PERFILES

Charly García: el misterio de un alma que atravesó sus jirones

Las siete décadas del músico son aguijonazos en nuestras propias historias, sensaciones que se reparten entre lo que duele el paso del tiempo y la emoción que nos provoca y provocó su inspiración. Por Alejandro Mareco

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23-10-2021

Todo el mar en primavera.

Ahora que sus días se suponen navegando más cerca de las orillas, es posible que la foto de 70 años pueda tomarse como una oportunidad de retenerlo en un retrato de aguas serenas. 

Pero el alma de Charly García, esa imprecisa aura en la que se funden su condición humana y de artista, siempre será esquiva. Será el misterio de una profundidad creativa y de una percepción ultrasensible de la realidad y sus conceptos en las que, incluso, tantas veces, se despeñó su propia paz. 

Tal vez porque para él también su propia alma ha sido su gran enigma.

Sus siete décadas son aguijonazos en nuestras propias historias, es decir, la de muchos de los que compartimos tramos de su generación en las esquinas de su música. 

Un raro pinchazo cuyas sensaciones se reparten entre lo que duele el tiempo que devora y deja todo atrás, en especial la vida, y la emoción que nos deparó y depara su conmovedora fuerza e inspiración melódica montada en una riqueza armónica insoslayable con que nos entraban sus canciones. Más la capacidad rítmica, que desde la canción trepaba al rock y aun a candombes enloquecidos. Y en especial, sus letras. 

Las letras de un existencialismo, digamos, al estilo del tango en su actitud de rasgar lo que tenía frente a los ojos. Las frases, o mejor dicho los versos pues asumimos a Charly  definitivamente como un poeta popular, que ha dejado flotando en sus canciones y que tienen destino de indagación esencial, de revelación, de alumbramiento a los que asombrosamente arribó.

Lo hizo desde su condición urbana, porteña, de hombre fuertemente marcado por la conciencia de su tiempo y además de su lugar, algo que no pasaba tanto en esa corriente llamada rock nacional, aunque terminó afirmándose como un rasgo de identidad urbana argentina. 

Es como si hoy en las radios y en la tele porteñas pareciera no haber otro copón de donde extraer frases que aparentemente expliquen las cosas que se ven sino el del rock. Y tantos hablan como si estuvieran condenados a ver el mundo sólo por la ventana del rock: todo lo demás lo intentan entender por pura y perezosa simplificación intelectual: “Los Manseros Santiagueños son los Rolling del folklore”; “Las peñas de Coplanacu son la misa ricotera”... Pero eso es otro asunto.

 

La tecla y la palabra

El alma de Charly, esa que dejó en jirones por su entrega indetenible a un dios de la música popular al que sólo él le vio la cara, es ese misterio que lo hace único, como a todos los seres que parecen haber sido tocados por la varita de la creación poderosa y definitiva.

-¿Qué le aportaste a la música? Le preguntó Jorge Guinzburg, en el programa “Peor es nada”, en 1991. 

-Aporté un poquito de aire de 'tanguito' en el rock, y un poquito de bailar y de espectáculo. Quiero nombrar a Litto Nebbia, que inventó el asunto, después de “el Flaco” (Spinetta) y yo seguimos...

Charly tenía claro que su canción había buscado de una manera especial un retrato de su tiempo. Por eso es que sus letras tuvieron una raíz en su tiempo que hace que todavía conmocionen porque tienen algo permanente para decir, o sea no se esfuman con el contexto de sus días, o porque en el contexto de los días en que fueron escritas dicen algo que será permanente para la compresión de los nuevos ojos y oídos que se asomen.

Se podrían citar muchísimas muestras en este elogio del García de la pluma y la palabra. “No cuentes lo que hay detrás de aquel espejo,/ no tendrás poder/ ni abogados, ni testigos” (Alicia en el país). “Estás harto de ver los diarios/ estás harto de los horarios/ estás harto de estar en tu lugar/ (...) No te dejes desanimar/ no te dejes matar/ quedan tantas mañanas por andar” (No te dejes desanimar). 

Esos dos temas, uno con Serú Girán y otro con La Máquina de Hacer Pájaros, compuestos en medio de la más despiadada dictadura vivida en estas tierras, por ejemplo, cuentan mucho del clima interior de aquellos días. Charly planteó la cuestión individual, a la que fue muy afecto el rock, siempre con una referencia colectiva. El verso “estás harto de estar en tu lugar”, además de impulsar una actitud, describe el contorno.

“Yo nunca me traicioné”, fue la frase que al fin logró decir en otro episodio muy recordado de un  programa de televisión conducido por Jorge Lanata, quien, se sabe, siempre está más interesado en destacarse a sí mismo, aún cuando esa su interlocutor fuera Charly. Pero queda esa frase (además de la que le dijo “pelotudo” a  su entrevistador) con una consistencia definitiva.

 

Desde el alma

El Charly que nunca se traicionó fue constante, sin concesiones, en su camino en el arte y la fuerte popularidad, el mismo que se tiró del noveno piso a la pileta de un hotel en Mendoza, o el que llevó el rock nacional a los boliches bailables, pese a las críticas de muchos de sus compañeros de corriente. Como ya había pasado en sus comienzos cuando presentó Sui Generis (y algunos afectos a la cuadratura del rock se quejaban de sus sutilezas), el primer grupo de multitudinaria repercusión en el rock.

Y por si sus transgresiones y sus cruces de fronteras no bastaran, en uno de los momentos más difíciles de su vida apareció Palito Ortega, el “vade retro comercial” de la comunidad rockera, para ayudarlo a encontrar una puerta de sanación.

“No puedo más. Es demasiado dolor”, contó Palito que un día le dijo Charly. “Yo voy a estar al lado tuyo”, le contestó: “Pero yo me quedaba dos o tres horas y después, me iba. Me iba pensando que él no podía irse...”. Y el autor de La Felicidad afirma que nada lo conmovió más que oír el llanto largo y desesperado de Charly.

Charly, por esos días de 2008, tenía su alma rota, desarmada y sangrante. Era esa alma inconmensurablemente diferente que era capaz de viajar de ida y vuelta al suicidio y escribir “Viernes 3.am”: “Y cierras los ojos y ves/ todo el mar en primavera” Bang, bang, bang”.

“Descubrí un tipo de inteligencia superior y un músico sublime. Nunca en la vida podía imaginar que podía tocar con semejante musicalidad, conocimiento, técnica, sensibilidad”, dijo también el tucumano.

Nos tomamos un poco de estas palabras para quedarnos arrullados por el piano y la inconfundible voz de Charly García, ese enigmático e irrepetible artista popular que dejó los jirones de su alma para hacer la música que su corazón y la capacidad de su mente y de sus dedos sentían y sabían. 

Es ese ser humano y artista del alma misteriosa, único y especial, que ahora ha cumplido 70 años. ¡Salud! Es tan luminoso saber que sigue entre nosotros.

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Redacción Mayo

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