Su reinado se extendió durante 70 años y 214 días, lo que la situó en el segundo lugar de un imaginario podio en cuyo tope aparece el francés Luis XIV, con 72 años y 110 días, y donde figura tercero Rama IX de Tailandia, con 70 años y 126 días ciñéndose la corona de este país asiático.
En los 25.782 días que transcurrieron entre aquel 6 de febrero de 1952 y este 8 de septiembre de 2022 corrió mucha agua por el Támesis y por los otros dos mil ríos que junto con 10 mil islas, un continente y 100 penínsulas conformaban el imperio sobre el que su padre, Jorge VI, decía ejercer un dominio que empezaba a desmoronarse.
En rigor, este monarca no fue el destinatario original del trono de Inglaterra, pero la decisión de su hermano, Eduardo VIII, de abdicar el poder antes que renunciar al amor por una mujer que ya cargaba dos divorcios en su espalda y era resistida por la conservadora sociedad británica, le abrió el camino al padre de Isabel y, por añadidura, la colocó a ella como primera en la línea de sucesión. La mayor de las dos hijas del hombre que venció la tartamudez para declarar la guerra a la Alemania nazi, en una secuencia recreada en la película “El discurso del rey” que ganó el Oscar en 2010, comenzó entonces a ser educada para la función a la que llegaría también muy joven.
Según una crónica divulgada esta semana por el diario español El País, la entonces princesa dormía en una cabaña montada en un árbol durante una visita protocolar que hacía junto a su esposo Felipe a Kenia, cuando le llegó la noticia de que su padre había muerto, víctima de cáncer de pulmón. “Subió al árbol como princesa y bajó de él como reina”, expresó el cronista español citando a otro autor de la frase textual.
La flamante monarca tenía solo 25 años, pero su pomposa coronación oficial llegaría más de un año después, el 2 de junio de 1953, cuando la joven Isabel ya había cumplido los 27.
Desde entonces, esta mujer fue forjando su imagen singular y rompió marcas o estableció récords que ayudó a concretar el simple paso del tiempo, sin que ello reste méritos a quien fue uno de los personajes de la segunda mitad del siglo 20 y este casi primer cuarto del siglo 21.
Uno tras uno, los vio pasar
A lo largo de su reinado desfilaron 15 primeros ministros británicos, desde Winston Churchill, hasta la actual Liz Truss, a la que dio su venia pocas horas antes de morir. Por el número 10 de Downing Street ella vio pasar a una “Dama de Hierro” como Margaret Thatcher, con quien según los biógrafos hubo mucho respeto mutuo pero poca simpatía. También a un reivindicador de la “Tercera vía” como el laborista Tony Blair, devaluado por su seguidismo al Estados Unidos de George W. Bush y su guerra e invasión a Irak, justificada con base en pruebas falsas contra Saddam Hussein.
Y si del principal socio al otro lado del Atlántico se trata, Isabel II fue contemporánea de 14 inquilinos de la Casa Blanca. Y, a excepción de Lyndon B. Johnson, se reunió con todos ellos. Desde Dwight Eisenhower a Joe Biden, pasando por John F. Kennedy y Richard Nixon; desde Jimmy Carter a Ronald Reagan; De George Bush padre a Bill Clinton; de Bush hijo a Barack Obama; de Donald Trump a Joe Biden…
Llegó al trono de un imperio que se desvanecía con los nuevos aires de descolonización posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial. Sus viajes a los países que quedaron dentro de la Commonwealth evitaron o hicieron menos traumática la ruptura entre las antiguas naciones conquistadas y sometidas que las que enfrentaron otras potencias coloniales del Viejo Continente. De hecho, de las 54 naciones integrantes de esa suerte de comunidad, 14 la siguieron teniendo como reina hasta el final de sus días, entre ellos Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Sin embargo, por estas horas, en distintos países crecen los discursos y reivindicaciones nacionales que hacen presagiar una nueva ola de republicanismo, similar a la surgida entre los años 60 y 70, a la que deberá hacer frente el nuevo rey, Carlos III.
Como testigo y protagonista
En su reinado, Isabel II fue testigo y parte de la Guerra Fría, vio erigirse y derrumbarse al Muro de Berlín así como implosionar a la Unión Soviética, cuyo último jefe de Estado, Mijail Gorbachov, se le adelantó apenas unos días en dejar este mundo.
También asistió a la sinuosa relación de Londres con la Europa continental, a cuyo bloque el Reino Unido se sumó con reparos y se separó con un Brexit que aún no acaba de decantar sus traumáticos plazos y consecuencias.
En las siete décadas en las que se mantuvo como reina el mundo y su país fueron atravesados por revoluciones culturales, movimientos de vanguardia y restauraciones o réplicas neoconservadoras.
Sus rasgos de joven activa y enérgica, que se remontaban a los años en que -siendo princesa- sirvió en el ejército de un país inmerso en la conflagración mundial, fueron dando paso al rostro impertérrito de quien siempre parecía quedar más allá de contingencias políticas y económicas que cada tanto sacudieron al Reino Unido. Sus clásicos sombreros y una sonrisa de ocasión dominaban las fotos de una monarca que, sin embargo, también atravesó momentos sombríos.
Sinsabores familiares
Paradójicamente, la mayoría de las veces en que su rostro dibujó un gesto adusto y su popularidad bajó en la consideración de los británicos, hubo un detonante familiar y no un asunto de Estado entre las causales.
Sucedió en 1992, al que ella definió como su Annus Horribilis, en el que se consumó el divorcio de sus hijos, el hoy rey y Andrés, el príncipe que participó de manera fugaz en la Guerra de Malvinas y quien hace poco pagó millonarias sumas de dinero para librarse de las imputaciones de abusos, trata y tráfico sexual que lo ligan a la oscura trama del empresario estadounidense Jeffrey Epstein.
Claro que, entre los divorcios, el más publicitado fue el de Carlos y Diana Spencer, la madre de William (futuro monarca) y Harry (quien renunció a la realeza). Lady Di murió en un confuso accidente en París en 1997 y luego de soportar y protagonizar mutuas infidelidades con el entonces heredero de la corona recibió un masivo último adiós de un pueblo que la rebautizó como la “Reina de Corazones”.
Para cuando Carlos consumó en 2005 su matrimonio con su amante y amor de toda la vida, Camilla Parker Bowles (desde el 8 de septiembre la virtual reina consorte), Isabel venía de sufrir en 2002 el deceso de su madre y de su hermana, Margarita. En 2021 perdió a su esposo y compañero de toda la vida Felipe de Edimburgo. Pero, pese a todo, ella parecía gozar de una salud capaz de superar la pandemia del Covid 19, que hizo estragos en su país como en la mayor parte del mundo.
Indicios del final
Cuando los médicos personales dieron la primera señal de alerta el segundo viernes de septiembre, en el entorno de la monarquía británica supieron que se ponía en marcha la operación “Puente de Londres”. Los protocolos bajo el nombre de “El Puente de Londres ha caído” se venían preparando desde hacía décadas para el desenlace fatal que pusiera fin a la vida de la reina más longeva de la historia.
Entonces en las redacciones periodísticas de todo el planeta desempolvaron y actualizaron las necrológicas y los perfiles que ya estaban escritos o compaginados desde hace mucho tiempo.
Fotos de Isabel niña, joven, madura se mezclaban con o sin orden cronológico con otros protagonistas o sucesos de un tiempo que ya fue. Los Beatles, la llegada del hombre a la Luna, la caída de las Torres Gemelas, media docena de pontífices católicos, incontables invasiones, golpes de Estado e intervenciones armadas en países periféricos, magnicidios y atentados contemporáneos de la monarca.
Miradas desde el sur
En Argentina hubo medios que cargaron sus tintas contra la reina por su papel de jefa de Estado de una nación con la que estuvimos en guerra hace 40 años en las Malvinas, islas y territorios australes que por derecho pertenecen a nuestro país y el imperio usurpó hace casi dos siglos, y por los cuales el reclamo de soberanía sigue vigente.
Casi en un tono de tribuna hubo quienes recordaron el Mundial de 1966, que Inglaterra ganó como local con ayuda arbitral tras derrotar en cuartos de final a la selección argentina. En aquel accidentado encuentro fue expulsado sin motivo Antonio Rattin, quien según las crónicas de la época se sentó en la alfombra roja de la realeza dispuesta en el estadio de Wembley antes de retirarse del campo de juego. La vendetta futbolera llegaría 20 años después, en México, la tarde de la “mano de Dios” y el mejor gol de la historia de los mundiales que firmó Diego Armando Maradona.
Más allá de esas apostillas, a veces traducidas en memes, hubo voces que reclamaron condolencias más explícitas y duelos oficiales más ostensibles para con la familia real británica. Para cierto sector de la prensa y de la clase política vernácula las historias de reyes, príncipes y princesas parecieran ser reflejo de una aristocracia a la que desearían pertenecer y emular, pese a que la palabra república o republicano no falta en su léxico de opinólogos o en sus discursos de campaña.
Por fortuna, por estas pampas, los títulos de nobleza se abolieron con la Asamblea del Año XIII, la misma que dispuso la libertad de vientres y marcó el comienzo del fin de la esclavitud aquí mucho antes que en otras latitudes. La igualdad ante la ley, que también consagra entre otros el artículo 16 de la Constitución argentina no admite prerrogativas de sangre ni de nacimiento.
Más allá de que haya mucho por hacer para que la letra de nuestra Carta Magna no sea solo una mera expresión de deseos o buenas intenciones, el solo enunciado de esa norma se daría de bruces con actitudes como las que tuvo Carlos III, incapaz de hacer el “esfuerzo” de correr por sí mismo un tintero en una imagen que evidenció su nula empatía por sus súbditos. Sí, las nuevas tecnologías aplicadas a la comunicación, que todo lo capturan y viralizan también llegaron durante el reinado de Isabel II.
En medio de las honras fúnebres en las que se estima que participarán unas 750 mil personas y que habrán de culminar con el funeral del lunes de 19 de septiembre, una especie de cholulismo criollo mira a la distancia las escenas que parecen tener el guión de un cuento de hadas.
Un ostentoso último adiós
En el mundo real, no son pocas las revisiones que repasan las tropelías británicas ocurridas mientras Isabel estaba sentada en el trono de Inglaterra. Otras voces, como la de la senadora indígena australiana Lidia Thorpe, quien llamó colonizadora a la monarca fallecida, claman por un cambio de época. “No necesitamos un nuevo rey, necesitamos un jefe de Estado elegido por el pueblo”, sentenció la mujer en una apelación republicana de cara al futuro cercano. ¿Se extenderán esas voces bajo la potestad del flamante e impopular rey?
Por lo pronto, la guerra en Ucrania, las represalias de Rusia frente a las sanciones impuestas por las potencias occidentales y sus consecuencias en los costos de alimentos, gas, petróleo y energía auguran un invierno crudo para la Europa continental y también para un Reino Unido que mira de reojo el crecimiento de su inflación.
Un día antes del deceso de Isabel, el diario británico The Guardian tuvo como gran ilustración de su portada la imagen de una bolsa de agua caliente parchada. En ese escenario de austeridad forzada tendrán lugar unas exequias que demandarán ingentes gastos en materia de seguridad y formalismos fastuosos de un protocolo propio de otros siglos.
Quizá todo eso se ponga sobre el tapete en Buckingham o se discuta en la barra del pub de cualquier barrio londinense. O quizá todo siga su tradición inmutable ahora que “el Puente de Londres” finalmente ha caído.