LAGRIMAS, ABRAZO Y RACISMO

Las lágrimas del pibe senegalés y el abrazo de la muchacha española

Hace unos días, miles de migrantes africanos intentaron alcanzar las orillas mediterráneas de Ceuta, un viejo enclave colonial español. La imagen de un joven senegalés abrazando y llorando contra el pecho de una voluntaria española no sólo conmovió, sino que también alimentó penosas polémicas.

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24-05-2021

Fotos Sub Cooperativa de fotógrafos

Fue demasiado para el corazón desgarrado del muchacho senegalés que Luna Reyes, una voluntaria de la Cruz Roja, no sólo lo ayudara a sentarse en una piedra, le diera a beber un sorbo de agua dulce después de tanta agua salada mediterránea, y le acariciara el cuello para tratar de calmar un poco sus espasmos de tristeza, dolor, miedo, angustia, soledad.

Entonces, con el poco de desesperación que le quedaba, arrojó quebradamente sus brazos sobre ella como quien arroja su suerte sobre un pecho amado, y se aferró a esa versión de humanidad solidaria y tibia que la muchacha española de apenas 20 años (acaso un poco más grande que él) le ofrecía. Y lloró, aún un poco más más de tanto que le quedaba por llorar.

Que le queda por llorar. 

Lloró frente a los ojos de algunos, mejor dicho, los lentes de las cámaras de algunos que teléfono en mano asumían la distancia de filmar y sólo ser testigos, mientras los uniformados españoles arrastraban algunos exhaustos nadadores que habían llegado a la playa y se disponían a arrojarlos, apenas le diera el impulso, del otro lado de la alambrada, hacia Marruecos.

“Me miraba como si nunca hubiera una persona”, diría Luna poco después a los periodistas. 

“Lloraba, le tendí la mano y me abrazó. Se pegó a mí como una lapa (molusco que se aferra a las piedras). Ese abrazo fue su salvavidas. Me hablaba en francés y enumeraba con los dedos de la mano. Yo no entendía nada, pero estoy convencida de que estaba enumerando los amigos que ha perdido en el camino. Lloraba, se le caía la baba todo el rato, antes de abrazarme se estaba apedreando la cabeza. Se quería matar”, contó la voluntaria.

Luna, una joven de 20 años crecida en Mostoles, una villa de la comunidad de Madrid, hacia apenas poco más de un mes que había comenzado sus prácticas en Ceuta. Su inmenso gesto de humanidad fue sepultado por la ferocidad de odio que suele circular en las redes, y con racismo desnudo se la maltrató de las peores maneras. Tanto, que debió salirse de esas redes, aunque después, muchas voces salieron a saludar y celebrar su acción.

Luna estuvo en el ojo de la polémica y la foto del abrazo se multiplicó en los medios del planeta.

Una inmensa parte del mundo vio llorar al joven senegalés. Pero nadie supo ni su nombre ni qué fue de su suerte después de las lágrimas, cuando quedó en manos de los uniformados.

Ni su nombre, ni su destino.

Sólo se supo de él que era uno de los ocho mil migrantes que intentaron llegar a nado desde Marruecos hasta Ceuta, enclave español en el norte de África.

Era un africano tratando de alcanzar un pedazo de su propio continente todavía en manos del viejo colonialismo. Ceuta, así como Melilla, donde también se han registrado episodios desgarradores de intentos de emigración masiva, son dos ciudades autónomas españolas. Ambas están separadas de Marruecos por gigantescas alambradas que impiden el paso. Por eso el intento de llegar a Ceuta por el mar.

La de los migrantes desesperados es una apuesta con las peores cartas en las manos, pero es tanta la adversidad, la angustia, la extrema pobreza que se intenta dejar atrás, que para muchos bien vale el intento, aunque, en el mejor de los casos, haya mucho que llorar.

En el peor, claro, se trata de morir.

Fueron ocho mil los migrantes africanos que entre el lunes 17 y martes 18  de mayo intentaron alcanzar la orilla de Ceuta. 

Marruecos ha reclamado derechos sobre Ceuta y Melilla. Pero España responde con sus viejos derechos de fuerza, cuando fue un imperio (¿cómo argumentar después para recuperar el peñón de Gibraltar, bajo el poder inglés?). 

Y los presenta, como lo hace el diario ABC digital, como los únicos enclaves que tiene la Unión Europea en África. Luego argumenta los derechos españoles que les dan los siglos de dominación. Aunque, en rigor, fue la victoria en la llamada Guerra del África (en realidad, entre España y Marruecos), en 1869-60, la que le confirmó el dominio. Luego, ambas ciudades fueron parte de la jurisdicción de Andalucía, hasta que en 1995 pasaron a ser autónomas. 

Luna Reyes ha padecido la agresión de muchos, más aún cuando se conoció que su novio era de raza negra.

Del “pibe” senegalés, alto y de brazos largos, que lloraba y lloraba contra el pecho de la muchacha española, es posible que nunca nada más se sepa, que su suerte se hunda con los de miles de náufragos de la parte más infeliz e injusta de la historia de este mundo de los humanos al que poco le importa el llanto de los desamparados.

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Redacción Mayo

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