Conflicto palestino-israelí

La utopía de una paz postergada e imprescindible

Una nueva escalada de violencia dejó otra estela de muerte, destrucción y miedo en la Franja de Gaza y también en ciudades de Israel. La tregua que frenó los cohetes de Hamas y los bombardeos del Estado hebreo no implica el final de una disputa que cada tanto recrudece. Sin Netanyahu, ¿puede volver el diálogo?

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16-06-2021

Fotos Sub Cooperativa de fotógrafos

Los hechos que esta vez sirvieron como detonante ocurrieron en la zona oriental de Jerusalén cerca del 6 de mayo pasado. Aunque es habitual que cada parte involucrada adjudique a la otra íntegra responsabilidad en las crisis que sistemáticamente se reiteran en la región y califique su propio accionar como una respuesta a la provocación del enemigo, hubo incidentes que precedieron a la última escalada de violencia.

Por un lado, el desalojo de familias palestinas en el barrio de Sheij Yarrah, situado a unas 20 cuadras al norte de la Ciudad Vieja y por otro, los enfrentamientos ocurridos en la Explanada de las Mezquitas, sitio venerado por musulmanes y lugar también de culto para judíos, que lo llaman el Monte del Templo.

Tras los primeros días de mayo, la tensión subió en coincidencia con el fin del Ramadán y con la programada Marcha de las banderas, con la cual nacionalistas judíos celebran el Día de Jerusalén. Esta efeméride evoca la anexión de la zona oriental de la milenaria ciudad, ocurrida en 1967 durante la Guerra de los Seis Días, y es cercana además al aniversario del nacimiento del Estado de Israel, en 1948.

Los incidentes ganaron intensidad y repercusión mediática internacional cuando fuerzas israelíes irrumpieron cerca de la Mezquita de Al Aqsa, generando más reacciones e ira de la que en teoría buscaban prevenir. Lo que siguió después es la parte más conocida y luctuosa de una trama que suele repetirse de manera cíclica desde hace años.

Desde los hacinados territorios de la Franja de Gaza, bastión del Movimiento de Resistencia Islámica, Hamas y otros grupos radicales palestinos, se lanzaron proyectiles. No sólo los caseros Qassam que cada tanto ponen en vilo a Ashkelon, Sderot, Beersheba y otras ciudades y asentamientos del sur israelí, sino también misiles que llegaron hasta algunos barrios de Tel Aviv y de la propia Jerusalén, cuyas sirenas instando a buscar refugio de las bombas revivieron otros tiempos de zozobra.

Desde Israel, los bombardeos sobre Gaza volvieron a demostrar un abrumador poderío militar, cuyo manejo bajo el argumento del “derecho de defensa” o la “respuesta a una agresión” no alcanza a justificar en determinadas acciones el uso desproporcionado de la fuerza.

Fueron 11 días de escalada y máximas tensiones, con un saldo de 253 palestinos muertos en Gaza, 67 de ellos menores de edad, y 1.900 heridos. Del otro lado, el sistema de defensa antimisiles de la “Cúpula de Hierro” no pudo impedir que murieran 10 israelíes, dos de ellos menores. También perecieron dos tailandeses, un libanés y una ciudadana india por los ataques de Hamas, que dejaron al menos 200 heridos.

Al mismo tiempo, en la Cisjordania que gobierna la Autoridad Palestina que encabeza Mahmoud Abbas y su moderada fuerza, Al Fatah, otras 11 personas perdieron la vida durante protestas en repudio a los bombardeos israelíes sobre Gaza. Disturbios que también se produjeron en poblaciones árabes israelíes, donde las marchas tomaron a veces un cariz violento que amenazó con provocar un efecto dominó.

Fuego y cenizas

Al cabo de 11 días y bajo una demorada presión internacional, en especial del nuevo inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, Israel y la dirigencia de Hamas llegaron a un alto el fuego que mantiene el status quo y deja la sensación de que estos violentos días de mayo fortalecieron a quienes menos proclives son al diálogo y radicalizan su discurso a caballo del rencor y del miedo.

Entre ellos Hamas, cuyas estrategias de violencia y confrontación armada contra Israel suman adeptos y justificaciones cada vez que las represalias ordenadas por el Estado hebreo sepultan entre los escombros a civiles o inocentes que sobrepueblan un territorio sin escape ni expectativas. Los integristas más fanáticos celebraron como “triunfo” una tregua que llegó después de decenas de muertos que se cuentan como “mártires” y retroalimentan su discurso y accionar intransigente.

Mientras, las poblaciones civiles a uno y otro lado viven la zozobra de saber que cualquier chispa puede volver a provocar un incendio. Tanto en los territorios palestinos como en un Israel que acaba de cambiar su gobierno, con la llegada de una heterogénea coalición forjada para reemplazar después de 12 años a Benjamin Netanyahu.

“Jerusalén es la capital de Israel y al igual que todas las naciones construyen en su capital también tenemos el derecho de construir en Jerusalén y de edificar en Jerusalén. Eso es lo que hemos hecho y es lo que seguiremos haciendo”, decía días atrás Netanyahu desde la que todavía era su oficina de primer ministro. Una posición que reflejaba a quien durante más de una década antepuso como condiciones de diálogo “un Estado palestino desmilitarizado, Jerusalén como capital indivisible y unificada de Israel y la renuncia palestina al derecho de retorno”.

El nuevo gobierno de Naftali Bennet, situado ideológicamente a la derecha de Netanyahu, ya avisó que su Ejecutivo “no va a retroceder ni un milímetro de Judea y Samaria”, en alusión a Cisjordania. Y en las últimas horas se reportaron ataques sobre Gaza como réplica a globos incendiarios lanzados desde la Franja.

Pero no todos en Israel comparten las miradas intransigentes y los guiños a colonos para seguir construyendo asentamientos en territorios ocupados, o que son objeto de disputa con quienes son expulsados a través de procedimientos que ya han recibido condenas internacionales.

Meir Margalit llegó a Israel desde Argentina a comienzos de los '70, cuando rondaba los 18 años y su primer hogar en ese país fue un asentamiento de colonos derechistas. Como soldado en la Guerra de Yom Kippur, en 1973, una herida sufrida en combate y sus posteriores días de internación marcaron el comienzo de su “switch ideológico”, según relató en la entrevista que concedió desde Jerusalén a Redacción Mayo.

“Fue un shock psicológico que me llevó desde la derecha sionista a la izquierda pacifista a la cual pertenezco en estos días”, afirma Meir, quien integra la dirección del Center for Advancement of Peace Initiatives y del Comité Contra la Demolición de casas palestinas, además de haber sido dos veces concejal de Jerusalén por el partido Méretz.

“Mi respuesta va a ser clara, concisa pero subjetiva: Sí, tengo la necesidad imperiosa de creer que la paz es factible... Estoy convencido de que la paz es factible”, dice este reconocido activista antes de dar argumentos diferentes para sostener su afirmación.

Entre ellos apunta que la tasa de nacimientos palestinos es el doble que la de los israelíes, incluyendo a los ortodoxos, y ello implica que en un tiempo no muy lejano la población palestina, sumada a la árabe israelí va a ser mayoría. Esto llevaría a que, de hecho, el Estado judío no existiera más como tal, lo que Margalit considera suficiente para que la derecha israelí y los partidos religiosos acepten sentarse a la mesa y dividir territorios, avalando la conformación de un Estado palestino independiente.

Dolor y dignidad

Más allá de los datos demográficos que Meir plantea como estrategia para reactivar un diálogo estancado desde hace años, su planteo de fondo es contundente. “Este proceso tiene que comenzar acabando con la ocupación de tierras palestinas. Casi cuatro millones de palestinos viven bajo régimen de ocupación militar... Debemos devolver a los palestinos sus tierras y su dignidad humana”, sostiene con énfasis.

Las resoluciones de la ONU y los reclamos de volver a las fronteras de 1967 en esta álgida región del planeta parecen a esta hora muy distantes y acaso imposibles. Así lo sienten distintas generaciones de palestinos que aún esperan que se haga realidad aquel mandato de noviembre de 1947 que encomendaba gestar dos estados, uno árabe y otro judío en Palestina.

Dos estados, la solución que el propio Joe Biden pareció desempolvar al menos dialécticamente cuando después de 10 días instó a “una significativa desescalada” y “animó” al alto el fuego. Sin determinada presión internacional, difícilmente se muevan las piezas de este tablero.

Desde el magnicidio del primer ministro y Premio Nobel, Yitzhak Rabin, la paz entre israelíes y palestinos es una utopía que reverdece con cada tregua y se esfuma en la siguiente escalada violenta.

“Hay mucho dolor en nuestras venas y va a ser muy difícil pasar del día a la noche a una nueva realidad humana... pero primero devolvamos lo que hemos ocupado por la fuerza”, dice Meir Margalit, quien lleva décadas tratando de construir puentes entre dos pueblos cuyo destino los “condena” no sólo a coexistir, sino también a convivir en paz.

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Redacción Mayo

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