DIÁLOGOS

“Para gestionar la cultura hacen falta cabezas pensantes”

La directora cordobesa Cheté Cavagliatto vuelve al teatro con una obra sobre Shakespeare y las mujeres. Dice que el humor es su gran antídoto, que la pandemia le enseñó a disfrutar más y que la vejez tiene cosas fantásticas. Por Cris Aizpeolea

Foto de Susana Perez.
Foto de Susana Perez. Foto de Susana Perez.
21-10-2022

Foto de Susana Perez.

Ni toda la experiencia del mundo puede contra los nervios de un estreno. Cheté Cavagliatto vuelve al Teatro Real de Córdoba con Las Brujas de Shakespeare, una lectura descarnada y no exenta de humor de las tragedias que atraviesan a las mujeres desde hace siglos, y aunque tiene 50 años de escena, aunque adora abordar los clásicos con una mirada disruptiva, aunque comparte la puesta con Santiago Pérez, su compañero de la vida desde hace 33 años, siente la misma adrenalina del primer debut. Sólo que antes, por su obsesión y su perfeccionismo (rasgos que adjudica a haber estudiado alemán y vivido en Alemania durante el exilio), llegaba enferma a los estrenos y en cambio ahora se divierte y lo disfruta mucho más. “La vejez tiene cosas fantásticas”, resume.

“Igual es un estreno duro”, apunta, porque fue un proyecto que iniciaron con la dramaturga Annalisa Galante, fallecida el año pasado, con quien hizo muchísimas puestas (la última fue 1918, el grito de Córdoba, para el centenario de la Reforma universitaria) y retomó la autora Laura Silva, de Buenos Aires: “Es especialista en la obra de Shakespeare y le encantó la idea de abordarla a partir de las mujeres. Escribe muy bien y es muy divertida”. 

En los años '90, Cheté con Annalisa habían presentado en las sierras cordobesas Las mujeres de William en un predio al aire libre donde las brujas, interpretadas por varones, llevaban antorchas e iban llevando al público por distintas escenas. En esta nueva obra actúan Carolina Britos, Fanny Cittadini, Lili Angelini, Natalia Bazán y Caíta Barberán. 

-¿Por qué volver a los clásicos? ¿Qué lectura trae Shakespeare en esta puesta sobre las mujeres?  

-Es que en los clásicos están todas las respuestas y todas las preguntas. Yo siempre trabajé con este tema, me siento comprometida con la situación de las mujeres y quise retomar la historia de las brujas llevándolas a escenas de Shakespeare donde ocurren cosas terribles que, desde hace 500 años hasta hoy, prácticamente no han cambiado: femicidios, suicidios por violacion, ataques, maltratos y un largo etcétera. Desde la antigüedad, la mujer ha sido quemada por bruja, o fue considerada peligrosa por ser científica, la tildaban de loca si era artista, o de prostituta. Siempre recayó sobre ella un estigma espantoso por el solo hecho de ser mujer. El objetivo es reflexionar acerca de cuánto se ha avanzado y cuánto falta, pero tomando el personaje de las brujas como magas.

-Una revancha de las brujas.

-Una resignificación. Una revalorización de la bruja y también de la escoba, como ese símbolo de empoderamiento que sirve para limpiar el espacio y mover las energías. Quiero volver a darle el valor que tenían y tienen las brujas, y me encanta porque hay muchas partes con humor. No voy a renunciar nunca a eso. Si bien las escenas de Shakespeare siempre tienen un trasfondo bastante trágico, acá también hay humor. La historia es encantadora: empieza cuando Hécate llama a las tres brujas de Macbeth para reprocharles el hecho de haberle otorgado tanto poder. Y entonces Sycorax, de La Tempestad, guía a esas brujitas por el mundo y por distintos momentos, y van a Otelo, la violación de Lucrecia, y otros más, hasta que finalmente encuentran a Macbeth y le quitan el poder. A mí me divierte horrores.

-¿Cuáles han sido las mujeres de tu inspiración?

-De chica, a los 16 años, leí a Simone de Beauvoir y fue la primera que me abrió la cabeza. Pero tengo una lista amplia. Desde Cleopatra, a Hipatia de Alejandría (que fue matemática y astrónoma y tuvo una muerte horrible), pasando por Marie Curie, George Sand, Frida Kalho, Gabriela Mistral, Virginia Woolf… De Angela Merkel, a la activista ambiental Greta Thunberg… De Argentina, Eva Perón siempre me pareció una mujer impresionante, las Madres de Plaza de Mayo, pero también Cecilia Grierson, Alicia Moreau, María Burnichón… Ahora, por ejemplo, que estoy trabajando con cinco mujeres, actrices de distintas edades, de distintas experiencias, todo es muy estimulante. Con ellas me divierto mucho y siempre aprendo. Soy medio esponja cuando encuentro personas que tienen inteligencia, vitalidad, creatividad; me vuelvo una especie de vampiro que absorbe todo. Tengo muchos amigos jóvenes y tengo cuatro “hijos putativos” de cuando abrimos con Santiago el centro de producción cultural Medida x Medida: Hernán Sevilla, Andrea Musso, Josefina Rodríguez y Franco Muñoz. Me encanta saber que están tan ocupados, me alegro que estén trabajando. Son todos muy brillantes.

-Y vos, cuándo te reconociste como una mujer inspiradora y poderosa.

-Yo no me siento una mujer poderosa. Creo que soy una mujer afortunada. A pesar de todas las cosas terribles que pasé, del exilio, de la muerte de gente querida, me siento afortunada en cómo se me fue dando la vida. Hay gente que es mucho más inteligente, más capaz que yo y no ha tenido las oportunidades. Está bien que yo estudié mucho, que me dediqué, pero no tanto como muchos otros que no han tenido las oportunidades. Yo no paro de agradecer eso.

-¿Cuál dirías que es tu fuerte en la formación de artistas?

-Y.. un poco la disciplina, esta cosa medio obsesiva que tengo con el trabajo, muy prusiana; una metodología, una técnica en el teatro, que yo le adjudico a lo que aprendí en Alemania. Viví allá entre 1976 y 1980. Cuando me fui, ya había terminado el profesorado en la universidad. Sé de geografía, historia, literatura y filosofía alemana, mucho más que de la argentina, y me dio una estructura y una disciplina que no la tendría de otra forma. También me hizo muy exigente, demasiado obsesiva. Para mí, todo tenía que estar perfecto. Ahora,  con el tiempo, estoy un poco más relajada, pero yo era terrible.  

-¿Qué otras cosas te trajo el paso del tiempo?

-El tiempo me dio la tranquilidad de saber que nada es de vida o muerte, y que un trabajo te tiene que dar placer. Es cierto que no se pueden evitar los nervios, el estrés, la adrenalina de una puesta, pero yo llegaba a los estrenos enferma de tanto agotamiento. Ahora gracias a Dios me divierto más. Creo que todo es parte de la edad... Hay cosas de la vejez que son fantásticas. También me ha cambiado mucho el hecho de vivir en las sierras. En la debacle de 2001 nos fuimos dos años. Y con la pandemia estuvimos otra vez casi dos años sin volver a Córdoba. Ahora estamos mitad en Córdoba y mitad allá. Tenemos oxígeno, paz, tranquilidad. Las ciudades se están poniendo complicadas.

-Mencionaste varias veces el humor, ¿qué papel juega en tu vida, de qué te salvó?

-Con Santiago nos encontramos en una ópera que yo dirigía y él hacía asistencia de producción, y estamos juntos hace 33 años, que es mucho tiempo, ¿no? Yo creo que lo más importante, lo que más me atrae de él, aparte de que es un tipo genial, creativo, es que tiene mucho humor. A mí el humor me puede. Es lo que me saca de todo lo horrible. Yo no soy una persona muy extrovertida, más bien me gustan las reuniones de poca gente, pero sí me gusta divertirme, reirme. Quizás porque soy medio “melanco”, me encanta la gente que tiene humor. ¿Viste esas personas que ya tienen en el rostro la expresión de la risa? Bueno, yo tengo los ojos para abajo. Mi viejo siempre me decía “la nena de los ojitos tristes”. 

-El espacio público como escenario, otro sello tuyo, tuvo su punto máximo hace 20 años con la trilogía de la Divina Comedia, de Dante Alighieri, con puestas de 100 actores en distintas locaciones urbanas. ¿Hubo un tiempo que fue hermoso? 

-Ese proyecto fue un hito porque se concibió como una producción completa para el cierre del siglo. Hicimos InfiernoPurgatorioParaíso, en 1997, 1998 y 1999, en la Plaza España, el Salón de los Pasos Perdidos de Tribunales y la Isla de los Patos, respectivamente. En total, asistieron más de 19.000 personas, y con Santiago hubiéramos querido seguir haciendo ese tipo de teatro, pero no hubo apoyo. Hacen falta cabezas y no sólo en la parte creativa. La idea era cerrarlo en el 2000 con la trilogía completa en una sola noche, con el público yendo de un espacio a otro, con ómnibus de la Municipalidad que trasladaran a la gente, pero no se pudo hacer. Todavía faltan muchas cabezas pensantes en la gestión de la cultura, la educación y el arte en los sitios de poder. Ese tipo de proyectos, hoy, 20 años después, siguen siendo muy difíciles de lograr. Aquella vez fue posible gracias a Franco Avicolli, del Instituto italiano de Cultura, que adoptó la idea y empujó a todas las empresas italianas para que apoyaran el proyecto. 

-¿Por qué será que no llegan esas cabezas pensantes?

-Creo que tiene que ver con lo que hablábamos antes. Es tan importante que en determinados sitios esté la gente necesaria y no la gente equivocada… Muchas veces, por intereses políticos, o porque se desprecia el tema, se nombra a alguien que no tiene idea, o que no le importa. La cultura,  históricamente, es de las áreas que menos presupuesto recibe. A veces siento que en Córdoba estamos para atrás. Hay que pelearla mucho.

-¿Qué falta de entender?

-Que el arte y la cultura son libertad. Aunque quizás sí se entiende y por eso es que no lo tenemos. Yo creo que, para cierta gente, es peligroso tener cultura. Entonces, conviene que llegue lo menos posible. Quisiera no creerlo así, pero no sé.

-En 2007-2011 te desempeñaste como subsecretaria de Cultura. ¿Qué rescatás de tu paso por la función pública? 

-Muy difícil, muy difícil. Pero aprendí mucho, aunque terminé con una úlcera. Aprendí muchísimo, sobre todo, porque me obligó a salirme del teatro y a meterme en la problemática de las otras áreas de cultura, donde conocí mucha gente fantástica. Pero fue muy difícil. Yo no tengo cintura política y cuando me lo plantearon, por ser una referente cultural, me pareció bien tomarlo. Yo que siempre estoy discutiendo, enojándome, me dije: bueno, a ver qué puedo aportar. La gestión te obliga a dejar lo propio, o al menos yo lo tomé así porque pienso que así debe ser. Fue muy difícil, pero sí se lograron armar cosas, como el área de danza contemporánea, que no existía. Viajé muchísimo al interior, donde me decían que nunca nadie había “bajado” allá. Ese término usaban: bajar al interior. Yo me reunía con todos los directores, con los museos, con todos los sectores. A veces no podía resolverles los problemas, pero había una actitud de escucha, de juntarnos.

-¿Cómo viviste la pandemia?

-Bien, porque estuvimos en las sierras. Y porque di cursos por internet, fui jurado de un festival latino de teatro que se organiza en Chicago y, sobre todo, tomé cursos de literatura, de filosofía, de todo. Tuve tiempo para todo lo que quería estudiar y no podía. Con Santiago nos conectamos con un montón de gente. Nosotros fuimos afortunados, podíamos estar sin barbijo, al aire libre, en un lugar precioso... Yo, desde mi casa, veo el cerro Champaquí. Y a la vez, con la pandemia, también aprendí la finitud, porque se me murió mucha gente querida. Muchos amigos, colegas. Tiempo de mucho dolor. 

-Un tiempo dual.

-Desde lo afectivo, el hecho de no poder verse significaba tener más contacto por teléfono y, a la vez, era muy fuerte la angustia por los demás, gente que se enfermaba, que la pasaba mal. En la pandemia leímos mucho. Por ejemplo, leí La sociedad del cansancio, de Byung Chul Han, que me encantó porque fue un cable a tierra. Ahí aprendí que muchas veces somos nosotros mismos los que nos estamos auto explotando, generando obligaciones. Quizás por eso ahora estoy en una etapa en que tengo más ganas de disfrutar. Creo que la pandemia tuvo que ver con eso.

-¿Cambió tu relación con la naturaleza?

-Siempre fue buena mi relación con la naturaleza. De toda la vida. Con decirte que cuando volví del exilio a Córdoba, no sentí realmente que había regresado a eso que llamamos patria hasta que no estuve en las Sierras Grandes, cerca de donde tengo ahora mi casa. Recién ahí sentí que estaba de regreso. Es mi lugar. Toda mi juventud veraneé por esa zona. Siempre quise tener algo ahí, un ranchito, algo, y se me dio. 

-Sos una mujer que ha viajado mucho, tenés el ojo entrenado para leer un lugar. Si fueras una viajera que llega hoy a Argentina, ¿qué es lo primero que verías?

-Bueno, yo creo que es un país maravilloso. Lamentablemente, los argentinos no somos tan maravillosos porque siempre nos estamos quejando, tiramos para el lado equivocado. Pero es un país maravilloso y hay mucha gente maravillosa, aunque no creemos íntimamente que estamos en un país que vale la pena vivirlo. Siempre estamos en contra. Alguien hace algo, y el otro dice que no. No sirve. No me gusta. No va. Es la dialéctica de la negación permanente. Creo que es lo único que no me gusta de nosotros. Y me incluyo, por supuesto, porque he sido una negada para un montón de cosas. Sólo ahora disfruto mucho más.

Para ver

Las Brujas de Shakespeare

Con Carolina Britos, Fanny Cittadini, Lili Angelini, Natalia Bazán y Caíta Barberán. Música original de Claudio Vittor. Luces de Franco Muñoz. Puesta de Cheté Cavagliatto y Santiago Pérez. Dirige Cheté. Estrena el sábado 22 de octubre a las 21, en el Teatro Real de Córdoba, San Jerónimo 66. Repone viernes 28 y sábado 29, a las 21. Domingos 23 y 30 de octubre, a las 20. Tickets por Autoentrada.

Bonus track

En 2021, para los 700 años de la muerte de Dante Alighieri, la Agencia Córdoba Cultura convocó a Cheté Cavagliatto para recordar la experiencia de la trilogía de la Divina Comedia en una instancia de capacitación abierta al público.  Escena urbana, claves para realizar puestas en espacios abiertos se transmitió online, en dos encuentros. Para ver, aquí el Capítulo Uno y el Capítulo Dos.

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Redacción Mayo

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