DIÁLOGO

“Tenemos un déficit impresionante con el relevamiento de las producciones regionales”

Redacción Mayo conversó con Juan Sasturain, director de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Por Osvaldo Aguirre

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juan sasturain-dialogos web Redaccion Mayo
14-03-2023

Juan Sasturain fue por primera vez a una biblioteca pública durante la infancia, cuando vivía en Mar del Plata y por cuestiones de la escuela. El placer de la lectura y el descubrimiento de la literatura tuvieron otros escenarios: el quiosco de diarios y revistas y la librería de usados. Al cabo del tiempo, después de escribir una de las obras más importantes de la literatura argentina contemporánea y de cumplir un trabajo indispensable para la revaloración de la cultura popular, las paralelas se tocaron con su nombramiento como director de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

Sasturain (González Chaves, provincia de Buenos Aires, 1945) entró en funciones en febrero de 2020, designado por el presidente Alberto Fernández. “No tengo plazos, pero siento que pertenezco a esta gestión cultural, estoy saludable y agradecidamente atado a la gestión de Tristán Bauer como ministro de Cultura”, dice.

En marzo de 2020 la emergencia sanitaria y el aislamiento social por la pandemia trastocaron los planes y obligaron a pensar actividades para “mantener encendida la llamita del piloto, la luz automática del pasillo cuando llega el apagón generalizado”. Así surgieron actividades a través de la web y de la radio. Sasturain enfrentaba otros desafíos en relación a los directores que lo precedieron en la historia reciente: recomponer una institución atravesada por las controversias que rodearon a la gestión de Alberto Manguel e imponer un perfil propio ante un referente fuerte como Horacio González. Y ahora se propone concretar objetivos centrales de la etapa: aceitar los vínculos con bibliotecas de las provincias, profundizar el conocimiento de lo que se produce más allá de Buenos Aires, reposicionar la editorial de la Biblioteca, darle un espacio a la literatura infantil.

-¿Cómo encara este año la Biblioteca Nacional?

-Este año se trata de concretar las iniciativas que se desplegaron en los dos años y pico que llevamos de gestión. Digo dos años y pico porque la pandemia si bien nos permitió desarrollar algunos aspectos como fue la comunicación y el trabajo virtual por otro nos ralentizó la concreción de cosas vinculadas con las actividades en vivo y los contactos con la gente en distintos niveles, por ejemplo el proyecto de las sedes de la Biblioteca en distintos lugares del país.

-¿En qué etapa se encuentra ese proyecto?

-Están en vías de inauguración las sedes en Mar del Plata, en Córdoba y en Salta. Como toda gestión que tiene que ver con los gobiernos nacionales y los municipios, todo es muy laborioso. La idea de que la biblioteca tenga distintas sedes en el país viene de una iniciativa pensada durante la gestión de Horacio González por gente que ahora está conmigo, como Elsa Rapetti, la subdirectora, y Roberto Arno, a cargo de la Dirección General de Coordinación Administrativa. La Biblioteca tiene mucha presencia en las provincias, a través de la atención de las bibliotecas, de proveer libros y hacer donaciones. La idea de tener centros apunta por un lado a funciones bibliotecológicas, de asesoramiento y formación de bibliotecarios, y por otro de relevamiento de la producción zonal. Tenemos un déficit impresionante con el relevamiento de las producciones regionales. Más allá de que la frase “se hizo el depósito que marca la ley” (N. de R.: frase de estilo en los créditos de un libro) es letra bastante muerta, los pocos libros van al Ministerio de Justicia y el Ministerio de Justicia es el que los distribuye. Las bibliotecas son enclaves importantes para nosotros, en lo bibliotecológico y en lo cultural, y queremos poner terminales donde la información y todo lo que esté estandarizado para visualizar en las redes se encuentren a disposición de cualquier lector.

-¿Cómo eligieron los lugares para las sedes en las provincias?

-En general ha sido una iniciativa de la Biblioteca. En Mar del Plata el acuerdo fue con el municipio. La sede se llama Ricardo Piglia y se inaugura en abril. La de Córdoba llevará el nombre de Juan Filloy y la de Salta Juana Manuela Gorriti. En todos los casos la provincia o el municipio pone el espacio físico y nosotros el personal. Además tendremos una sede en la Antártida. La Base Científica Carlini tendrá la primera biblioteca en el continente antártico con una provisión de mil libros. Ya hace unos años cuando Tristán Bauer estaba en la televisión pública se instaló una sala de cine. La Base Carlini, llamada Jubany hasta 2012, es la base del Instituto Antártico.

-¿Cómo articula la Biblioteca su trabajo con las provincias?

-Lo que circula todo el tiempo son las muestras que se organizan en la Biblioteca Nacional. En este momento hay varias diseminadas por todo el país, como la muestra de fotografías de Horacio Quiroga que se expone en la biblioteca de Pinamar. En el verano la muestra de dibujos de Landrú estuvo en Mar del Plata y otras dedicadas a Patoruzú y a las Islas Malvinas recorrieron el país. Horacio González llegó a publicar 400 títulos con la editorial de la Biblioteca Nacional, en doce años, y Manguel lo desactivó: según su criterio no correspondía para la biblioteca, por lo que durante su gestión publicó apenas un par de catálogos y la revista Cuaderno, que nosotros mantuvimos. Manguel también cerró el Museo del Libro y la Lengua, el lugar quedó sin autoridades y el personal fue dispersado. Nosotros reactivamos el Museo con María Moreno como directora, reflotamos la editorial, volvimos a la Feria del Libro de Buenos Aires y a ferias de provincias donde la Biblioteca hacía años que no iba y además optimizamos la distribución de los libros.

-¿Cuál es el plan editorial?

-Publicar y estar presentes en todos lados. Tenemos dos nuevas colecciones de libros, Papel de quiosco y Disparos en la biblioteca. Papel de quiosco está dedicada al humor gráfico y la historieta argentina antigua y no recopilada y Disparos en la biblioteca a la literatura policial argentina. Y vamos a tener nuestra propia librería, que espero inaugurar este año en un local recuperado por la Biblioteca. En otro local recuperado estará La Nube, la librería infantil más grande de Latinoamérica. Nunca se consideró demasiado a la literatura infantil en la Biblioteca. La idea fue hacer un convenio con La Nube, que es un emprendimiento privado de Pablo Medina, de modo que traigan gran parte de los libros para el trabajo de investigadores y para la lectura de los chicos. La librería tendrá los libros generados por instituciones del Estado: todos esos libros hermosos que publican las universidades, por ejemplo, lo que publican los museos, cosas valiosas que se ven poco en las librerías porteñas.

-El Departamento de Archivos y Colecciones es uno de los más importantes para los investigadores. Hasta no hace mucho era común que los archivos de escritores e intelectuales argentinos fueran adquiridos por instituciones norteamericanas y europeas. ¿Cuál es la situación actual?

-La Biblioteca ha ganado credibilidad para recibir ese tipo de fondos. Después de una época, sobre todo en los años 90, cuando no ofrecía garantías, la buena gestión de Horacio y los gestos de valoración de los archivos hicieron que la gente se acercara a hacer donaciones. Entre otros recientemente recibimos por ejemplo el archivo de Fogwill, el fondo de César Fernández Moreno que estaba en París, el de Mario Bunge vino de Canadá y la biblioteca del arquitecto César Pelli fue donada por los hijos desde Nueva York. Una maravilla. También se han recuperado cosas de Borges.

-¿Qué variables notan en la afluencia de público?

-La pandemia nos perjudicó mucho. No es cuestión de echar culpas para atrás, pero además la Biblioteca había dejado de ser un centro cultural como fue en la época de Horacio. Más allá de Carta Abierta, había infinidad de actividades, y eso se recuperó.

-¿Qué te llevó a aceptar la designación como director de la Biblioteca?

-Jamás lo pensé para mí. Dirigir la Biblioteca es ser parte de una historia muy grande, más allá de los merecimientos. Es la institución cultural más antigua de la patria, tiene los años de la patria. Es una institución creada por Mariano Moreno en 1810, tenemos los libros de las donaciones fundadoras, por ejemplo los libros de la biblioteca de Manuel Belgrano. Eso es muy hermoso. Es un desafío y aunque me sienta un poco intimidado es muy estimulante y produce mucho orgullo.

-La etapa de Horacio González como director dejó una marca…

-Claro, tiene que ver con la voluntad, la vocación y la personalidad de Horacio.

-Después vino la etapa de Alberto Manguel, muy cuestionada. ¿Cómo pensás tu gestión en esa secuencia?

-En lo que es la alternancia política y de concepción cultural en este país en las últimas décadas, obviamente nuestra gestión se encolumna detrás de las líneas trazadas en general durante la gestión de Horacio. Él entró de vicedirector con Elvio Vitali y fue director primero con Horacio Tarcus y después con Elsa Barber. Horacio le dio una impronta excepcional, la Historia de la Biblioteca Nacional que escribió es un libro extraordinario y lo vamos a reeditar, porque se agotó. Dejó una marca y lo escribí en su momento: “esta es la biblioteca de Horacio”. Nosotros seguimos el concepto que él construyó.

-Pero vos tenés otra trayectoria, menos ligada con la universidad y fuertemente vinculada con la cultura popular. ¿Te parece que este aspecto de la cultura ha tenido su lugar en la Biblioteca Nacional?

-Hay cosas a las que uno les da su propio perfil. Mi aproximación a lo literario más allá de mi práctica de escritura, mi aproximación como docente y como ensayista, estuvo más cerca de fenómenos tangentes a la literatura. La idea general fue ampliar el concepto de lo literario, sacarlo de los parámetros del libro, sacarlo de la biblioteca. Eso viene de mis maestros, de Jorge B. Rivera, de Eduardo Romano, de Aníbal Ford. De ahí nuestra preocupación por la cultura de masas y por toda la producción que no pasaba por las librerías, con una convicción muy profunda, porque sino nos acercamos a los fenómenos culturales con un colador muy chiquito y la inmensa mayoría de las cosas se nos pasan de largo. Si nos vamos a atener a un concepto restringido de la literatura y los libros y de lo que debe ser el objeto de estudio nos perdemos mucho de lo culturalmente valioso. Entonces como he trabajado con los productos de los medios, en los medios y en la industria editorial, mi mirada personal viene por ahí y cuando a alguien se le ocurrió que yo podía dirigir la Biblioteca Nacional probablemente tuvo esa imagen, la de alguien que podía tener una visión de los libros ligada con la divulgación.

-¿Cómo fue tu primer acercamiento a una biblioteca pública?

-En Mar del Plata, donde viví entre los 10 y los 15 años. Pero yo era más de quiosco que de biblioteca. Compraba los libros en los quioscos de Eudeba (Editorial Universitaria de Buenos Aires) que puso Boris Spivacow. Era una continuidad: desde los 11 años compraba revistas y libros de aventuras e iba a ver cine de ficción. La biblioteca pública era para hacer las tareas de la escuela. En las librerías de saldo compraba novelas de guerra y en el quiosco de Eudeba libros de literatura argentina.

-Y ahora esos materiales de quioscos y librerías de saldo solo se consiguen en las bibliotecas públicas.

-Hemos dado toda la vuelta. Ahora, por ejemplo, vamos a reeditar Buenos Aires en camiseta, de Calé, en la colección Papel de quiosco. En la colección Disparos en la biblioteca, que está pensada para explorar una zona no muy relevada sobre todo los folletines de los años 30, van a salir El crimen de la noche de bodas, de Jacinto Amenábar, con un estudio de Sylvia Saítta, y Con la guadaña al hombro, de Abel Mateo, con un estudio de Juan José Delaney e información de Mariano Buscaglia. En la misma colección saldrá una historia del género policial en Argentina, de Delaney. Vamos a hacer un poco de justicia con escritores que no aparecieron en las fotos más conocidas del género, ni en la foto de Borges ni en la de Rodolfo Walsh.

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Redacción Mayo

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