OPINIÓN

La guerra global de la derecha contra la ciencia

La “nueva” derecha no sólo pretende reducir el Estado a su mínima expresión. Exhibe una misoginia agresiva, sospecha del conocimiento científico y asume como propia la lucha contra las campañas de vacunación por el Covid. Por María Esperanza Casullo

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14-10-2021

Uno de los temas más discutidos (incluso en estas páginas) es si fenómenos como Jair Bolsonaro o Javier Milei y José Luis Espert en Argentina representan una continuidad de las viejas formas de la derecha, o si marcan el surgimiento de algo completamente nuevo. La pregunta no es tal vez la más útil en sí misma; en la historia política nada es totalmente nuevo, ni nada es tampoco sólo una continuidad de lo existente, sino que más bien la historia va generando múltiples articulaciones y despliegues de lo nuevo con lo viejo. Por ejemplo, el entusiasmo con el que sectores de la “vieja” derecha latinoamericana están abrazando a estas nuevas derechas habla de que los “nuevos” no rompen con ninguno de los elementos fundamentales de la matriz ideológica clásica. Su discurso económico, en especial, no sólo es viejo sino que es antiguo; se trata de repeticiones ya ritualizadas de nombres y frases que tienen cerca de cincuenta años o más: Hayek, Mises, escuela austríaca, curva de Phillips, curva de Laffer, hay que eliminar los bancos centrales, eliminar las regulaciones a los despidos, reducir al Estado de tamaño hasta el punto que pueda ser ahogado con las propias manos (esta última frase es de Grover Norquist; el original dice: “I simply want to reduce it to the size where I can drag it into the bathroom and drown it in the bathtub”. En castellano: “Simplemente quiero reducir el Estado hasta un tamaño en el que pueda arrastrarlo al baño y ahogarlo en la bañera”. Curiosa metáfora, ¿no?).

Sin embargo, hay algunos elementos novedosos que no deberían soslayarse. El primero es una misoginia abierta, vocal y agresiva que va más allá (aunque la contiene) de la concepción patriarcal “tradicional” de la derecha católica latinoamericana. Ya no se trata de defender un modelo “occidental y cristiano” de familia y de sociedad, en el cual varón y mujer ocupan roles establecidos, asimétricos pero complementarios, y en donde toda la familia va a misa los domingos, sino de defender por cualquier medio la supremacía ontológica de la dominación masculina frente a los desafíos planteados por el feminismo y las disidencias de identidad sexual y de género. La misoginia violenta no representa una ruptura, pero sí una transformación y una profundización.

El segundo elemento novedoso que me gustaría resaltar hoy es la posición abiertamente anti-conocimiento científico que hoy representa la posición oficial de la derecha global. Van algunos datapoints para sostener esta afirmación. 

Desde que asumió el gobierno, en Brasil, Jair Bolsonaro no ha parado de antagonizar y recortar el sistema de ciencia de Brasil y sus universidades públicas en una verdadera política de “desmantelamiento planificado”. La semana pasada se conoció la noticia de que el Congreso aprobó un proyecto enviado por su gobierno que redujo brutalmente el presupuesto del sistema brasilero de ciencia y técnica. Según Folha de São Paulo, el presupuesto quedaría en sólo 89,8 millones de reales, algo así como 16 millones de dólares. La producción pública de medicamentos se desfinanció, pasando de los 82 millones que tenía a 34. Los fondos para financiamiento de proyectos de CYT se redujeron en un 99%. El instituto público que produce insumos radiactivos para el tratamiento de enfermedades oncológicas suspendió la producción por falta de fondos. Si bien el gobierno de Trump ofreció fondos para la investigación de vacunas contra el coronavirus, su gobierno había recortado profundamente los fondos de los institutos de la salud. 

Por su parte, las derechas globales han asumido como propias la lucha contra las campañas de vacunación por el Covid. Los estados de EEUU con gobiernos republicanos tienen tasas de vacunación mucho menores y tasas de mortalidad mucho más altas que los estados con gobiernos demócratas. Los mismos sectores han aumentado los hostigamientos a efectores de salud, maestros y profesores, y personal de aerolíneas frente al pedido de usar barbijos. Aún en un país con una historia de décadas de planes de vacunación exitosos y en donde la campaña de vacunación contra el COVID tuvo un apoyo masivo de la sociedad civil, referentes políticos y mediáticos de las “nuevas derechas” de Argentina manifiestan públicamente que no están vacunados. 

Vale aclarar que el rechazo a la vacunación, la desconfianza hacia la “medicina occidental” y el giro hacia la creencia en los valores sanitarios de la alimentación, el ejercicio y la auto-motivación no son de ninguna manera una propiedad exclusiva de las ultraderechas. Uno de los curiosos elementos de la era es que las vitaminas, la astrología, las “energías” o la meditación son reivindicadas simultáneamente por grupos que se imaginan a sí mismo patriarcales pero también por otros antipatriarcales, por personas furiosamente capitalistas pero también por grupos anticapitalistas, por normies e hippies. El abrazo de las derechas globales de estos elementos esotéricos tampoco es enteramente nuevo: sólo hay que googlear “hermanos Kellogg” (sí, los inventores de los cereales de desayuno) para descubrir los lazos íntimos entre los barones capitalistas del siglo XIX y las modas modernas de la alimentación. 

Sin embargo, el rechazo institucionalizado de las derechas globales a las políticas de ciencia y técnica es algo nuevo, al menos en esta escala. El sistema universitario de ciencia y técnica de Brasil fue un proyecto compartido por los sucesivos gobiernos brasileros de la era democrática, que lograron que instituciones como la Universidade de São Paulo o la Universidade Federal de Rio de Janeiro se ubicaran en lo más alto de los rankings latinoamericanos. Carnegie, Mellon, Kellogg: todas estas familias fundaron o financiaron universidades o institutos de altos estudios. 

Tal vez la desconfianza institucionalizada con respecto a elementos básicos del acervo científico esté en realidad conectada con el primer punto: la rigidez de su ideología económica. Si el conocimiento científico no existe o es siempre sospechoso, entonces sus postulados económicos son dables de ser repetidos como mantras, antes que ser sostenidos como hipótesis, que son siempre posibles de ser falsables empíricamente.

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Redacción Mayo

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