COLUMNA

La política de la indignación es un mar sin fondo

La vida de Argentina transcurre en medio de una sobreoferta de contenido político: nos encanta consumir política, discutir, polemizar. Hace ya varios años que la discusión política nacional transcurre mas y más bajo el encuadre de la indignación permanente. Por María Esperanza Casullo

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10-06-2021

Un frame o marco de referencia puede definirse (siguiendo a Heinisch y Mazzoleni) como un tipo de presentación discursiva que presenta un fenómeno social bajo una luz particular, y busca activar narrativas específicas  a fines de generar consensos.  Una persona puede estar en desacuerdo con algo (contenido ideológico) y puede presentar ese desacuerdo de manera mas o menos indignada, mas o menos tecnocrática, más o menos emotiva, etc. Una persona puede decir “no estoy de acuerdo con tal política porque es ineficiente”, o “no estoy de acuerdo con tal política porque es corrupta”, o “no estoy de acuerdo con tal política porque me angustia”. Son tres encuadres distintos; cada uno de ellos genera distintos modos de discusión, debate y refutación. Ninguno de estos tres tipos de encuadre es bueno o malo: algunos temas deben debatirse teniendo en cuenta su evaluación según costo-beneficio, otros temas merecen ser declarados inmorales, y es importante reconocer el rol de las emociones en política. Una esfera pública democrática vigorosa debe contener una multiplicidad de voces, responder a una multiplicidad de encuadres, admitir infinitos puntos de vista. 

 

Por supuesto, cae casi sin decirlo que la mayoría de los programas de televisión, radio, y la mayoría de las figuras que escriben en la prensa nacional son opositoras al gobierno de Alberto Fernández, como ya lo eran al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Pero este posicionamiento no es universal: uno de los canales de cable mas vistos, C5N, apoya al gobierno. Casi todos están igualmente indignados, sin embargo.  En  Argentina el frame “indignado” se ha devorado a los otros. Desde hace ya muchos años, la cobertura de todo lo relacionado con la realidad política, económica y social se encuentra totalmente colonizada por un encuadre signado por la constante denuncia de las intenciones inmorales, corruptas y dañosas de las políticas del adversario. Lo que interesa es resaltar no el contenido ideológico, sino el encuadre en que ese contenido se presenta. Las noticias se encuadran en el formato de “denuncia” con carteles de “urgente” o “indignante”; todos los debates se dan en tono exasperado. Cada discusión se presenta como “Fulano embistió contra Megane” o “Hacé click y mirá como Zutano destruyó a Perengano al aire”.  No importan mucho ni los datos ni las corroboraciones, sino quien performa indignación de la manera mas eficaz.

 

No deja de ser comprensible el ascenso del “frame indignado” en el contexto de la pandemia, cuando todo el mundo está cansado, asustado, empobrecido. Tampoco es un fenómeno sólo argentino, sino que la polarización y la indignación van en aumento en todo el mundo. Pero me interesa señalar como este proceso está acompañando un aumento de satisfacción con toda la dirigencia política. 

 

Este ímpetu indignado coincide con un hecho: la valoración ciudadana con respecto a la clase política está en baja. Pueden citarse varias encuestas que coinciden en esta tendencia, aunque divergen en su escala relativa. La medición mas extremo es la encuesta de ESPOP, realizada por la Universidad de San Andrés. Esta encuesta, dirigida por el politólogo Diego Reynoso, muestra una caída impactante de la satisfacción con el gobierno, que queda reducida al 26%. Lo interesante es que esta caída no parece ser hasta ahora capitalizada por ninguna figura opositora con claridad: ninguna figura política llega a los 50 puntos de aprobación. Los dirigentes de la oposición con mejor imagen son Horacio Rodríguez Larreta (43%) y María Eugenia Vidal (39%). También predomina una mirada negativa hacia todos los partidos: radicales (30%), Pro (25%), Peronistas (24%), Kirchneristas (17%). 

 

Otras encuestas muestran un escenario coincidente en lo general pero no tan tremendo en las mediciones particulares. La consultora Proyección Consultores, que sólo mide CABA y Provincia de Buenos Aires, registra una cifra de 50% de aprobación positiva para la figura de Alberto Fernández, y coloca a Horacio Rodríguez Larreta apenas por debajo, con el 44%. Federico Aurelio (citado por Iván Schargrodisky en Cenital) también le da un 44% de aprobación nacional a la figura del presidente. 

 

En síntesis, los rendimientos de popularidad del presidente y su gobierno no pasan de la mitad de la tabla; sin embargo, no derraman popularidad para ninguna figura opositora. Además, el descontento se expande a actores sociales: son bajas las mediciones de satisfacción con los empresarios, con los medios, con los periodistas, con los sindicatos, y con todo lo que aparezca como politizado.

 

¿Por qué la oposición, que insufla dosis altas y constantes de indignación, no puede hasta ahora capitalizar este descontento? 

Dos datos ayudan bastante a explicar este hecho. El primero es la inquebrantable impopularidad del ex presidente Mauricio Macri. El dato más actualizado a mano es el de Proyección Consultores, pero casi todas las encuestas coinciden en esto: Mauricio Macri tiene en este momento un 65% de imagen negativa. Lo más llamativo, sin embargo, es que este mismo porcentaje se mantiene casi idéntico a sí mismo desde inicios de 2018, cuando explotó la primera corrida contra el peso. La valoración social sobre su figura es extremadamente consistente en el tiempo. Alberto Fernández tuvo un pico de popularidad en 2020, y luego su imagen fue oscilando en un sube y baja. Ahora está baja, pero en los meses que viene su gobierno podría aspirar a subir su aprobación, aunque mas no fuera teóricamente. Esto no sucede con Mauricio Macri: la sociedad parece tener un juicio bastante cerrado sobre su electabilidad.

 

El segundo dato es la pérdida de popularidad de Horacio Rodríguez Larreta en los últimos meses. El también había llegado a tener índices de aprobación superiores al 70% a inicios de pandemia: hoy según las encuestas está apenas por encima o apenas por debajo del 50%. Larreta había construido una imagen asociada a valores relativamente “apolíticos”: la gestión de obra pública, la capacidad de dialogar con el gobierno nacional, un uso constante de frames tecnocráticos (expresados en la figura de su ministro de salud, Fernán Quirós) o despolitizados (“ los vecinos y la gente”). Su pasaje empujado al “marco de la indignación” expresado en la judicialización del decreto sobre educación virtual no parece haberlo ayudado, sino al contrario. 

 

La cuestión, entonces, que la política de la indignación constante puede devenir en un juego de suma menos cero: lo que uno pierde por un lado, no le suma a nadie. Podría capitalizarlo alguien que venga de afuera, y por eso no es casualidad que en esos días se hayan visto algunas notas esperanzadas con una nueva “ancha avenida del medio” encabezada por el ex ministro Florencio Randazzo. 

 

Sin embargo, también podría devenir en una pérdida de legitimidad de todo lo que huela a política, en alta abstención electoral, en un “que se vayan todos”. ¿Esto es lo que busca la política? Puede ser. ¿Es esto lo que demanda la sociedad? Mas dudoso.

 

No parece tampoco. Según las encuestas, los temas que mas preocupan a la sociedad son la pandemia y la economía. Todos los demás van muy por detrás. Lo que se demandan son vacunas y empleo. Las medidas de restricción a la movilidad y de aislamiento no se festejan pero se comprenden, y se sostienen de manera bastante adecuada, a pesar de la pobreza y las dificultades. Se percibe una sociedad exigente, preocupada y enojada, pero responsable, con preocupaciones concretas. Se ve a un electorado decidido a votar en base a resultados, que no dudará en castigar a un gobierno que no responde, pero que tampoco gusta de aventureros. Se ve más una sociedad que busca hacer pie en debates y consensos que flotar en un mar de indignaciones flotantes y sin fondos.

 

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Redacción Mayo

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