. Tras la falla de gestión de Cambiemos, se instituye nuevamente una reválida K, pero con cambios. Para quien cultiva la memoria de eslóganes electorales, “Cristina, Cobos, y vos”, el eslogan ganador del 2007, fue una propuesta de concertación y de calidad institucional. No existió. Falló o no se implementó. Igual, no es la primera vez que el justicialismo gana con una promesa y gobierna por otros procedimientos, sólo baste repensar a Carlos Menem. Pero ahora era distinto: Alberto, Cristina y vos era una reválida de esa fallida promesa. Alberto era la síntesis coalicional que venía a acercar al kirchnerismo al centro. Era el diálogo y la reconstrucción. Desde un estadocentrismo que se agrandó en la pandemia, emanaba una pretensión productivista que hasta el día de hoy no se palpa en la opinión pública. Alberto es el campeón mundial de generar afirmaciones militantes que luego se le vuelven en contra. Él mismo posibilitó la resignificación de la “Década ganada” al “Volvimos mejores”. "Volvimos y vamos a ser mejores, aquí estamos, a trabajar", afirmó el 10 de diciembre de 2019.

Y luego el desorden comunicativo del oficialismo actual, contrario a todo intento de relato unificado. Casi lo definiría como posmoderno: su estilo es no tener estilo. Cuando la aprobación del presidente tocaba el cielo, cuando las decisiones representaban la “Argentina Unida” con la dirigencia de otros partidos y otros niveles de decisión, una sucesión de hechos políticos (Vicentín, quita de coparticipación a CABA, entre otras) dieron paso a la instalación de un potente sesgo de confirmación en las acciones del riesgo que trajeron la grieta con la fuerza renovada al centro de la escena. Desde ahí, Alberto Fernández desvarió comunicativamente y sucedió una campaña electoral carente de estrategia y para el olvido, el arreglo con el Fondo que detonó una fractura expuesta en la coalición y el descontrol de variables económicas, como la inflación por caso. Alberto Fernández le habla un rato al pueblo, un rato a CFK y otro rato a nadie, sólo satisfaciendo su incontinencia verbal. CFK en cambio siempre le habló al kirchnerismo.

Sergio Caletti sugiere que hay más comunicación política que aquella concebida desde el orden técnico y los parámetros de eficiencia en la consecución de fines. Hoy no hay ningún relato instalado, obvio que tampoco ningún Mito de Gobierno socialmente instalado. No hay nada, sólo grieta hacia afuera y grieta hacia adentro. La decisión de la comunicación está loteada y se nota. Idas y vueltas con más vueltas que idas. Quisieron echarle la culpa a la comunicación pero no, es la política. Casi tres cuartas partes de los argentinos -en diferentes estudios de opinión pública- rechazan el rumbo del gobierno. Resulta extraño porque ni siquiera hay relato para ese rumbo. Sólo discursos contradictorios y campañas publicitarias prolijísimas, sin sentido de orientación política, diseminadas en algunos medios. Los constantes relanzamientos del gobierno acaso sean la máxima expresión de la intuición y el voluntarismo.

Es posible pensar una vasta zona de los problemas de la comunicación como política, en reconocer que toda política tiene un costado comunicativo por el que ella misma se hace pública, que toda política está en relación con una cultura política en una época y que básicamente se da en un contexto particular único e irrepetible. Ahí los relatos cobran sentido, pero si además hay políticas públicas que los avalen, dan más previsibilidad al largo plazo y más chances para el consenso. Justamente todo lo que falta en estos momentos.

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Redacción Mayo

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