OPINIÓN PÚBLICA

Discursos de odio: qué són, qué implican y cómo controlarlos

Un análisis sobre las implicancias de las manifestaciones que promueven el exterminio del otro. ¿Cómo controlar la violencia sin afectar la libertad de expresión? Por Laura Giubergia
1 ilustra 1 redaccion mayo octubre 22 discursos de odio
05-10-2022
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Click. Clac. El balazo no sale disparado. Pero el contrato social se revienta. Argentina, septiembre de 2022, la noche en la que nadie fue asesinado, pero algo sí murió. "La banda de los Copitos", es el nombre bizarro que le termina por dar forma a esta historia. Un relato criminal que acaba por dejar a todo un país en la intemperie más pura. Un intento de magnicidio que nos abre las preguntas más inoportunas. "Y si...". Pero no. Y tenemos que repensar cómo llegamos hasta acá. Urgente. Porque no hay tiempo para otro "y si...".

"Discurso del odio", fue la categoría que impuso la hegemonía del oficialismo político. El mismo tag que eligió la otra hegemonía, la mediática, para analizar bajo un paraguas que a veces coincide y otras no con lo que intenta imprimir el poder político. Difícil hablar de hegemonías en una sociedad tan fragmentada como la nuestra. ¿Analizada desde qué punto de vista? Política, económica, mediática, autopercibida. Cada círculo rojo tiene su propia hegemonía, su "otro", sus atributos y sus sombras al acecho.

Es en esta construcción, con un sedimento de largos años, en los que ahora nos asomamos al abismo de todo un país. La Real Academia Española, la RAE, define al odio: antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea.

Desear el mal. Aniquilar, en su expresión más radicalizada. Un balazo en medio de la cabeza. El atentado ya no es un discurso, es una acción, el paso deliberado hacia la grieta más profunda, hueca y vacía.

El riesgo detrás del abismo es confundir los principios. Expresar y odiar. Hilvanar una línea gruesa y sólida entre un artículo informativo, analítico o de opinión con el accionar de un "copito" pistola en mano. 

El relato del "discurso del odio" prendió fuerte en redes. Una escalera que involucra a la Embajada de Estados Unidos, a medios concentrados, a periodistas muy críticos del kirchnerismo, al fiscal que pidió condenar la corrupción K y, finalmente, al vendedor de algodón azucarado. Todos, englobados en una misma cadena. Demasiado superficial. 

Pero el brazo alargado del "copito", la pistola que no disparó y el contrato social que de todos modos se fracturó aún más, volvió sobre aquellos principios, para pisarlos, comprometerlos, ponerlos entre paréntesis en un país de retrocesos continuos. Es una máxima no escrita: discutir siempre lo mismo lleva a una sociedad a un fracaso compartido.

Discursos de odio: ¿De qué hablamos?

“La noción de discursos de odio, si bien ha comenzado a circular en nuestra discusión pública, tiene orígenes foráneos. En sus primeras manifestaciones, que provienen sobre todo del derecho, se buscaban identificar aquellas expresiones sistemáticas que incitaban la violencia hacia determinados grupos por motivos raciales, étnicos o religiosos. Se trata de un concepto aún difícil de delimitar. Hoy podemos entender como discursos de odio a todas esas expresiones fuertemente emocionales que, partiendo de una deshumanización del otro -considerarlo menos que ´humano´-, inciten o justifiquen la discriminación, sumisión o violencia de personas por el solo hecho de ser identificados como partes de un grupo que se busca ´combatir´”, aporta para el debate Hugo Rabbia, profesor de Psicología Política en la Universidad Católica de Córdoba (UCC) e investigador del Conicet -  IIPsi, de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). 

Y, acto seguido, aclara que no se trata de cualquier expresión de desacuerdo o descrédito hacia otros: “A mi juicio va un poco más allá, porque lo que termina por cuestionar, con virulencia y hostilidad, es la idea de que esos otros sean merecedores de dignidad, respeto y derechos, afirmando que deben ser combatidos”. 

La escritora Eugenia Almeida considera que los discursos de odio resultan más fáciles de reconocer a la distancia histórica: “Siempre son más difíciles de reconocer en la propia época porque justamente se van naturalizando, y el odio es muy poderoso”. 

En su opinión “son aquellos que tienen como objetivo la estigmatización, exclusión y persecución de determinados grupos e identidades”. “Son discursos que tienen como destino final la eliminación del otro, primero en un plano simbólico y después en un plano físico”, describe. 

Discursos de odio y libertad de expresión 

Indefectiblemente al hablar de discursos de odio y de las posibilidades de limitar su circulación se entra en el terreno de la libertad de expresión, y la discusión sobre si corresponden o no limitaciones. 

“Yo en principio prefiero una libertad de expresión absoluta, con consecuencias después de emitir ciertos discursos pero sin que alguien digite de manera previa qué se puede y qué no decir, porque eso también es muy peligroso. ¿Quién decide qué podemos decir y qué no?”, se pregunta Almeida, mientras aboga por un Estado que se haga cargo de las implicancias de lo que se dice.

“Sí creo que hay otras formas de custodiar la paz social y que tiene que ver con no apoyar medios o canales en los cuales los discursos del odio sean una constante, no apoyarlos con la pauta oficial que termina siendo un aporte económico que pagamos todos los ciudadanos, pero para eso tendríamos que tener reglas muy claras y muy bien establecidas, y una justicia que sea igual para todos”, añade.

Rabbia, en tanto, destaca que la Convención Americana sobre Derechos Humanos garantiza a cada persona la libertad de pensamiento y de expresión, “y afirma que toda expresión no puede estar limitada por censura previa, sino que es susceptible de responsabilidades posteriores a sus manifestaciones sea por razones de orden público o porque se dañan los derechos o la reputación de otras personas”. 

“El tema -considera- es cómo se operativizan estas restricciones a la libre expresión. Y allí nos metemos en un terreno peligroso para la libre expresión”, valora, y considera que se abre así la posibilidad a que existan abusos por parte de los gobiernos en materia de restricciones. Por otra parte, Rabbia considera que aquellas expresiones fuertemente emocionales deberían ser, antes que canceladas, problematizadas y cuestionadas, “porque si no tienden a resurgir y a volverse más virulentos a futuro”. 

“A mi juicio, es ponerlos en contexto, discutirlos, hacernos conscientes de su existencia y que socialmente sean deslegitimados. Es indispensable seguir trabajando para construir una sociedad que valorice positivamente las diversidades en todos sus espectros y manifestaciones, y que transforme el pluralismo -la valoración positiva de esa diversidad- en un pacto social amplio”, concluye. 

Cómo sigue

“La Argentina tiene que avanzar en la limitación de los discursos del odio para lograr una convivencia democrática sin violencia", dijo, a horas del fallido atentado contra Cristina Fernández, el asesor presidencial Alejandro Grimson. Y consideró que eso debería plasmarse “en una ley o en un conjunto de leyes”. 

¿Hace falta realmente redactar una nueva ley? Varones y mujeres juristas reconocen que con la normativa actual están dadas todas las condiciones para enmarcar en su debida forma a la violencia.