UNA REBELIÓN QUE MARCO HISTORiA

El Cordobazo, memoria de la mítica rebelión popular

Fue acaso la más ardiente rebelión popular de la historia nacional. Sucedió el 29 de mayo de 1969: trabajadores, estudiantes y ciudadanos encendieron un ardoroso capítulo que dejó varias víctimas y un fuego generalizado que acorraló a la dictadura que comandaba el general Juan Carlos Onganía.

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28-05-2021

El 29 de mayo de 1969, en las calles de la ciudad de Córdoba, obreros, estudiantes y una buena parte de la población escribirían acaso el más ardiente episodio de rebelión popular de la historia argentina. 

La inmediata percepción de la gente y luego la historia dejarían señalados aquellos hechos que se prolongaron hasta el día siguiente con el nombre de “Cordobazo”. Ese sufijo “azo”, que la daría un aire de leyenda combativa  a la ciudad, tendría sobrado sentido en  dos acepciones: el aumentativo, que da cuenta de la expandida dimensión política que alcanzó Córdoba, y en el que viene a expresar un brusco sacudón de la vida nacional.

“Vamos a hacer un gran despelote”. Lucio Garzón Maceda, quien fuera abogado de la CGT cordobesa de entonces, nos contó hace un par de años que esa frase fue lanzada sin sordina sobre la mesa de un sencillo comedor céntrico, en el mediodía del  martes 27 de mayo de 1969.

Los otros comensales eran los líderes sindicales Elpidio Torres (Smata), Agustín Tosco (Luz y Fuerza) y Atilio López (UTA). Con trazos sobre el mantel de papel, le mostraban al periodista Sergio Villarroel los movimientos de los trabajadores planeados para el jueves siguiente.

“No guardábamos secreto con nadie”,  remarcaba Garzón Maceda, quien siempre ha sostenido que El Cordobazo no fue una espontánea reacción popular sino el resultado de una acción de protesta original claramente planificada. “Los grandes protagonistas fueron los trabajadores; no fue el comienzo de una etapa sino la culminación de un proceso de afirmación y lucha sindical”, decía.

“Ese día los trabajadores salimos dispuestos a pelear con la Policía; lo que no sabíamos es que les íbamos a ganar y que a las tres de la tarde la ciudad iba a quedar en nuestras manos. La Policía se retiró porque se quedó sin gas lacrimógeno”, afirmaba. 

La bronca que terminó de encender la sed de revuelta tuvo como episodio inmediato anterior los hechos de la noche del 14 de mayo, cuando la Policía reprimió con prepotente violencia la asamblea del Smata que se realizó en el entonces club Córdoba Sport, un conocido escenario de boxeo casi en pleno centro cordobés. Para más, unos días antes, el 5 de mayo, un paro del transporte público de la UTA les había dado a los trabajadores un sorbo de conciencia de su capacidad de impacto en la pelea.

El rumbo extraviado

El rumbo argentino de aquellos días venía señalado sobre todo por la proscripción del peronismo (14 años hasta entonces) después del violento golpe de 1955, que como antesala incluyó el bombardeo de Plaza de Mayo, con casi 400 muertos. 

A esto se sumaba la supresión total de los derechos constitucionales con el derrocamiento del gobierno de Arturo Illia por parte de un movimiento militar y civil conducido por el general Juan Carlos Onganía. 

En 1966, esa dictadura llamada “Revolución Argentina” no sólo anuló el sistema político democrático, disolviendo incluso los partidos, sino que también avanzó sobre la universidad, sobre los sindicatos, conculcó derechos como el de huelga y puso en práctica la censura, en una arremetida autoritaria que sólo sería superada por la gran dictadura que vendría 10 años después, la más feroz y sangrienta. 

A todo esto, el espíritu de la época se sacudía no sólo aquí. Un estado de efervescencia mundial conmovía con hitos como los de la Revolución Cubana, la guerra de Vietnam, las revueltas estudiantiles europeas como el Mayo Francés y otras que sacudieron las ideas y las pasiones.

Mientras tanto, Córdoba, con sus modos de ser. “Córdoba es como una bomba molotov: tiene tres ingredientes que si los tenés por separado no pasa nada, pero si los juntas y los agitás, pueden hacer estallar todo: los trabajadores, los estudiantes y la tradición contestataria”. Así le dijo una vez John William Cooke, referente peronista, a Lucio Garzón Maceda.

Del espíritu de los estudiantes cordobeses, el país y el continente habían tomado nota en 1918 con la Reforma Universitaria. Mientras, desde poco antes de la mitad del siglo 20, Córdoba se había convertido en centro de una gran conmoción industrial que atrajo a multitudes de trabajadores. La gran metrópolis del interior, a la que llegaban sobre todo legiones de la provincianía del norte.

“Los salarios pagados a los obreros de la industria automovilística de Córdoba eran los más altos del país”, recordaría años después Adalbert Krieger Vasena, quien entonces fuera ministro de Economía de la Nación en aquellos días. Si, los trabajadores eran protagonistas de aquella arena económica de los '60, que. obviamente, venía de los '50.

Pero el asombro con que lo decía el ministro Vasena y con que siguieron repitiendo tantos, no percibía el hecho de que una vez resueltas las necesidades y reivindicaciones elementales como salarios y derechos, el paso siguiente es sumarse a la discusión por las grandes decisiones políticas.

Ese razonamiento sería clave en el medio siglo que seguiría. Desde la dictadura hasta los gobiernos antipopulares tendrían en claro que la manera de controlar (léase someter) a la clase trabajadora era el desempleo, y en consecuencia la debilidad de los sectores más frágiles para negociar. 

Entonces aparecerían en los '90 los contratos precarios, las pasantías y otros ardides empresariales para hacer que los empleados se conformaran con su pequeña suerte en un mar adverso. Y en el desempleo, sobre todo en el regreso del neoliberalismo, se intentó que funcionara como disciplinador social.

El fuego en acción

La jornada del 29 de mayo se prolongó al día siguiente. Con la Policía provincial  impotente, llegó el Ejército comandado por Alejandro Lanusse, quien luego sería el presidente militar que le devolvió el gobierno al peronismo.

“Los muertos, los numerosos heridos, la gran cantidad de detenidos, los incendios de locales de negocios, del Ministerio de Obras y Servicios Públicos, del Círculo de Suboficiales del Ejército, la quema de automóviles, tractores, ómnibus y de las obras de la nueva estación terminal de colectivos, los actos de pillaje, el toque de queda impuesto por los militares, el arribo de contingentes de soldados, el incesante tiroteo respondiendo al hostigamiento de francotiradores, las barricadas y fogatas encendidas por doquier, todo ello confundido en un ambiente de gases lacrimógenos, órdenes, consignas, requisas de vehículos y peatones, conformaron un cuadro de contornos apocalípticos”. Así contaba los hechos el diario cordobés “La Voz del Interior”.

Las cuentas relatan que entre la movilización y lo que siguió se apuntaron 30 mil manifestantes. mientras que al final se contaron 12 muertos, 51 heridos y 300 detenidos, entre ellos Torres, Tosco, López y, más tarde, Garzón Maceda.

La dictadura de Onganía había quedado herida de muerte, tanto que sus sueños de eternidad apenas durarían un año mas.

Entre tanta espesura caliente, un rencor pesado quedó  agazapado, rumiando convicciones violentas y extremas, a la espera de la oportunidad del próximo zarpazo. Por eso, cuando desde 1976 arreció la más sangrienta dictadura, Córdoba fue uno de los sitios especialmente castigados. El general Luciano Benjamín Menéndez, amo y señor de la muerte en esos años, fue el nombre del castigo.

Frente a la osadía de los trabajadores, se trataba de neutralizar una de sus causas principales: el desarrollo de la industria en Córdoba. Por eso, en 1980, fue cerrada la fábrica Industrias Metalúrgicas del Estados (IME), que entonces tenía el 70 por ciento del mercado de los utilitarios, para dejarle el terreno  libre a empresas multinacionales.

El largo  tiempo  que a pasado desde aquellas ardorosas jornadas de mayo (52 años), reclama recordar, repasar y repensar aquellos bravos dias. Aunque los temperamentos de las décadas que siguieron hayan contado de otras maneras el camino, aquellas horas calientes siguen ardiendo en la memoria no sólo de Córdoba sino también del país.

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Redacción Mayo

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