STREAMING

La música se desmaterializa. Nuevas formas para la magia de siempre

La pandemia aceleró un proceso iniciado en el cambio de milenio: la migración del consumo masivo de música a la reproducción en línea. ¿Cuáles son los nuevos hábitos, reglas y formatos que trae la reconversión de la escucha? Por Luciano Lahiteau

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18-06-2021

Ilustración Romina Pereyra

Durante los meses de aislamiento y distanciamiento social, el consumo de música grabada y en vivo se volcó a internet. Como resultado de los cuidados sanitarios, oyentes de distintas generaciones se plegaron al hábito que ya compartían millones de amantes de la música y empezaron a bucear en las bibliotecas de Spotify, a interactuar con los artistas en las redes sociales o asistir a conciertos virtuales. Descubrieron artistas descatalogados o recién publicados, reprodujeron playlists curadas por músicos, instructoras de yoga o cocineras, adoptaron un podcast y se rieron con videoclips caseros del tema del momento. Vieron a youtubers extranjeros reaccionar a canciones autóctonas, a artistas jóvenes grabar sus sesiones de freestyle y a grandes estrellas estrenar sus nuevas canciones a miles de kilómetros, pero como si lo estuvieran haciendo para ellos. Todo indica que estos hábitos llegaron para quedarse.

En un país donde, según INDEC, 85 de cada 100 personas utilizan internet y donde, según CAPIF, hay menos de 50 disquerías con sistema de compra on-line, el consumo de música por streaming ocupa el 52% del mercado musical. Ya antes de la pandemia, los ingresos que reportaba el streaming era 388% mayor que la opción física, que muestra un declive notorio en los CD (70% de caída desde 2013) pero no en el vinilo, que lleva un lustro renaciendo. La muerte de los formatos físicos todavía parece lejana. En su lugar, parece haberse formado un mercado muy segmentado, multisoporte, donde el streaming gana por instantaneidad, portabilidad y oferta virtualmente infinita. Como resumiera el disquero Carlos Revich, de Piccolo & Saxo: “No veo al streaming como contrincante sino como un complemento. Puede haber potenciales clientes que escucharon por Spotify algo y lo quieren tener físicamente también. Fijate que los que más me compran vinilos son los jóvenes”.

El streaming multiplicó la disponibilidad de la música, y renovó la relación entre ella y los oyentes. Ahora, casi todas las canciones algunas vez publicadas están en algún lugar de la nube. Las mejoras en la accesibilidad a internet hicieron que tanto para sibaritas como para amantes de los hits, el modo más ágil, cómodo y barato de escuchar música sea la reproducción en línea. Sin embargo, el streaming no reemplazó la compra de discos físicos ni la descarga de música. En su lugar, estableció una nueva lógica en el consumo que amplió el horizonte de oyentes, artistas y compañías discográficas, y que contempla el amor por los viejos formatos con la interacción que ofrecen los nuevos.

 

En caso de emergencia, rompa el vidrio

En la pandemia, todo esto fue más evidente. Ante la imposibilidad de ver música en vivo, salir a comprar discos, reunirse a ensayar o salir a bailar, el streaming fue un bote salvavidas al que muchos se aferraron. La súbita aparición del virus obligó a suspender importantes conciertos como la presentación en Rosario de La conquista del Espacio, el premiado álbum de Fito Páez, que en su lugar ofreció un recital doméstico transmitido en vivo por Instagram. O la del espectáculo Friggatriscaidecafobia, que Juana Molina debió adaptar a una casa desde donde transmitió por YouTube. Como los recitales tradicionales, fueron experiencias de las que queda sobre todo el recuerdo de los espectadores que se conectaron en el momento. 

Con el correr de los meses, la improvisación dio paso a formatos nativos del streaming. Surgieron entonces los conciertos diseñados para la pantalla, con los recursos técnicos necesarios para asegurar fidelidad de imagen y sonido. A diferencia de las propuestas (como Cosquín Rock, Festival Capital, JazzOnLine o el ciclo #LaSeguimosEnVivo) que eligieron reproducir un show tradicional ante un auditorio vacío (o uno de pantallas, como hizo La Mona Jiménez), artistas más jóvenes como Paula Trama, Mi amigo invencible y Las Sombras se asociaron a productoras audiovisuales y realizaron espectáculos con narrativas y puestas en escena pensadas para el nuevo formato. Otros, como Shaman Herrera, aprovecharon el entorno natural o el local, como Soledad Pastorutti, que volvió a los escenarios en una peña de Arequito, su ciudad natal. Muchos abrieron la intimidad de sus estudios, desde Leo Maslíah hasta Jackita y El Plan de la Mariposa. Sin embargo, el tránsito a la virtualidad no estuvo exento de obstáculos tecnológicos, sanitarios y de sustentabilidad económica, como cuenta en esta nota el periodista Federico Martínez Penna.

Por otro lado, la extensión en el tiempo de la emergencia sanitaria obligó a los artistas a reprogramar y repensar sus lanzamientos. Y a no pocos notables a revisar sus estrategias de difusión y liberar contenido a la red. 

Entre los primeros, no fueron pocos los que pensaron sus nuevos álbumes como una experiencia audiovisual, que presentase las nuevas canciones en un orden preestablecido y que, a su vez, incorporase capítulos visuales a cada uno de esos tracks con una coherencia estética. Los ejemplos incluyen lo nuevo de Emmanuel Horvilleur, Pitada; de Mariano Esaín, manza; y la ópera prima de Triángula, el grupo que comparten Noelia Recalde, Nadia Larcher y Micaela Vita. Pero también los de artistas emergentes como Nafta, Movimiento interno o Los cuentos de la buena pipa, que ya venían experimentando con el formato antes de la pandemia. Discos, como predijo Charly García, “para mirar”. 

El Indio Solari, uno de los primeros artistas masivos en contemplar la variante de los recitales por streaming, activó a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado en las ruinas de Epecuén. El concierto fue paradigmático de este tiempo. En él, la banda dio uno de los shows que venía haciendo sin el cantante, como modo de paliar la abstinencia de su público luego de los sucesos de Olavarría en 2017 y las complicaciones de salud del ex Redonditos de Ricota, que padece mal de Párkinson. La puesta fue insólita: un escenario montado entre las ruinas de la ciudad balnearia hundida desde 1985, al atardecer. Solari apareció en las pantallas del escenario hacia el final del concierto, desde una sala cerrada, donde cantó dos composiciones hasta ese momento inéditas. El show, que debía estrenarse a las 22hs., no pudo verse hasta después de medianoche: un problema con el servidor alargó la espera de las miles de personas que habían comprado su entrada, por lo que Solari y su banda decidieron trasladarse a YouTube y que el show se pudiera ver de forma libre y gratuita. Se estima que unas 100 mil personas vieron la transmisión en vivo en la madrugada del 18 de abril, cinco veces más de las que habían pagado su ticket.

 

Nativos de internet

Si bien artistas de vasta trayectoria, como Martha Argerich y Daniel Baremboim o Nick Cave, también recurrieron al streaming en tiempos de impedimentos sanitarios, lo cierto es que son los artistas y públicos jóvenes los que mejor aprovechan y entienden las nuevas posibilidades que brinda. No solo en géneros musicales como el trap y el freestyle, que en Argentina nacen al calor de la información traficada en foros, redes sociales y canales de YouTube, sino también en el rock, el pop, el tango, el jazz y el folklore. 

El encuentro entre artista y público que antes se daba esporádicamente por el lanzamiento de un nuevo álbum o un show en vivo, hoy es permanente y multimedial. A la velocidad de los nuevos géneros (que revitalizaron el formato que consagró a The Beatles, el single semestral) se sumó un sistema de difusión y conversación sobre la música que fue dejando de lado el viejo esquema de revistas especializadas y gira radial. En la actualidad una obra es parte de un relato más grande que incluye los posteos del artista en sus redes sociales, su interacción con los usuarios y sus rivales en los ránkings, sumado a un nicho de personas interesadas que debaten sobre ella en streaming: abundan los canales de YouTube, podcasts y usuarios de Twitch que tienen la capacidad de convertir a una nueva canción en un acontecimiento digital. Y también los que, eludiendo la agenda, utilizan los tiempos laxos del streaming para dedicarse a hablar de un disco o un artista por horas. En este nuevo ecosistema, los consumidores no solo escuchan sino que son activos productores de contenidos sobre música. Para algunos, esto significa una alternativa a los viejos “árbitros del gusto”. Para otros, una aventura que está siendo colonizada por las estrategias de márketing. 

Cuando a inicios del año pasado Cazzu agotó las entradas para su primer Luna Park (suspendido por la pandemia), muchos se enteraron de su existencia. Como sus congéneres, La Jefa no necesitó de los medios tradicionales para abrirse paso y convertirse en una de las artistas argentinas con mayor proyección internacional, par de Bad Bunny o J Balvin, los artistas latinoamericanos más populares del mundo. Tras posponer el concierto, Cazzu salió en la portada de Rolling Stone, pero más importante fue su sesión con Bizarrap, el productor cuya habitación de Ramos Mejía se convirtió en una plaza central de la música urbana global. El video, subido a inicios de agosto de 2020, tiene 101.901.844 visualizaciones.

Bizarrap es el artista testigo de la era del streaming. Un productor de música que nunca grabó un disco, que estudió en la UADE y trabajó para una discográfica durante el violento viraje que llevó el negocio de la música de un modelo pre-internet al actual, donde las ganancias están en el streaming y los conciertos en vivo, que por la pandemia tienden a confluir en un permanente flujo concentrado en las grandes distribuidoras y plataformas. En los últimos meses, Spotify, la compañía líder del sector, ya empezó a ofrecer recitales en vivo y opciones como Listening Together (que visualiza cuando dos oyentes comienzan a reproducir la misma canción al mismo tiempo, lo que ocurre en promedio 30,000 veces por segundo) y la sesión grupal que permite que hasta cinco usuarios Premium compartan el control sobre la música que se está reproduciendo, como si estuvieran compartiendo el inmemorial placer de escuchar música con otros.

 

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Redacción Mayo

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