Sectores vulnerables

Cuando la muerte llega antes: homicidios en cuarentena

Rastreamos cada uno de los asesinatos ocurridos en la capital cordobesa durante los primeros días del ASPO
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29-04-2021
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En 1994, Erin Gruwell tuvo su primer desafío como maestra secundaria en  Long Beach, California. Le asignaron un complejo curso en el nivel inferior, donde los jóvenes sobreviven en medio de tensiones raciales, discriminaciones y un contacto demasiado temprano con la muerte. Pandillas, armas y drogas forman parte de este escenario. Gruwell, al comienzo, no logra entender la resistencia de sus estudiantes a las clases. Enseñanza que más de una vez debe interrumpir por agresiones de cualquier tipo.

Hasta que un día, en medio de una burla entre los compañeros, descubre que sólo uno de ellos, el que provenía de la clase social más acomodada, sabía qué había sido el Holocausto. Para el resto, el único aprendizaje era la realidad de la calle. Gruwell comienza a construir, entonces, un método nuevo de enseñanza, con la compra de libros nuevos, idas a museos y, sobre todo, con una idea clara: confiar en que ellos sí pueden aprender; que otra realidad es posible.

Su historia se hizo libro y se masificó, sobre todo, en la película Freedom Writers (Escritores de Libertad), estrenada en 2007. En toda la trama sobrevuela la misma denuncia social: no todos los jóvenes tienen las mismas oportunidades y cada cual intenta sobrevivir en contextos tan dinámicos como cambiantes.

Pese a los casi 9.000 kilómetros que separan Argentina de esa parte de Estados Unidos, el drama allí expuesto también se reproduce en este territorio, con características propias, claro está. Pero la denuncia es la misma: jóvenes, territorios y fragilidades. Y la violencia.

Un robo, una discusión, una riña, un ajuste de cuentas. La violencia suele irrumpir de distintos modos. Una manera de analizarla es a través de su cara más letal e irremediable: los homicidios. Pero no sólo como un racconto, sino para buscar raíces, explicaciones. Ir desde la noticia policial hacia las razones sociales.

Como la violencia tiene muchos rostros y se reproduce de manera constante y cambiante, decidimos realizar un recorte estadístico para el análisis periodístico. Cien días, desde el 20 de marzo de 2020 hasta el 27 de junio, los primeros 100 días del aislamiento social preventivo obligatorio en toda la Argentina. ¿Cómo se mató en la ciudad de Córdoba en tiempos de cuarentena?, es la pregunta original.

Para ello, realizamos una base de datos propia. A partir de fuentes policiales, judiciales, sanitarias y vecinales, rastreamos cada uno de los asesinatos ocurridos en la Capital cordobesa durante esos 100 días. Y se elaboró una base de datos propia, inédita, con 15 variables para cada caso.

De esta manera, se observó que los primeros días de aislamiento inflexible tuvo su correlato en el comportamiento social: ningún crimen entre el 20 de marzo y el 15 de abril. Entre ese último día y el 30 del mes, dos asesinatos. Y desde el 1° de mayo hasta el 27 de junio, cuando ya la cuarentena comenzó a derretirse por efectos políticos y de la propia sociedad, 16 homicidios.

Analizar estos 18 homicidios durante los 100 primeros días de cuarentena permite sacar varias conclusiones.

Cinco de los asesinatos están enmarcados en situaciones de robos: en tres casos, murieron las víctimas de los asaltos, mientras que dos supuestos ladrones terminaron abatidos.

Hubo tres crímenes dentro del hogar: una mujer asesinada por un varón y dos jovencitas que mataron a puñaladas a parejas hombres.

Y 10 homicidios que responden a la figura de “violencia urbana”: crímenes entre conocidos que habitan el mismo territorio y que se desarrollan en el marco de venganzas o de riñas del momento.

Desparramados en el mapa capitalino, los crímenes vuelven a traer una foto histórica en la ciudad de Córdoba: 17 de los 18 homicidios ocurrieron en los sectores más vulnerables, que hace ya cuatro años el Gobierno provincial identificó en el marco del programa para intentar contrarrestar la inseguridad.

Para evitar identificarlos como “zonas rojas” y estigmatizar a sus residentes, en aquel momento se aclaró que el análisis medía varias variables por encima del índice delictivo, como el empleo y la educación.

Son, también, casi los mismos 23 barrios que en 2014 el Observatorio de Seguridad Ciudadana (reconocido por el Banco Interamericano de Desarrollo -BID- y la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, y que dirigía la exministra de Seguridad Alejandra Monteoliva) había marcado como “controlados” por vendedores de droga.

El mapa coincide, además, con los 20 puntos críticos señalados por la Policía, según un relevamiento de Jefatura que salió a la luz pública en 2015.

Estas referencias no son sólo contextuales, sino que sirven para medir cómo esos sectores continúan con la misma problemática estructural tras el paso de los años.

 

Barrios

En el estudio del Observatorio de Seguridad Ciudadana, a través de un análisis transversal, se diferenció a los barrios cordobeses en tres tipologías diferentes, de acuerdo con las características que adquirían en cuanto a la actividad de narcotráfico o narcomenudeo.

De esta manera, se marcaron aquellos sectores con “actividad controlada”, en los que se detecta un alto nivel de tráfico de drogas, con pocos dealers (proveedores) y un control del espacio público por las propias organizaciones narco, para que la venta no se vea afectada.

Aquí se incluye, por ejemplo, a barrio Maldonado, Colonia Lola, Villa Páez, Las Violetas o Bella Vista, sólo para citar algunos.

Luego, están aquellos barrios con “actividad en transición”, lo que supone fuerte presencia de pequeños dealers , pero sin grandes traficantes establecidos. Al no existir un control informal o formal de la violencia por parte de las grandes organizaciones, hay mayor cantidad de incidentes entre grupos, y delitos callejeros. Entre ellos, aparecen Alto Alberdi, Alta Córdoba, El Cerrito, Cáceres y Empalme. Marqués Anexo ingresaría en esta categorización.

Por último, se describe a los barrios con “actividad desorganizada”: pequeñas ventas, ninguna banda regula la organización social, por lo que existe una tensión constante entre los diferentes grupos, situación que se traduce en altos niveles de inseguridad y violencia en los espacios públicos.

Ejemplo de esta categoría son Parque República, Villa Cornú, Remedios de Escalada, Patricios y la mayoría de los barrios-ciudad.

Para sintetizar: en aquellos sectores con presencia de pocas pero grandes bandas narco, la violencia es regulada por ellas; en las zonas donde no hay una actividad controlada de narcotráfico, sino que se superponen los vendedores al menudeo, cada uno tiene su propia lógica, lo que deriva en riñas más frecuentes.

El estudio fue publicado en el segundo semestre de 2014. Casi seis años después, todo parece inalterable. O, acaso, se profundizó: 17 de los 18 asesinatos registrados en la ciudad en los primeros 100 días de cuarentena obligatoria ocurrieron en alguno de estos barrios.

En 12 de los 18 crímenes, se mató con al menos un arma de fuego y en todos esos casos hubo personas muy jóvenes involucradas, como víctimas o victimarios. Armas que continúan dando vueltas por los barrios de Córdoba. Y con la sombra de la droga siempre presente, según apuntaron las fuentes consultadas en cada caso.

Sólo en dos casos no hay detenidos ni órdenes de captura contra sospechosos.

El resto de las investigaciones policiales y judiciales está más que avanzado, el 90 por ciento, lo que demuestra que la presunta impunidad como generadora de más delitos similares no aparece en este análisis.

Lo que revela, en parte, que los asesinos en Córdoba no son “profesionales”, sicarios que desaparecen luego de matar, como sucede por ejemplo en Rosario, sino que matan más por impulsos del momento, sin tener una estrategia definida para luego poder huir con impunidad.

O sea, pese a que son altas las posibilidades de que los asesinos sean detenidos, estos cometen igual los crímenes, lo que obliga a repensar, más que las políticas de seguridad, cuáles son las políticas sociales que han generado este caldo de cultivo. El miedo a la cárcel ya no parece disuasorio para inhibir los impulsos criminales de varios. ¿Qué relación tiene esta población con el mundo carcelario? ¿Por qué ya no observan como problemático en extremo un encierro prolongado? ¿Qué pasó en estas biografías para que la diferencia entre la cárcel y la libertad pareciera tan delgada?

 

Estadísticas

Esta tendencia comenzó años atrás. En 2017, en la ciudad de Córdoba hubo 46 menores de 35 años asesinados. Representaron el 60 por ciento del total de homicidios en la Capital, según un relevamiento publicado en el diario cordobés La Voz del Interior. En 2018 la cifra de jóvenes asesinados en la ciudad bajó y volvió a trepar en 2019, siempre con la misma proporción sobre el total de crímenes.

Cabe destacar, en esta comparación estadística, que la ciudad de Córdoba tiene, en promedio, una tasa de cuatro homicidios cada 100 mil habitantes, lo que la ubica lejos de las urbes más violentas del país, como el Gran Rosario, Santa Fe, Buenos Aires y San Miguel de Tucumán, según las cifras reveladas en 2018 a nivel nacional.

Si se abre la comparación a términos globales, conviene tener a mano uno de los últimos informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que advirtió que cada año se cometen en todo el mundo 200.000 homicidios entre jóvenes de 10 a 29 años, lo que supone un 43 por ciento del total mundial anual de asesinatos.

“El homicidio es la cuarta causa de muerte en el grupo de 10 a 29 años de edad, y el 83 por ciento de estas víctimas son del sexo masculino”, advirtió la OMS.

 

Análisis

“Los mismos jóvenes perciben que van a morir jóvenes y esto tiene implicancias en las decisiones que toman en sus vidas y también en sus familias”, sostuvo la antropóloga social Natalia Bermúdez, quien desde hace años lleva adelante una profunda investigación etnográfica y comparativa sobre las redes de relaciones familiares, sociales y políticas vinculadas a las muertes en contextos de violencia en villas y barrios de la ciudad de Córdoba.

El diagnóstico vino a completar la visión que años antes ya había puesto sobre la mesa nacional el sociólogo Emilio Tenti Fanfani: “Pueden buscar en los actos de violencia un medio desesperado de existir frente a los otros, para los otros; de acceder a una forma reconocida de existencia social o, simplemente, de hacer que pase algo, que es mejor que no pase nada”.

Hoy, es fácil sumergirse unos minutos en las redes sociales para encontrar toda clase de imágenes de pibes y más grandes en los distintos barrios de Córdoba haciendo alarde de la ilegalidad: armas, drogas y hasta dinero cuyo origen es más que sospechoso se muestran con absoluta liviandad. En los comentarios que le siguen a estas imágenes hay emoticones de aplausos, retos, insultos y hasta amenazas.

La violencia urbana es aquella que hoy genera la mayor cantidad de homicidios en toda la provincia. Se trata de peleas, ajustes de cuentas o ataques a traición, casi siempre con armas de fuego, y que tiene a jóvenes como los principales protagonistas, tanto del lado de las víctimas como de los victimarios.

Quienes se enfrentan, aquellos que mueren y los que matan, ya se conocían de antes, porque comparten el mismo territorio. Aunque el motivo final de una disputa fatal puede haber sido una mala mirada, un insulto o un robo, detrás de cada uno de estos casos de observa una matriz más espesa y consolidada: la presencia de la droga -como venta o como consumo-, el acceso demasiado fácil a un arma de fuego, la deserción escolar de los protagonistas, la falta de un horizonte claro y las precariedades socio-económicas-culturales de estos jóvenes.

Entre las distintas explicaciones, aparecen dos variables fuertes: la relación entre edad y delincuencia. No se trata de poner en debate la edad de imputabilidad, sino de pensar qué delitos suceden en las ciudades que comparten los mismos procesos de urbanización y ver qué relación existe entre edad y delincuencia. Y los resultados en esta parte del continente suelen ser similares. Jóvenes que se vuelcan al delito en medio de una fragilidad estructural mucho más profunda y menos lineal.

Hoy, sostienen aquellos abocados a la criminología, bajó mucho la edad de ingreso a la delincuencia. Un dato que la realidad se encarga de corroborar en cualquier unidad judicial de la ciudad de Córdoba. Chicos y adolescentes que desde muy pequeños ya comienzan a tutearse con el delito. Fenómeno que tiene un momento pico de entre los 15 y los 19 años. Y en el que se advierte una edad de salida desde los 25 a los 29, asociada a múltiples factores, entre los que figuran la cárcel y la muerte temprana.